EL PAíS › MENEM EN LA TAPA DEL “NEW YORK TIMES”. DESOCUPACION RECORD. VENDIO PEREZ COMPANC

Mal negocio estar en la tapa de los diarios

Teorías conspirativas en Anillaco. Menem se metió solito en el abismo de sus cuentas suizas. De la Sota que no despega. Los notables pasaron y la canilla sigue abierta. La Corte está sola y espera.

 Por Mario Wainfeld

A Carlos Menem se le debe haber atragantado el desayuno en la garganta cuando se supo –y pronto se vio– en la portada del New York Times. Le sobra razón: las tapas de los diarios, cuando hacen referencia a la Argentina, inducen a la asfixia o al suicidio. En un puñado de días se conocieron la venta de una empresa hasta entonces propiedad de un empresario local a Petrobras y un índice de desocupación que es un record y una afrenta. Suele endilgarse a los medios mostrar el lado oscuro de las cosas, ensañarse con la mitad vacía del vaso. Pero en estas comarcas acontecen cosas tales y tamañas que no parecen tener lado bueno o mitad llena. Un índice de desempleo siempre es una alarma, pero hoy y acá es el máximo de la historia. La venta de Pérez Companc a Petrobras puede hacer que en Brasil –aún inmerso en una crisis ciclópea– se perciba el vaso medio lleno. Acá sólo puede deprimir.
La Argentina marcha a la deriva en medio de una descomunal crisis del sistema capitalista mundial. Ensimismados en nuestra desgracia, solemos percibirla apenas en términos de contagio o de contexto pero en realidad ya sería hora de invertir los términos y de comenzar a pensar que –como eslabón más débil– anticipamos la catástrofe global. Que el abismo que se abre a nuestros pies puede devorarnos pero también puede ser una hendija para atisbar un nuevo orden entre las cenizas de un modelo que no sólo fracasó entre Ushuauaia y Tierra del Fuego. Ni fracasó sólo por las tropelías y torpezas de dos o tres gobiernos de esta provincia del sur.
Operaciones y ombliguismo
Ombliguistas y autocentrados suelen ser los análisis de las corporaciones locales, entre ellas –pero para nada sola– la política. Menem, al toparse con la tapa del New York Times, no fue excepción a la regla. Un hecho difícil de explicar –la publicación de una noticia “vieja” con un rango descomunalmente importante– tuvo para el ex presidente una explicación sencilla: ciertas manos del Gobierno, armando una operación descomunal. De nada sirvió que la minoritaria ala racional de su entorno le detallara que el duhaldismo –que no puede ni con los intendentes del conurbano– carece de destrezas y de recursos para determinar una edición de un gran diario yanqui. Menem atisbó manos negras detrás y apuntó contra dos odiados ex amigos, hoy oficialistas: Eduardo Amadeo y Esteban Caselli, a quienes atribuye cuanta operación exista (o intuya) en su contra.
Cierto es que la inclusión de la acusación a Irán y a Menem como segundo título de la primera página del principal diario del mundo es difícil de justificar en términos periodísticos. Y cierto es también que -contra lo que se dice con soberbia en el Norte y con banalidad u obsecuencia por acá– el periodismo del Primer Mundo no es impoluto ni ajeno a operaciones y manipulaciones. La guerra del Golfo, Kosovo, la censura posterior al atentado a las Torres Gemelas, mellan la leyenda del “periodismo independiente”. La inserción parece responder a algún interés del gobierno –o de un sector del gobierno– de Estados Unidos a satanizar a Irán por un lado y a dejar constancia, en segundo término, de que con los años Menem ha dejado de ser alto, su pelo no es rubio y sus ojos han perdido el celeste de antaño. Un mensaje que también emitieron Anne Krueger y el comité de notables al ningunear su propuesta dolarizadora.
