EL MUNDO › BOCINAZOS, AULLIDOS Y RITMOS DE RAP EN HOMENAJE A OBAMA

Chicago era una fiesta

La ciudad no durmió festejando el histórico triunfo del candidato demócrata. Adentro del Hard Rock Café se vivió un microclima de celebración que contó con mayoría de abogados afroamericanos.

 Por Santiago O’Donnell

Desde Chicago

No bien fue anunciado por televisión que Barack Obama había sido elegido presidente de los Estados Unidos, mientras miles de seguidores lloraban, saltaban y se retorcían en Hyde Park, estalló Chicago. La gente salió a la calle y la avenida Michigan se convirtió en un corso, como la 9 de Julio en las grandes celebraciones. Bocinazos, banderazos, gritos, abrazos entre extraños, frases para la historia, ríos de lágrimas.

Hubo miles de festejos, algunos más públicos, algunos más privados, en distintos rincones de la ciudad.

La Asociación de Abogados Negros de Chicago había organizado la suya en el Hard Rock Café. Una hora antes del anuncio el lugar ya reventaba. Con la música tecno funk al mango, trescientas personas vestidas de fiesta se apretujaban codo a codo entre la barra, las mesas y la pista principal, saludando, bailando, riendo, sosteniendo un vaso de cerveza, licor de malta o cognac, por mucho los tragos preferidos de la comunidad negra.

Varios se habían cruzado a Michelle y Barack Obama en tribunales. Debajo del saco algunos y algunas llevaban puesta una remera Obama, pero no la de la foto que se vende a veinte dólares en la calle, sino la artística, la del perfil negro recortado sobre la tela, tipo icono histórico como el Che Guevara o las Panteras Negras. Con un buen reparto entre mujeres y hombres de 25 a 35, solos, en grupo o en pareja, las miradas iban y venían y nadie parecía aburrirse. Descontando al barman y las meseras, entre toda la concurrencia habría cuatro o cinco blancos o hispanos sueltos y ningún asiático. Era una fiesta de hermanos y hermanas.

En la pantalla gigante detrás del escenario y en los televisores que colgaban de las paredes, los analistas de las presidenciales contaban estados y desplegaban infografías, pero nadie le prestaba atención. Nadie hablaba de política. La tendencia ya era clara. La batalla había terminado. Además, por el volumen de la música, para hablarse había que gritar. Era tiempo de relajarse un poco y dejarse llevar por la música.

De repente todo cambió. Las pantallas anunciaban en letras de molde que Obama había sido elegido presidente. La música se cortó y trescientas gargantas se unieron en un solo grito: ¡Siiiiiiiiii-iiiiiiiiiiiiiiiiiií! ¡Por fiiiiiiiiiiiiiiiiii-iiinnnnnnnnn! Loca de alegría, la gente saltaba, alzaba sus brazos y aullaba salvaje, como si todos se hubieran sacado la lotería al mismo tiempo. La descarga sacudió el salón.

Entonces, un pelado de camisa y pantalón gris y corbata al tono subió al escenario micrófono en mano y empezó a gritar:

“¡Obama!”

“¡Obama!”

“¡Obama!”

“¡Barack Obama!”.

El eco volvía multiplicado por trescientos. Al borde del llanto, el pelado insistía: “¿Quién dijo que era imposible? ¿Quién dijo que no se podía? ¡Es un nuevo día! ¡Un nuevo día! ¡Es la verdad! ¡Es la verdad”.

La gente seguía gritando y el pelado seguía arengando. Cuando ya parecía que se iba a desmayar, aparecieron dos tipos más en el escenario con micrófono para tomar la posta.

“¡Obama! ¡Obama!”, gritaba uno.

“¡Levanten el puño! ¡Levanten el puño!”, contestaba el otro.

“¡Esto es real! ¡Puedes hacer lo que quieras con tu vida! ¡Presidente Obama!” “¡Creanló! ¡Creanló!”, insistía el primero.

Y así estuvieron unos minutos hasta que por una puerta detrás del escenario hizo su espectacular entrada Common, el más grande rapper de Chicago. De traje azul, bigote y sombrero, lo rodeaban tres equipos de televisión que transmitían en vivo y un entourage de una docena de guardaespaldas, novias y allegados.

Segunda ovación de la noche. Ellas aullaban como coyotes y él les contestaba con sonrisas y haciendo la V. Alguien corrió a darle un micrófono y Common, en vez de rappear, hablo con palabras sencillas y voz emocionada: “Hoy podemos festejar, pero hay mucho trabajo por delante, porque esta elección no es la culminación sino el principio de un proyecto. Unidos, nadie puede detenernos. Es el triunfo de mucha gente que abrió el camino y no debemos olvidarlos. Por ellos debemos estar a la altura del desafío”.

Entonces, otro rapper, el rapper de la casa, agarró el micrófono y se despachó con un largo rap lleno de referencias para entendidos. Terminó con un “For Barack Obama” entre aplausos y gritos y la tímida aprobación de Common.

Después, Common se bajó del escenario, cruzó el salón y salió por la puerta principal del local. El recorrido le llevó diez minutos por la gente que lo apretujaba para sacarle una foto con su celular en medio de los camarógrafos que lo filmaban para capturar su reacción al histórico momento.

Después subió una chica al escenario y apuró un rezo, pero nadie le dio mucha pelota. Después volvió la música y la fiesta siguió un rato hasta que apareció Obama en pantalla.

Otra vez se cortó la música y todos los ojos se clavaron en las pantallas. Obama movía la mandíbula, pero su voz no se escuchaba. “¡Suban el volumen! ¡El volumen!...¡Volumen!”, se desesperaba el pelado con micrófono. El volumen empezó a llegar, pero la voz del nuevo presidente no se distinguía entre el golpeteo de los vasos y el murmullo de la gente, que miraba pero también comentaba.

De vez en cuando, Obama hacía tronar su voz, suficiente como para hacerse escuchar en un bar ruidoso, y los parroquianos le contestaban con gritos de aprobación. Como cuando apeló a su clásico “no hay estados rojos ni estados azules sino los Estados Unidos de Norteamérica”, o cuando arrancó con su letanía sobre los obstáculos que superó su campaña, rematando cada frase con “yes we can” (sí podemos), afirmación con la que evoca los tiempos de la esclavitud.

Después vino la ovación por el final del discurso, y otra cálida ovación cuando apareció la imagen de Joe Biden, y otra muy grande cuando volvieron al escenario Michelle y las nenas.

Y más fiesta, hasta las dos de la mañana, que en Chicago es como decir toda la noche. No había otra. Pudieron ser abogados. Pudo ser presidente. Costó, pero sí pudieron.

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