EL PAíS › DOS MIRADAS SOBRE EL RESULTADO ELECTORAL, EL FUTURO DEL KIRCHNERISMO Y DE LA OPOSICIóN

El escenario que dejaron las urnas

Ariel Colombo alerta sobre los riesgos de “una vuelta al pasado” si el kirchnerismo no explica sus planes a futuro. Norberto Alayón advierte sobre las intenciones de la oposición que, con la bandera del consenso, busca “ahogar” al Gobierno.

Opinión

Contra-finalidades

Por Ariel H. Colombo *

Las fuerzas neoliberales han podido finalmente reagruparse gracias al agrofascismo, cuya sedición eslabonó las reacciones dispersas contra la política de derechos humanos, de alineamiento internacional, de reindustrialización. Los progresistas ya no son lo que eran y la derecha crea sus propios monstruos acéfalos, cuerpos vivos pero sin cerebro a los que les instala el chips neoliberal para una función restauradora que ahora parece indelegable. La teratología mediática ha dado lugar al PRO y a la Coalición, con los respectivos restos peronistas y radicales. Mutantes que se reciclan al infinito, aunque deban recurrir a la cantera de traidores recientes o lejanos. La derecha ha evaluado correctamente que habiendo sido protagonista de la destrucción de una sociedad en los ’70 y de la construcción de otra en los ’90, no puede ceder gratuitamente a una escalada regulacionista. Lo que le resultaba intolerable desde el principio no alcanzó para congregar una masa crítica, pero que obtuvo cuando el Gobierno se movió económicamente en base a la autonomía conquistada. No obstante, como los resultados de la gestión desmienten una y otra vez a la oposición, la reedición menemista y la aliancista serían humaredas sin el constante acoso mediático al Gobierno. Más precisamente, sin esa mezcla de anestesia y amnesia propagadas bárbaramente cuyo efecto buscado es desensibilizar a la población y desorientarla respecto de cualquier mapa de interpretación. Pero que es consistente con el objetivo final: ningún programa mercadocrático podría aplicarse sobre ciudadanos republicanos conscientes.

Las inconsistencias de campaña aparecen, en cambio, en el oficialismo y a su izquierda, y revisten el carácter de contrafinalidad; lo cual significa que al no tomarse en cuenta lo que harán los demás, la acción tiene consecuencias negativas para todos. Kirchner advirtió en el 2003 que avanzaría por una senda de neokeynesianismo, pero nadie creyó que podría hacerlo dado el contexto. Con apenas el 22 por ciento de los votos en una elección que la derecha sumada había ganado ampliamente, transitó por un estrecho desfiladero, capitalizó las energías desatadas en el 2001 y administró los beneficios de la devaluación, hasta alcanzar un punto económico de no retorno (crecieron las reservas, los superávit, la inversión sobre el producto, etc.), pero sin intentar reformas, quizá por temor a las reacciones previsibles, pero que en ese momento todavía permanecían divididas. Más tarde, Cristina advirtió, en su primer discurso ante las Cámaras, que no sería garante de la rentabilidad de ningún sector, pero sólo la crisis externa parece haberla decidido a emprender algunos cambios sustantivos que debió haber encarado Néstor en años más propicios. Sea como fuere, los resultados de aquella gestión y de la actual posibilitan prometer, creíblemente, un futuro de mayor justicia, anticipo que el candidato Kirchner extrañamente se abstiene de hacer, a excepción de la reforma de la ley de medios, que es una iniciativa tomada de la sociedad civil. ¿Por qué no un plan de transporte público, un plan de infraestructura social que termine con la pobreza, una reforma impositiva progresiva? En el caso que tuviera planes de esta índole sería mejor que los comunique ahora, porque hay una parte de la sociedad que necesita pensar su presente desde la perspectiva de un proyecto común. No hacerlo coadyuva inintencionadamente a la probabilidad de una vuelta al pasado, algo de lo que ya se encarga de transmitir la derecha con su sola presencia. Por ser el candidato que puede hacer promesas que de hecho la situación avala, no arriesgarse con ellas infunde cierta desmoralización en votos potenciales.

Kirchner toma demasiado en cuenta a sus adversarios, que no son serios en absoluto. La derecha, porque no puede ejercer la crítica sin perfilar implícitamente un programa de indisimulable voluntad represora. Y los grupos de izquierda electoral tampoco lo son al impugnar a un gobierno por no hacer cosas que éste nunca se propuso y que si las hiciera demandaría una fuerza electoral que son incapaces por completo de aportarle. Una excepción es el agrupamiento de Sabbatella, pero transmite que los aciertos del Gobierno son el piso y no el techo, algo que los K acordarían. No es que las expresiones progresistas no tengan razón, sino que son políticamente irresponsables, sin el menor sentido de los efectos contrafinales. Si hubiera regresión, ahora o en el 2011, no hay nadie que la impida fuera del kirchnerismo y, si se produjera, la izquierda tendrá que pensar más en la práctica de la desobediencia civil. Algo bastante más complicado que dispersarse en torno de múltiples cacicazgos destinados a la autoderrota. No se trata de censurarse, sino de generar espacios de expresión que tengan por objeto exponer proyectos proporcionales a las fuerzas de que se dispone para realizarlos, no en abstracto y pujando por el juicio antigubernamental más extremo, sobre todo cuando en vista de antecedentes o logros resultaría mucho más creíble la autocrítica.

* Politólogo/Conicet.


Opinión

Ahogar y tumbar

Por Norberto Alayón *

“No le vamos a dar ni un minuto de respiro” al Gobierno, expresó un diputado del partido Unión-PRO, según crónicas periodísticas del 8 de julio. Según la prensa, la expresión “se refería a la decisión del amplio arco antikirchnerista de impulsar una sesión especial en la Cámara baja, con el objetivo de impulsar una serie de temas, con la baja de las retenciones al agro como bandera”.

