EL MUNDO › EL FIN DEL CONSENSO DE WASHINGTON PARA AMERICA DEL SUR

Retrato de familia en crisis

La cumbre de presidentes sudamericanos que terminó ayer en Guayaquil fue más que un ejercicio en futilidad: rostro a rostro, los líderes que asistieron parecen una crónica del derrumbe del consenso neoliberal que gobernó los 90. Este es un retrato de esa crisis.

El consenso de Washington terminó en América del Sur. Al menos, como consenso. Luego de una década de desregulación, privatizaciones, respeto declamado (y violado) por la contención del gasto público y el control del déficit fiscal, la mayoría de los
países sudamericanos está sumida en una crisis que pone al neoliberalismo en la picota. Las crisis muy frescas en Bolivia, Uruguay, Paraguay y Perú confirman un panorama en el que se multiplican protestas sociales, caen algunos gobiernos, otros carecen de recambio propio y otros tantos deben expulsar a sus alas neoliberales.
Emilio Taddei y José Seoane son coordinador académico y coordinador, respectivamente, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Junto a Clara Algranati y una treintena de colaboradores, Seoane y Taddei son los encargados de la edición del Observatorio Social de América latina (OSAL), cuyo primer número salió en mayo de 2000. El OSAL contiene una detallada cronología del conflicto social en toda Latinoamérica, a la que suma artículos de especialistas sobre cada país y subregión del continente y en sintonía con los diversos foros de discusión que plantean la construcción de alternativas al neoliberalismo en crisis. Página/12 recopiló los datos de la crisis preguntó a dos de sus seguidores cuál es el horizonte.
Gobiernos de papel
Entre el viernes y ayer, se reunieron en Guayaquil los presidentes de América del Sur, con excepción del de Uruguay y el de Surinam. Las fotos de los presidentes son las caras de la debilidad. La foto, que reúne al paraguayo Luis González Macchi, el peruano Alejandro Toledo, el venezolano Hugo Chávez y el argentino Eduardo Duhalde, muestra a mandatarios carcomidos por crisis políticas, sin capacidad de maniobra para intentar algo que saque a sus gobiernos a flote. Los índices de popularidad de González Macchi, Toledo y Duhalde son bajísimos; Chávez, a pesar de haber capeado el intento golpista de abril, no puede disipar el clima de crisis.
La foto que reúne al brasileño Fernando Henrique Cardoso y el ecuatoriano Gustavo Noboa es la radiografía de gobiernos que carecen de candidato potable para los comicios presidenciales próximos. Ecuador tendrá elecciones en octubre, el mismo mes que Brasil, y el gobierno de Noboa no puede presentar un candidato propio que defienda con algún éxito los resultados de la dolarización dispuesta en el país en 2000. En Brasil, el delfín de Cardoso José Serra está tan debajo de Luiz Inácio Lula da Silva y de Ciro Gomes que el propio presidente reconoció esta semana que las chances de su ex ministro de Salud son escasas, y hay rumores de que podría dar su apoyo a Lula para cerrar el acceso de Ciro al poder. Casi al lado, en una foto muy parecida, el colombiano Andrés Pastrana y el boliviano Jorge Quiroga ya sufrieron lo que podrían sufrir Cardoso y Noboa. El 6 y el 7 agosto, Bolivia y Colombia cambiarán de gobierno, respectivamente, y en ambos casos los candidatos oficialistas no existieron electoralmente: el de Colombia renunció a presentarse y el de Bolivia no llegó al cinco por ciento.
La desintegración de los bloques de poder va de la mano con un crecimiento notable de la protesta social. Según las cifras del próximo número del OSAL, que saldrá a mediados de agosto, los registros de conflictos en el período enero-abril marcan un aumento del 29 por ciento respecto del cuatrimestre anterior (2425 registros contra 1868). Comparado con el primer cuatrimestre del 2001, directamente se duplican: 98 por ciento más. El perfil de la protesta social es elocuente y marca la causa principal de las debilidades de los gobiernos latinoamericanos: las manifestaciones contra privatizaciones crecieron un 114 por ciento en enero-abril respecto de setiembre-diciembre y las acciones de trabajadoresdesocupados, comparando los mismos períodos, aumentaron un 334 por ciento.