La reacción de Menem frente al golpe fue –todo lo indica– un error. Se fue de lengua, reconoció, tras años de negativas, tener una cuenta bancaria en Suiza lo que está bastante cerca de ser una confesión de omisión dolosa de datos en declaraciones juradas y puede tipificar evasión fiscal. El escándalo detonó como una señal de que el Imperio no paga traidores –o los paga a plazo fijo– pero la confesión de Menem lo llevó a un terreno para él más riesgoso: aquel que alude a dineros mal habidos, a fortunas a lo Montesinos, a un enriquecimiento ilícito que casi todos dan por ocurrido en la Argentina pero que hasta ahora no suscitó condena judicial. Solito se metió Menem en la boca de ese lobo y habrá que ver cuánto le cuesta.
Los tres encuestadores de primer nivel –dos que trabajan usualmente con peronistas y uno que no suele hacerlo– que rápidamente mandó consultar el riojano le dieron una tranquilidad parcial: es difícil que lo ocurrido tenga incidencia grave en la interna peronista, coincidieron. Pero condimentaron ese bálsamo con ingredientes indigestos: el más pesado es la consistente intención de voto que tiene Adolfo Rodríguez Saá. El sanluiseño conserva una potente adhesión entre los peronistas más humildes y le cuesta mucho “entrar” en la clase media y con los porteños, lo que lo define como un “peronista clásico”, premenemista en sus apoyos y en sus puntos débiles. Así las cosas, si no puntea en la interna, por ahí anda, le explicaron los expertos a Menem y sus operadores.
“Usted ya es presidente”
“Usted ya es de nuevo presidente” halagó sus oídos en Anillaco... Eurnekian en medio de un besamanos empresario (¡ay!) bastante despoblado. Pero, tras cartón, Eurnekian insistió en un consejo que irrita al precandidato y polariza a su entorno “eso sí, tiene que haber caras nuevas a su lado, hay que cambiar las caras”.
La necesidad de emprolijar el menemóvil divide a las huestes de Anillaco y detona una interna firme entreEduardo Bauzá y Alberto Kohan. Bauzá funge de renovador pero no tanto como para ofrecer su propio eclipse y mucho menos para sugerir que la primera cara vieja es la del propio Menem. Feroz y al mismo tiempo eterna, como suelen ser las internas del menemismo, la disputa revela un flanco muy débil del ex presidente: la dificultad de concitar apoyos de alguien que no sea impresentable y piantavotos. Todo un problema para quien aspira a ganar y –como también le dijeron los encuestadores– acapara el 70 por ciento de rechazos de los no peronistas y –según le susurró uno de ellos, que conoce el paño– un tremendo 40 por ciento entre los propios afiliados del PJ.
Si algo alivia las cuitas del riojano en una semana en la que sólo figuró para su mal –y eso que levantó un acto con Herminio Iglesias– es que sus competidores internos tampoco las tienen todas consigo. Rodríguez Saá pinta bien en las encuestas pero parece dispuesto a “ir por afuera” en una jugada que cuesta comprender.
José Manuel de la Sota recién empieza pero no crece ni en los sondeos ni en los apoyos de sus compañeros. La interna peronista es un toma y daca lleno de mezquindades emparejadas por la debilidad de los referentes, en esa ciénaga viene siendo muy magra la cosecha del gobernador cordobés. Ha arrancado de muy abajo, escorado por la debilidad de su gestión en Córdoba. Dicho sea de paso, una muestra gratis de lo pobres que suelen ser, en la cancha, a la hora del partido, las tácticas de la derecha argentina. De la Sota intentó diferenciarse del gobierno de la Alianza prometiendo un banal programa de derecha: reducción de impuestos, ofertismo, venta de activos públicos. Llegó diez años tarde, la baja de impuestos sólo acentuó la recesión y la carestía fiscal, el desguace estatal chocó con la resistencia que no tuvo en los albores de los ‘90. Ignoró los cambios de la historia y también sus constantes: la combatividad del pueblo y del sindicalismo cordobés que imposibilitaron su gesta privatizadora. Para redondear paga –con toda justicia– los costos de la patética gestión de Germán Kammerath en la capital provincial.
