EL MUNDO › OPINION

La revuelta francesa, del ’68 al ’06

 Por Michèlle Guillemont *

No puedo dejar de reaccionar frente a lo que escribió Claudio Uriarte sobre el movimiento estudiantil y social en Francia el domingo 2 de abril. Su “opinión” ejemplifica perfectamente lo que desde hace una década por lo menos se identificó como la “nueva retórica reaccionaria”: usar y desviar el léxico de los adversarios de la derecha neoliberal... sin vacilar en esta ocasión en apelar a una referencia a Pasolini de 1968... Así, los empleados estatales se convierten en “privilegiados”, los sindicalistas –privados y estatales– en “aristocracia”, los estudiantes en “clase media”. No sé si Uriarte es también un aficionado a “la memoria”: le recuerdo que las leyes que protegen a los obreros, al proletariado –perdón por tantas “palabrotas”– no fueron nunca un regalo de los patrones, sino que se consiguieron con luchas violentas, y se obtuvieron en particular en 1945, cuando la Resistencia vino a cerrar no solamente el período de la Segunda Guerra Mundial, sino también de la dictadura de Pétain, uno de los períodos más felices de la derecha francesa.

Uriarte rebatirá quizá, como lo hacen los actores de los massmedia totalmente desacreditados, que hay que ser “realista”, “pragmático”, frente a los defensores de un modelo atrasado: el de querer repartir las riquezas.

Si Uriarte no se identifica con la “clase” mediática defensora del neoliberalismo, no le quedará otra que revisar su opinión, porque parte de una fundamentación totalmente falsa. Primero, los chicos de los suburbios. El estallido de octubre-noviembre de 2005 no se explica por una fractura étnica o religiosa, sino por la pobreza. Y no tener acceso a nada plantea una crisis identitaria profunda: la de cómo integrarse a la comunidad ciudadana. Los que incendiaron y hostigaron a los policías no eran mayoritariamente musulmanes y no todos eran marginados. En el norte de Francia, donde vivo (pero el ejemplo vale para otras ciudades de las provincias), no hay ningún musulmán entre los que fueron juzgados. No porque los musulmanes corran más rápido para escapar a la policía, sino porque los incendiarios eran todos chicos rubios con ojos azules (es el tipo en Lille), sin religión, sencillamente pobres. En los suburbios “postergados”, la mayoría de los jóvenes –y en particular de origen norteafricano, musulmanes o no– estudian y van a la universidad. Este es el segundo punto totalmente falso del análisis de Uriarte: la población estudiantil, de 3 millones y no de 300.000, como en el ’68, pertenece mayoritariamente a familias de desocupados o empleados. Estos “privilegiados”, según el discurso de Uriarte, son becados o asalariados, muy “realistas” ellos por vivir diariamente la “precariedad” laboral. Pero esta juventud estará muy equivocada. ¿Hay algo más burgués que rechazar en una lucha colectiva “contratos” que significan precisamente la ausencia de “contrato”, ya que sólo el empleador impone las normas y las condiciones?

Puede ser que Uriarte haya sido motivado por las imágenes brindadas por televisión, aunque me atrevo a esperar que por su oficio aprendiera a descifrarlas y que no se alimente con la sopa “informativa” diaria. El movimiento no opone estudiantes y obreros –públicos o privados– contra chicos de los suburbios.

Los “casseurs” que roban MP3 o celulares en las manifestaciones no son lo esencial de lo que está pasando en la calle. Lo que plantea problema es ver cómo estos “casseurs” son instrumentalizados (muchos pasan sin dificultad los controles policiales), cómo las imágenes de sus destrozos sirven a los periodistas de muy “buena conciencia” que intentan asustar a la clase media despertándole su conocido reflejo securitario.

Hay una rebelión de la juventud en Francia, violenta y desorganizada de parte de algunos, más organizada y pacífica de parte de la mayoría. Será torpe, no le habrá pedido el permiso a la generación anterior, pero está rechazando lo que nosotros, los “progres” entre los 30 y 50 y pico de años, no hemos sabido combatir y con lo que pactamos individualmente, aceptando el sálvese quien pueda. En estas semanas, los huelguistas no apuntaron nada más que a la derogación del famoso CPE (Contrato Primer Empleo). Han hecho el aprendizaje de la reflexión colectiva, del debate y de nuevas formas de lucha para cuestionar la implantación del orden neoliberal. Entiendo que pueda aparecer ridículo en Argentina, donde el mal ya está hecho, donde el arbitrio patronal incita a los asalariados a la docilidad, porque no les queda otra. Acá da esperanza a muchos, a los que no aceptan la “estrategia de Lisboa”, adoptada en el 2000 por los jefes de Estado de la Comunidad Europea en cuanto a las nuevas normas por implantar en el mercado del trabajo.

En cuanto al terreno político: es cierto, como en el ’68, la crisis francesa puede terminar en el triunfo de una derecha dura. Habrá que ver qué pasa en el 2007: hasta hace unas semanas se temía una segunda vuelta ante Sarkozy y Le Pen. Los jóvenes quieren ir a votar, pero desconfían del trompe-l’oeil social-liberal, como el que le ofrece el Partido Socialista. El movimiento actual obliga a la izquierda a reflexionar y proponer un proyecto. Ségolène Royal es por ahora la mejor candidata... para la derecha y sus portavoces... los periodistas –como lo fue De la Rúa no hace tanto en Argentina–. Para terminar, invito a Uriarte a interrogarse sobre lo siguiente: los pocos institutos que no entraron en la huelga y no organizaron debates públicos son los institutos de periodismo...

* Université de Lille III.

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