Contra las privatizaciones
Quizás el caso más espectacular de cómo se licua el poder sea Alejandro Toledo. Quien alguna vez fuera el líder de la resistencia contra el régimen de Alberto Fujimori asumió el poder hace poco más de un año. Su propuesta de gobierno era clara: colocó a Pedro Pablo Kuczynski como ministro de Economía y Roberto Dañino como premier, ambos de ferviente credo neoliberal. La popularidad de Toledo comenzó a bajar ante la inercia de su programa social y su escasa propuesta económica, y cuando los neoliberales Kuczynski y Dañino dieron el puntapié inicial para las privatizaciones que quedaban por hacer, hace dos meses, en el sur del país estalló la protesta. Las propias autoridades de las regiones de Arequipa y Tacna llamaron a la rebelión el mes pasado cuando salieron los proyectos para privatizar dos empresas eléctricas de la región. Estado de sitio, tanques en las calles y dos muertos y decenas de heridos: el proceso terminó con la anulación del proyecto, la renuncia del ministro del Interior Fernando Rospigliosi y la caída de la popularidad de Toledo al 18 por ciento. Este mes, Toledo perdió apoyo parlamentario, tuvo que llamar a Alan García y sacar a Kuczynski y Dañino del gobierno. “Si Toledo no cambia, la democracia tambalea”, advirtió el jueves Alan García. Fujimori, el fantasma equivalente al de Menem aquí, dijo desde Japón que está dispuesto a volver a ser presidente de Perú. “A pesar de los cambios hechos ahora, Toledo está en la cuerda floja y es muy probable que deba irse pronto”, vaticina Taddei.
Otro caso de un gobierno terriblemente debilitado, aunque sostenido en alfileres y en piloto automático, es el de Paraguay. Desde su misma asunción en abril de 1999, González Macchi no tiene ni coalición política que lo apoye ni plan concreto para sacar de la pobreza al 60 por ciento de la población. Sus únicos sostenes son Estados Unidos y Brasil, que no quieren que vuelva Lino Oviedo a Paraguay. Frente a un Partido Colorado en el poder que se identifica con el Estado pero que a la vez comienza a insistir con la política de privatizaciones, los movimientos campesinos comenzaron a rechazar en los meses de abril y mayo las privatizaciones de la telefónica estatal y otras empresas, hasta acabar con los proyectos.
Hace dos semanas, una protesta masiva tomó las rutas y los puentes del país, González Macchi procedió a la represión y el resultado fue dos muertos. Y lo de siempre: culpar a Oviedo de conspirar. En abril de 2003, las encuestas muestran a un vicepresidente, el liberal Julio César Franco, que puede derrotar al oficialista Nicanor Duarte. Y detrás de Franco, el fantasma de Oviedo.
En Uruguay, el credo liberal de Batlle, al intentar avanzar en el proceso de privatizaciones en las compañías telefónica y de combustibles, chocó con la tradición de un país que en el pasado se enorgulleció de inventar el primer Estado de Bienestar del mundo. Las protestas se hicieron frecuentes, el margen de acción de Batlle se reducía con la fractura sobre el tema en el Partido Nacional (Blanco), aliado en el poder, hasta que el inevitable contagio de la crisis argentina echó a la calle al ministro de Economía neoliberal Alberto Bensión, a principios de esta semana. Desde la liberación del tipo de cambio a mediados de junio, Uruguay vive lo mismo que Argentina: estampida del dólar, fuga de depósitos del sistema bancario, suba del riesgo
país, liquidación de las reservas del Banco Central.
En Bolivia, los intentos de privatizar la empresa Aguas del Tunari llevaron a mediados del año pasado a una movilización de varios sindicatos (maestros, cocaleros, estatales, etc.) que también obligó al entonces presidente Hugo Banzer a congelar la medida. Las protestas continuaron entodo el país en contra de la lucha antidrogas impulsada por Estados Unidos y a favor de la educación pública y entre diciembre y enero, en diversas manifestaciones, murieron seis personas por la represión. En la Ecuador dolarizada, las protestas regionales contra las privatizaciones son la contracara de un gobierno que, habiendo dolarizado luego de declarar el default, estabilizó la economía para congelarla, pues, a diferencia de los ‘90, no llegan los capitales externos. En el mapa político ecuatoriano, emergen ahora líderes de tintes izquierdistas como el coronel Lucio Gutiérrez (émulo de Hugo Chávez) y el líder indígena Antonio Vargas, que hicieron un golpe fallido en enero de 2000.
