EL MUNDO › AYER SE CONOCIO EL INFORME BAKER, QUE RECOMIENDA UN RETIRO DE TROPAS

Todo lo que Bush no quería oír de Irak

La comisión bipartidista destaca que el país del Golfo va camino a la catástrofe. Recomienda el repliegue de tropas en 2008 y el inicio de un diálogo con Irán y Siria. El gobierno de Bush ya adelantó que no tendrá un contacto directo con Teherán.

 Por José Manuel Calvo *
Desde Washington

George W. Bush descubrió ayer la realidad de Irak a través del informe del Grupo de Estudios. Naturalmente que el presidente, por mucho que repitiera “estamos ganando”, sabía que las cosas no eran así, y la derrota en las legislativas de hace un mes le ayudó mucho a abrir los ojos, pero después de entrevistarse con la comisión alabó el documento, que “hace una valoración muy dura de la situación en Irak”, y dijo que el gobierno “se tomará muy en serio unas propuestas realmente interesantes”. Entre las 79 que detalla el informe, las principales son una retirada de los soldados en 2008 e iniciar un diálogo con Irán y Siria.

Reconocer los errores nunca ha sido uno de los puntos fuertes de Bush. El presidente tiene ahora una magnífica excusa –la comisión bipartidista dirigida por un hombre de confianza de la familia, James Baker– para rectificar su discurso y su estrategia sobre la guerra. Cuando Bush dijo, en dos ocasiones, que hay que tomarse muy en serio el análisis del grupo estaba aceptando implícitamente conclusiones enormemente significativas, como que la situación es “grave, y en proceso de deterioro” y que se corre el riesgo de que tanto Irak como la zona “se deslicen hacia la catástrofe”. También reconoció implícitamente que la guerra no se está ganando, como había señalado horas antes el nuevo jefe del Pentágono, Robert Gates –otro veterano, como Baker, del grupo de Bush padre al auxilio de Bush hijo–, quien fue confirmado ayer para ese cargo por el Senado. Y, por último, que hace falta dar un giro fundamental en las prioridades para que los soldados se alejen del frente y se dediquen a entrenar a los iraquíes. Esto implicaría una retirada gradual, que empezaría a más tardar en el primer trimestre de 2008. Además, se acompañaría de un despliegue, pero de diplomacia, para hablar con Siria e Irán y para abordar el conflicto entre israelíes y palestinos. La Casa Blanca ya adelantó que no mantendrá un diálogo directo con Teherán, país con el que rompieron relaciones diplomáticas después de la toma de rehenes en la embajada estadounidense en 1979, el mismo año que triunfó la Revolución Islámica.

Es cierto que el presidente señaló que ni la Casa Blanca ni el Congreso necesariamente harán suyas todas las recomendaciones del grupo, pero el acento principal lo puso en la palabra “oportunidad”, que repitió también dos veces y que dejó al descubierto uno de sus grandes fracasos: la política partidista. “Este informe nos da a todos la oportunidad de encontrar un terreno común, para bien del país. En cuestiones de guerra y paz, lo mejor es que trabajemos juntos”, dijo, como si fuera culpa de otros el no haberlo hecho hasta ahora y como si el electorado no hubiera expresado su opinión sobre la guerra hace un mes.

Las directrices del Grupo de Estudios –al que pertenecía Robert Gates hasta hace un mes– van a marcar al rumbo del gran cambio estratégico sobre Irak: la revisión política que la Casa Blanca lleva a cabo y la revisión militar que efectúa por su cuenta el Pentágono. A pesar de que Bush tratará de poner distancia entre este proceso y las recomendaciones del grupo y de que interpretará como mejor le convenga los puntos del informe que tienen que ver con el repliegue y la diplomacia, en las próximas semanas y meses se concretarán los cambios en la estrategia, igual que ocurrió con las conclusiones de la comisión que investigó el 11S.

Es muy tarde para muchas cosas y el objetivo de Bush de tratar de salvar en lo posible el juicio de la historia sobre sus decisiones tiene un dudoso futuro. Sin embargo, como señaló el senador republicano moderado Chuck Hagel a The Washington Post, “el presidente tiene la oportunidad de aprovechar este momento para construir una política bipartidista que aborde los enormes problemas de Irak y las profundas divisiones que la guerra ha abierto en el país”. La parte relativamente sencilla –aunque ha costado años– ya ha ocurrido: un diagnóstico realista del panorama en Irak y unas propuestas coherentes con el diagnóstico. Al frente del Pentágono va a estar además un pragmático como Gates, quien es lo opuesto al anterior secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Ahora falta lo más difícil: salir bien de la guerra. “Va a costar años, no meses, resolver esta situación”, es la síntesis de An-thony Cordesman, uno de los miembros del Consejo de Asuntos Exteriores, a la vuelta de Irak, en donde estuvo estudiando la realidad del entrenamiento de tropas iraquíes.

Entre las recomendaciones del grupo, una de ellas –invitar a la mesa de negociaciones a Siria e Irán– tiene riesgos y posibles precios que podrían afectar a toda la zona. Los neoconservadores, horrorizados con la llegada a la escena de los republicanos realistas, creen, como escribió Reuel Marc Gerecht, que “entrar en una conferencia regional en una posición de debilidad garantiza salir de ella aún más débiles y eso es lo último que necesita el gobierno de Bush”. No son los únicos preocupados. David Ignatius escribió en el Post que los iraníes ven así la situación: “Irán arriba, América abajo. Y todo acuerdo sobre Irak debe reflejarlo”. Este es el “profundo precio de la ayuda iraní”, según Ignatius.

En The New Republic, Martin Peretz aseguró que la estrecha relación entre Baker y el régimen sirio permitirá a Damasco volver a Líbano a cambio de una promesa –ayudar a que Irak se estabilice– “que seguramente el presidente Assad no podrá cumplir”. Pero el Grupo de Estudios opina lo contrario. “Dada la capacidad de Irán y Siria de influir sobre los acontecimientos en Irak y su interés en evitar el caos en Irak, Estados Unidos debería tratar de discutir con ellos de forma constructiva”, recomendó.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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El ex secretario de Estado James Baker (izq.) junto al ex representante Lee Hamilton.
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