EL MUNDO › OPINION

Evo, la coca y la Argentina

Por Ricardo
Gabriel Abduca *


Parte de la prensa argentina tomó declaraciones de un diputado del MAS de Evo Morales, Dionisio Núñez, presentándolas como un intento de “vender coca a la Argentina”, un proyecto de “hacer negocios” que “podría generar 20 millones de dólares”. En realidad Núñez, dirigente de sindicatos cocaleros de La Paz, se refirió a la necesidad de que la importación argentina de hoja de coca vuelva a ser legal. Al menos desde el siglo XVIII, la región del Tucumán ya importaba cantidades significativas de coca del Alto Perú. Hoy, sobre todo en las ciudades de Salta y Jujuy, los hombres suelen salir con 20 gramos de coca en el bolsillo, exigiendo al vendedor coca de calidad con la misma decisión con que después, en un asado, se discutirá con el vecino sobre cuál coca es la mejor: la más fresca, la que mejor huele. En todos los sectores sociales del noroeste argentino y parte del área chaqueña la coca es conocida y demandada para coquear (que no es exactamente mascar).

Las declaraciones del gobierno electo son parte de esfuerzos internacionales más amplios, como los que empiezan a discutirse en el Parlamento Europeo de cara a la próxima convención de drogas de las Naciones Unidas –en Viena en 2008–. La coca es una planta desarrollada a lo largo de 50 siglos, con muchos más minerales y vitaminas que otros cultivos; un estimulante suave, comparable al café, que puede tener un rol importante en el mercado de infusiones. La cuestión debe plantearse desde una discusión colectiva, no desde el estigma fácil, pues no hay esencia inmóvil que haga que una planta sea socialmente mala o buena. El tabaco, la yerba, el vino, han estado prohibidos; también hubo un tiempo en que la coca se vendía en las farmacias europeas; en que Holanda exportaba, desde Java, más coca que Perú, y los japoneses invadían Taiwan y plantaban coca para su industria farmacéutica.

Cuando en 1978 los gobiernos de Bolivia y Estados Unidos dictaminaron que con doce mil hectáreas se podía abastecer la demanda de coca del pueblo boliviano, olvidaron que varios miles de hectáreas eran y son necesarias para la demanda argentina. La población del NOA equivale a un tercio de la de Bolivia, exige coca de calidad, y hoy consume cerca de un cuarto de la producción boliviana. La mayoría de los argentinos y los bolivianos desconoce la importancia de este mercado que, como todo mercado consolidado, responde al equilibrio de intereses de los que ofertan y los que demandan. Los campesinos de yungas o el Chapare no van a renunciar a su fuente de trabajo; los consumidores del norte y del resto de la Argentina tampoco van a dejar de defender sus hábitos –como hicieron enérgicamente en 1989 los diputados del norte, radicales y peronistas, al promulgarse la ley actual de drogas–. Esto puede sorprender, pero también sorprenderá saber que sirios y libaneses toman mate; en efecto, ahí está el destino del 5 por ciento de la yerba argentina, sumando unos nueve millones de dólares al año. El mercado argentino de coca ya existe, y mueve más dinero. Hasta 1977 la coca pasaba por la Aduana argentina y se vendía en droguerías y farmacias; luego el gobierno militar, aduciendo pactos preexistentes, prohibió toda importación, venta, consumo y tenencia de hoja de coca ¿Con qué resultado? El monto de la coca ingresada, tras una carestía no muy larga, se mantuvo estable con tendencia al aumento, todo el mercado se hizo “negro” y el precio se multiplicó por ocho, para no bajar más. Hoy la ley vigente despenaliza totalmente a la tenencia y consumo de la hoja en todo el país, pero no dice una palabra sobre la comercialización ¿Cómo se abastecen los centenares de quioscos que venden coca? Algo saben de eso las fuerzas de seguridad. Los precios, inflados por la renta de frontera que genera la prohibición, ya no bajaron. La coca está al alcance de los muchos coqueros pudientes, pero les sale cara a los pobres del campo.

Washington, Miami y algunos barrios porteños presentaron a Morales como “narcocandidato”. Ahora bien: al empezar a discutir públicamente este tema, Morales se comporta exactamente al revés de lo que haría un “narcopresidente”. Pues un “narco” es un capitalista ilegal que sabe que en la ilegalidad está el corazón del negocio. La mafia necesita prohibiciones. Si el MAS pone sobre la mesa la cuestión de la coca en la Argentina, no hará sino ser coherente con su propuesta de campaña: coca sí, mafia no. Al revés que el golpista que gobernó Bolivia con un préstamo de Videla y Martínez de Hoz, García Meza, quien demandaba tanta materia prima para cocaína que el campesino no tenía hojas para llevarse a la boca. Estas propuestas del gobierno electo merecen discutirse y reapropiarse seriamente en la Argentina ¿O se preferirá hablar del pulóver del Evo?


* Antropólogo. Autor de El uso y los valores. La hoja de coca en Argentina.

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