Todo empuja hacia un piso muy bajo a quien hace un par de años pintaba bien y acaso –entre la dirigencia del PJ– le sacaba ventaja a Carlos Reutemann (por tener más formación y ser más peronista) y a Carlos Ruckauf (por el sencillo logro de ser más confiable que él).
De la Sota tiene, todavía, tiempo para crecer. Su aceptación es escasa pero –a diferencia de lo que ocurre con Menem y Rodríguez Saá– se reparte con cierta equivalencia entre clases bajas, medias y altas. Y su nivel de rechazo es menor que el de ambos precandidatos andinos. La otra baraja que le queda es buscar algún apoyo tangible del peronismo bonaerense vía oferta de la vicepresidencia. Descartado Felipe Solá, dada su convicción de pelear su revalidación en su provincia, los delasotistas vienen sondeando al intendente de La Plata Julio Alak, al matancero Alberto Balestrini y al ministro de Justicia Juan José Alvarez, otrora los “tres mosqueteros” del duhaldismo. De momento, los tres parecen más interesados en hacer política en Buenos Aires –Alak querría ser vice de Solá, Balestrini primer candidato a diputado nacional y a Alvarez no le disgustaría probar suerte como candidato a gobernador–, pero habrá que ver cómo reaccionan en caso de una oferta en firme.
Los notables tomaron nota
Los cuatro notables pasaron por el sector VIP de las pampas y en Economía su visita se traduce con un saldo positivo. La obsesión de Roberto Lavagna era convencer a los cruzados de la estabilidad, que su política monetaria es correcta y, antes que eso, inevitable. La política monetaria es –dicen cerca del ministro– el único ripio que obstruye la, ya crónica, discusión del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Lavagna, aseguran en Economía, convenció a los invitados de que debe haber intervención moderada para evitar que el dólar se dispare y no plena libertad cambiaria, y de que es imposible imponer un bono compulsivo para los tenedores de ahorros encerrados en el corralito. Liberar el dólar detonaría la híper, el bono compulsivo es insostenible políticamente, arguyó Lavagna fundado en la experiencia de los primeros meses del actual oficialismo, y parece que persuadió.
Los notables prepararon un borrador de su informe, que ya recaló en la computadora de Economía. Mañana o pasado el informe se hará oficial, se le correrá vista al gobierno argentino y al FMI. Lavagna, celebra un estrecho allegado suyo, nada tendrá que objetar.
En Economía se sienten fuertes en la demasiado estentórea discusión que enfrenta a Lavagna y a Aldo Pignanelli. Las acciones del mandamás del Central ya venían escoradas tras su viaje a Washington, del que volvió con críticas a su metodología de duplicar la representación argentina y sin los 2000 millones de dólares que había prometido conseguir, amén del acuerdo con el FMI. Una promesa que había entusiasmado a un par de integrantes del ala política del Gabinete, entre ellos Alfredo Atanasof.
Las diferencias entre Pignanelli y Lavagna son excesivas para un gobierno congénitamente débil que ya está de salida. Pero en Economía están convencidos de tener toda la razón. Lavagna lo enfatizó ante el propio Presidente. Duhalde se le quejó, bien en su estilo, “no entiendo esas discusiones entre economistas”. El ministro le espetó una metáfora: “Presidente, usted tiene una pileta que rebalsa y unacanilla que está abierta y no se puede cerrar. Lo que le propone el Central es abrir a todo lo que da otra canilla, asegurando que no va a pasar nada. Yo le aseguro que va a rebalsar más”.
La canilla abierta son los amparos que van drenando divisas a lo pavote. El Gobierno busca cerrarla por surtidos medios, con escueto éxito. Una de las acciones más ingeniosas es el seguimiento que viene haciendo la AFIP que revela que muchos tenedores de fondos acorralados son evasores de impuestos; millonarios que ni figuran inscriptos o que sólo pagan monotributo. Un dato interesante pero menor desde el punto de vista estadístico. Las investigaciones y las querellas de los sabuesos de la AFIP sólo conciernen a una minoría de ahorristas.
Los bonos voluntarios atrajeron a uno de cuatro depositantes y una nueva emisión, así cuente con menos sabotaje de algunos bancos, seguramente atraerá aún a menos resignados.