¿Será una mera y casual expresión altisonante de un legislador desbocado, embravecido o embebido ante el reciente resultado favorable de las elecciones? ¿Por qué no quieren que el Gobierno respire? ¿Será éste el modo de mantener y preservar la estabilidad institucional y democrática, que los distintos líderes opositores, previo al acto electoral, se empeñaban en resaltar que defenderían a ultranza? ¿Y las reiteradas invocaciones propagandísticas de la oposición que mencionaban que era necesario el “consenso” entre los distintos actores y sectores, que había que desterrar el “estilo violento, confrontativo y agresivo” del Gobierno, convocando a una especie de “paz vacía”, negadora del conflicto?

Y si el lenguaje preelectoral edulcorado, vacío, a veces de tinte beatífico, con una apariencia (sólo apariencia) inodora, incolora e insípida, constituía la “propuesta superadora”, ¿por qué a tan pocos días de las elecciones se le quiere quitar el aire al Gobierno, rescatando y llevando a cabo un accionar que propone el conflicto, a partir del intento de “cortarle la respiración” al adversario?

Hechas estas primeras preguntas, aparentemente cándidas, vayamos al grano.

En primer lugar, resulta obvio que ese diputado de Unión-PRO no se extralimitó en las palabras y que sólo verbalizó lo que, antes y después de las elecciones, representa el pensamiento genuino de los sectores de poder más concentrado, que vieron afectados sus intereses (en lo económico, en lo ideológico, en lo cultural, en lo religioso, etc.).

El conflicto, y mucho más en la arena política, es inherente al comportamiento de los hombres, en la defensa y lucha por los intereses no idénticos que todos tenemos o representamos. El conflicto de intereses siempre existe, aun para los que aparentan no creer en los conflictos y hablan huecamente del “consenso”, para disimular sus propios intereses.

El gobierno actual, a pesar de sus objetivas limitaciones y debilidades, a pesar de sus vacilaciones y claudicaciones, algo habrá hecho para que el agitado agrupamiento de los sectores conservadores de la sociedad no lo quiera “dejar respirar”. No lo están atacando por las cosas que hace mal o que deja de hacer. Lo están atacando precisamente por aquellas cosas (insuficientes) que hizo bien.

Y buscan debilitarlo para que no siga avanzando en la defensa de los intereses del conjunto de la sociedad. Si lo ahogan, si lo acorralan, si minan su poder, les será más fácil entonces imponer y preservar sus intereses particulares, ajenos a las mayorías populares.

La oligarquía, que a partir de sus inconmensurables ganancias fue construyendo un típico comportamiento parasitario, y la alta burguesía, que se apropió también de un estilo prebendarlo y de poco riesgo, tienen una muy clara conciencia de sus intereses de clase. Y actúan firmemente, sin vacilaciones, con todos los recursos materiales y simbólicos, cuando algún gobierno osa siquiera rozar sus cuantiosas y frecuentemente mal habidas ganancias.

Y estos sectores no se sienten cómodos con el funcionamiento democrático –aún débil, imperfecto y vacilante– y mucho menos con los proyectos populistas. Basta observar el apoyo y participación directa de muchos de sus representantes en las dictaduras de 1966 y 1976. La Sociedad Rural Argentina registra una trayectoria impecable y coherente en ese sentido; y hoy también constituye un ariete significativo en las tendencias destituyentes. Funcionarios de las dos últimas dictaduras, hoy continúan su activa y relevante participación en el partido Unión-PRO, que suele presentarse como impulsor de la “nueva política”. En el campo del periodismo político o directamente de la política, expresada a través del accionar periodístico, Mariano Grondona refleja un caso paradigmático, altamente eficaz y representativo de esos intereses. En el terreno de los medios de comunicación, y en particular de los diarios, el tradicional matutino La Nación es una oda histórica sin grietas.

Hoy, la anulada resolución 125 y la firme avanzada por la reducción de las retenciones apunta a dos objetivos claves: el primero, como siempre, es preservar las mayores tasas de ganancia de los sectores económicos altamente concentrados, que no dudan –por su propio interés de clase– en ningún momento en la defensa de un país para pocos, lo cual ya contiene en sí mismo una clara perspectiva antidemocrática. Y el segundo, que se desprende automáticamente del primero, es escamotear recursos para una distribución más equitativa de la riqueza nacional, lo cual le quitaría oxígeno al Gobierno, aumentando su debilidad y arrinconándolo cada vez más hacia el retroceso y empujándolo hacia el precipicio.

El diputado del partido Unión-PRO no hace más que decir la cruda y cruel verdad. No quieren que un proyecto distinto, aún balbuceante y contradictorio, “respire” y prospere. Lo quieren ahogar, y si logran que quede exhausto y con mínima respiración, tendrán las mejores posibilidades para derrotarlo y enterrarlo.

Desde adentro y desde afuera del Gobierno convendrá visualizar claramente esta dura encrucijada, que requerirá detectar, utilizar y liberar las mejores fuerzas, en todos los campos, para profundizar la construcción de una sociedad más justa, con empleo y sin pobreza, con salud y educación para todos.

Con “aire” solamente el Gobierno no podrá garantizar estos objetivos; pero si no lo dejan respirar terminarán tumbándolo, y si ello desgraciadamente llegara a acontecer, por el principal accionar de los sectores conservadores y de los aliados objetivos, pero también por la inacción o la ceguera de los gobernantes, no perderá sólo el kirchnerismo, perderá el país todo.

* Profesor titular regular y ex vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales-UBA.

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