EL MUNDO › OPINION

La transición ya se produjo, ¡estúpido!

 Por Atilio a. Boron

El problema de salud de Fidel tuvo el efecto de soltar la lengua del ocupante de la Casa Blanca y la Señorita Rice, quienes dando rienda suelta a su afiebrada imaginación comenzaron a hablar de la “transición” en Cuba. No sólo eso: instaron a los cubanos a levantarse contra las legítimas autoridades del país –en un acto que la OEA y las Naciones Unidas deberían condenar sin más trámite porque constituye un llamado a la sedición hecho por una potencia extranjera– y prometiendo toda clase de ayuda a los insurrectos para la “reconstrucción” de Cuba.

Tamaños disparates éticos y políticos de Washington no sorprenden. Sabemos de la bajísima calidad de la dirigencia imperial y de sus groseros desaciertos en la evaluación de las situaciones más diversas. Con George W. esta involución llegó a su paroxismo, superando lo que en materia de rusticidad intelectual parecía el inalcanzable record de Ronald Reagan, quien se ufanaba de jamás haber leído un libro en toda su vida. Seguramente que cuando el presidente norteamericano y su secretaria hablan de “transición” estarán pensando en las delicias del “cambio de régimen” que con tanto éxito impusieron en Afganistán e Irak, que gracias a que sus afanes fueron bendecidos por una ola de prosperidad y bienestar son la envidia de todo el mundo.

Cuando en la campaña electoral de 1992 Bush padre se iba por las ramas, Clinton le dijo: “¡Es la economía, estúpido!” Algo parecido habría que decirle ahora al hijo, doblemente merecedor de tal calificación. En Cuba la transición ya se produjo, y tuvo lugar el 1º de enero de 1959. Una doble transición: de la dictadura a la democracia, y del capitalismo al socialismo. Contrariamente a lo que piensan la clase dominante del imperio y sus epígonos en la periferia, la democracia poco o nada tiene que ver con el multipartidismo que la Señorita Rice pretende exportar a Cuba. Su propio país es una muestra perfecta de que un sistema bi o multipartidario puede ser la fachada ideal tras la cual se oculta una feroz plutocracia, es decir, un gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos. Como teórico de la democracia prefiero a Jean-Jacques Rousseau antes que a Bush y Rice, sobre todo cuando aquél la definía como un régimen social en donde no había nadie que fuera tan pobre como para tener que venderse ni otro tan rico como para poder comprarlo. Bajo este riguroso parámetro las supuestas democracias latinoamericanas –esas que con arrogancia le piden a Cuba que inicie una transición política– aparecen como lo que son: modestísimos regímenes post-dictatoriales (post Videla, post Pinochet, post Stroessner, etc.) que poco, muy poco, tienen de democráticos.

Transición también al socialismo: transición compleja, dificultada y entorpecida por medio siglo de bloqueo –el más prolongado jamás conocido por la historia de la humanidad– y empecinadamente sostenido por la mayor superpotencia del globo pese a las condenas y pedidos de la ONU, del Papa, de casi todos los gobiernos del mundo (con la lamentable excepción de Israel, el peón regional del imperio) y los reclamos de la opinión pública mundial. Pese a los atentados contra la vida de Fidel, al terrorismo organizado y financiado por el gobierno norteamericano, a los sabotajes y al criminal bloqueo económico, Cuba garantiza a sus ciudadanos niveles de atención médica, educación, salud y seguridad social incomparablemente superiores a los de los gobiernos “democráticos” de América latina y tan buenos o mejores que los de los países más desarrollados. No hace faltamucho esfuerzo para imaginar lo que podría haber logrado Cuba de no ser por la permanente hostilidad y agresión del imperio.

Fidel es la personificación de este logro extraordinario. Es el Espartaco triunfante que derrotó a la Roma americana; el Quijote indoblegable que sintetiza la clarividencia de Martí, el heroísmo del Che y la férrea voluntad de Ignacio de Loyola. La demostración práctica de que otro mundo es posible, incluso para un pequeño país situado a unas pocas millas del imperio y a pesar del bloqueo. Es un ejemplo que demuestra que el socialismo no es una utopía sino, como lo recordaba Mariátegui, creación heroica de nuestros pueblos. Por eso la ejemplaridad de la Revolución Cubana es insoportable e imperdonable para el imperialismo y sus aliados.

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