La canilla seguirá abierta, de ahí que el Gobierno tentó una solución muy endeble: un decreto suspendiendo por ciento veinte días hábiles (esto es, algo más de seis meses corridos) la ejecución de los amparos. Un parche que iba derechito al rechazo judicial, que ya llegó. Aunque Economía y Justicia lo nieguen la movida parece estar destinada a conseguir la convalidación de la Corte Suprema, algo arduo de lograr en las actuales circunstancias.
Una suprema sin fritas
Con la espada de Damocles pendiendo sobre sus supremas cabezas, los cortesanos se han decretado en feria judicial permanente. Una situación ridícula en cualquier país del mundo y trágica en la Argentina que tiene un gobierno de transición, emergencia económica y política. No menos de cuatro gravísimos temas de Estado están hoy judicializados y pendientes de resolución:
- El corralito y sus terapias alternativas, queda dicho.
- La constitucionalidad de las leyes de la impunidad, Obediencia Debida y Punto Final.
- La validez de la convocatoria adelantada a elecciones presidenciales y, eventualmente, la caducidad de los mandatos.
- La indagatoria y un posible juicio oral al ex presidente Fernando de la Rúa por homicidio culposo.
Demasiados expedientes muy densos pendientes para tener stand by a la Corte, cuya situación como tantas otras parece una charada, hija de variados empates políticos e institucionales. El trámite parlamentario no avanza, sus propios impulsores lo frenan para evitar una derrota en el recinto. Pero los cortesanos no se conforman con la impasse y piden la absolución, prometiendo –sí que vagamente– el pago diferido de un par de renuncias una vez descomprimida la situación. El Gobierno aspira a que en el mes próximo el juicio vaya al recinto y la situación cambie de pantalla. Desde luego, esa jugada no está exenta de riesgos: la sociedad está harta de impunidad y archivar el juicio a los cortesanos será una nueva mancha para la atigrada credibilidad del Gobierno. Elisa Carrió viene augurando que el fin del juicio a la Corte puede detonar una imprevisible reacción ciudadana. Aún sin compartir totalmente la profecía suena lógico pensar que tamaña movida no pasará inadvertida ni sin reacciones.
El adelantamiento de las elecciones ha tornado improbable cualquier solución sensata al entuerto. El juicio político, la mejor salida republicana, insumiría sin duda meses, como poco los que corren de acá hasta las primarias. Realizarlo en un marco de normalidad y funcionamiento institucional parece una quimera. Prorrogar la actual inacción es imbancable. Y consagrar la impunidad sería una nueva bofetada a una sociedad demasiado castigada. A veces, demasiadas veces, da la sensación de que nada cierra.
Epílogo desencantado
“Me da miedo qué puede pasar si la elección es entre Carrió y Menem. ¿Se imagina qué puede pasarle a Lilita si va ganando?” El interlocutor anticipa escenarios de pesadilla y violencia. No es un militante del ARI sino un prominente miembro del Gobierno, que exige reserva pero socializa temores muy instalados. Entre otras nefastas características Menem ha tenido la de inducir a la banalización de los debates públicos. La Argentina eligió un modelo de acumulación y exclusión perverso mientras se discutía sobre pizza y champagne. Hoy su prontuario monopoliza el debate de un país que está en emergencia económica, institucional, política y hasta alimentaria. Un gobierno de transición y una salida urgente y de emergencia ameritarían que la dirigencia estableciera algunos límites y algunos rumbos al debate político y a los meses por venir.
De momento, casi todos los protagonistas, casi todo el tiempo, se ocupan de sus desmañados armados electorales, olvidando que –si se mira con rigor– todos gobiernan la Argentina. Los que ocupan poderes del Estado hoy y los que lo ocuparán mañana.
Como en la década del 90 todo parece menemcéntrico. Esta semana volvió a serlo, en un país donde está todo por hacerse. Más que banal sería negarle responsabilidades a Menem. Pero también es frívolo pensar que es el único responsable de los silencios y las torpezas de toda la política.

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