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Negocios, Vietnam y un chiste

 Por Martín Granovsky

Business. Los lectores de Página/12 conocen a Richard Perle. Preside el consejo
de asesores del Pentágono y es uno de los teóricos más salvajes de George W. Bush. En su cruzada contra las Naciones Unidas escribió, por ejemplo, que “el Reino Unido, y no la ONU, salvó a las Falklands”. Como otros funcionarios de la Administración Bush, Perle une el placer a los negocios. Es miembro del directorio de Global Crossing, un gigante de las telecomunicaciones que entró en bancarrota y, para salir del pantano, quiere vender el paquete mayoritario a sociedades con base en Hong Kong y Singapur. El Ministerio de Defensa y el FBI se oponen a la venta con el argumento de que sería entregar tecnología de fibra óptica al extranjero. Perle, que ya fue subsecretario de Defensa con Ronald Reagan, es la esperanza blanca de la Global Crossing. Pero él dice que no hay conflicto alguno porque su puesto en el Pentágono es ad honorem. Una ridiculez: como director de la empresa gana 725 mil dólares, mucho más que el funcionario mejor pago del mundo. En un editorial, The New York Times pidió a Perle que elija un empleo u otro. Un debate ético interesante. Y, más que eso, un buen dato: los pacifistas dicen cosas agudas y otras más bien primitivas, pero cuando en todo el mundo hablan de la rentabilidad de la guerra para la industria de armamentos (obvio) y telecomunicaciones (cada vez más obvio) tienen razón. Piensan en tipos como Perle.
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¿Igual que en Vietnam? La comparación con Vietnam, de donde los Estados Unidos debieron salir volando en 1975, está siempre a mano. Por un lado, como parangón militar. Cuando los EE.UU. se metieron en Afganistán, el pronóstico fue: “Van a fracasar, como en Vietnam”. Ahora, con Irak, algunos especulan con lo mismo. Sin embargo Saddam Hussein no es Ho Chi Minh y, además, Washington no tiene delante ni a Moscú como potencia equivalente. Pekín, otro apoyo posible de Saddam, critica sin mucha alharaca pero no entrega armamento pesado a los iraquíes. Si la comparación remite a la oposición contra la guerra, las situaciones también son diferentes. En el diario italiano Corriere della Sera, un artículo del periodista Giuliano Zincone marca la distinción con datos bien puestos:
La participación de los EE.UU. en Vietnam duró más de diez años.
Las primeras respuestas visibles aparecieron recién a los cinco o seis años del primer bombardeo, cuando ya los norteamericanos habían usado napalm y desfoliantes.
Los primeros manifestantes eran grupos ideológicamente opuestos “al sistema”, como el pequeño Partido Comunista de Angela Davis, los Panteras Negras, los estudiantes radicalizados, los cantantes más vinculados al hippismo como Joan Baez y Bob Dylan.
En plenas elecciones de 1972 el gran tema no fue la guerra sino la integración racial. Y ganó Richard Nixon.
Los militares estadounidenses no buscaban disimular las bajas ajenas. Las señalaban orgullosos.
Los estudiantes no luchaban por la paz sino por la victoria vietnamita, y juntaban fondos para Vietnam del norte y los guerrilleros del sur.
Según Zincone, el salto de calidad se produjo con el estancamiento norteamericano en la guerra y la proliferación de mutilados. En esa época, además, la relativa contención en el uso de armas de destrucción masiva se debió no a la resistencia interna sino a la posibilidad de una respuesta soviética.
El columnista dice que hoy todo es distinto. Millones se opusieron a las bombas incluso antes de que fueran lanzadas. Millones siguen oponiéndose. Y hay más un reclamo de paz que una toma de partido por Saddam.
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Cuento que circula en Internet. En un Estado del sur de los Estados Unidos detienen a un negro de Boston por una infracción de tránsito. “Le corresponde la pena de muerte, pero puede zafar si pelea con un león en un estadio”, dice el policía mientras le hace la boleta. El negro lo mira asombrado. “No se preocupe, tiene buenas chances porque la gente lo va a apoyar.” Una vez en el estadio el pobre tipo sale y recibe una ovación de 80 mil personas. “¡Negro! ¡negro!” El organizador le ordena que se meta en un cilindro que deja afuera solo la cabeza. El león ataca. Su contendiente lo esquiva. “¡Negro! ¡negro!” Otra vez el ataque y la gambeta. Nueva ovación. En la tercera embestida el negro consigue morderle los testículos al león, que pega un alarido impresionante. Y el estadio: “¡Negro tramposo, peleá limpio!”. El gobernador del Estado denunció al negro por violación de las convenciones de Ginebra.

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