“Quizás el aspecto central de estas protestas sea la nitidez con la que es identificado el problema, en este caso, el de las privatizaciones. Si a principios de los ‘90, se pudo vincular democracia, modernización y política neoliberal, hoy está claro que neoliberalismo no es modernización sino atraso y crisis y que ni siquiera es democracia. Por eso hay represión y por eso las privatizaciones ya no gozan de legitimidad”, señala Seoane.
Lula, Evo y Chávez
Ellos tres representan la oposición al modelo neoliberal en América del Sur. En teoría, serían ellos quienes podrían traducir el evidente rechazo al neoliberalismo en otro consenso. Pero aquí comienzan los problemas, porque en la medida en que intenten hacer esta traducción, aparece la cuestión norteamericana, y no sólo por el choque de proyectos sino por la importancia de los países en cuestión: Venezuela es el cuarto proveedor de petróleo de Estados Unidos, Brasil es la potencia latinoamericana, que además encabeza la oposición al ALCA (ver nota aparte), y Bolivia es uno de los países en los que Washington libra la batalla antidrogas.
Chávez hizo borrón y cuenta nueva del sistema político venezolano desde 1998. Su política es no ceder respecto a las privatizaciones de las empresas públicas, especialmente de la poderosa Petróleos de Venezuela (PDVSA), la empresa de la que vive todo el país, exceptuando al 80 por ciento que es pobre. Pero al no articular los procesos de participación popular que declama su Constitución bolivariana, al no ceder poder y al hacer gestos para irritar a la oposición sin que avancen algunas propuestas como la reforma agraria, Chávez queda a mitad de camino. El golpe cívico-militar de abril, con la complicidad casi directa del Departamento de Estado norteamericano, dejó al ex teniente coronel de paracaidistas confiado en sus fuerzas pero débil para reconstruir sus alianzas. “Estados Unidos apostó a un golpe en Venezuela y le salió mal porque hubo una respuesta popular. Chávez puede cometer errores, pero está claro que el problema, para Washington, es lo que representa”, dice Taddei.
En Bolivia acaba de ocurrir un terremoto político. Evo Morales, cocalero, izquierdista, demonizado públicamente por la embajada norteamericana, sacó casi el 21 por ciento de los votos en los comicios del 30 de junio y disputará la presidencia en estos días con Gonzalo Sánchez de Lozada. Responsable, como ministro de Economía (1985-1989) y presidente (1989-1993), del proceso de privatizaciones en Bolivia, Goñi consiguió esta semana el apoyo del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) para formar gobierno, pero a costa de hacer promesas antineoliberales y luego de fuertes críticas del MIR y de la otra fuerza política en cuestión, la Nueva Fuerza Republicana, al perfil del futuro presidente.
En Brasil está surgiendo el revés de esta trama. Lula va por su cuarta candidatura presidencial y las turbulencias financieras y especulativas por la probabilidad de que esta vez sí se le dé lo pusieron en un dilema: radicalizar su discurso o mostrarse como garante de la estabilidad pedida por el FMI. Optó por la segunda y todo iba bien, al punto de que en Estados Unidos ya no lo ven tan mal (una delegación del Partido de los Trabajadores, el PT, viajó a Washington la semana pasada para que ello ocurra) y que los poderosos de la industria paulista parecen dispuestos a apoyarlo. Hasta que Ciro Gomes, con un discurso más a la izquierda que Lula, está galopando en las encuestas y no sólo deja a Serra fuera de juego, sino que además amenaza seriamente a Lula para la segunda vuelta.
Como Lula, el perfil de izquierda de Gomes está muy condicionado (recientemente obtuvo el apoyo de gran parte del derechista Partido del Frente Liberal) y es difícil saber en qué medida se puede intentar un cambio de rumbo en un gigante como Brasil.
“A la luz del caso boliviano, el PT debería entender que incluso en términos de una estrategia electoral exitosa, debe ofrecer una alternativa clara al modelo vigente. No es negocio presentarse como garante del modelo. Y el PT puede hacer cambios porque el partido siempre fue una especie de paraguas, que permite albergar tensiones sin que se generen rupturas”, razona Taddei. Y completa Seoane: “Hay un consenso social extendido en América Latina para salir del neoliberalismo. El que sea capaz de darle consistencia a este consenso es aquel que tiene las chances de ganar en el terreno electoral. Esto es lo que demostró Evo Morales”.

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