SOCIEDAD › EL DISCURSO PERIODíSTICO SOBRE LA GRIPE A

Los medios y la pandemia

Los autores analizan la cobertura periodística en torno de la gripe A desde tres dimensiones: la económica, la epidemiológica y la social. Y muestran cómo el discurso de los medios es funcional a la medicalización y la biopolítica.

 Por Hugo Spinelli, Marcio Alazraqui y Anahí Sy *

Opinión

Los medios, en general, presentan los temas del Proceso Salud-Enfermedad–Atención en términos negativos y de catástrofe. Las buenas noticias no son noticias. Lo que los medios problematizan son los escándalos, las tragedias, los actos violentos y algunas pandemias reales o potenciales. ¿Recuerdan cuando nos íbamos a enfermar de cólera o tener el síndrome de la vaca loca o la más reciente gripe aviar, para la cual el Ministerio de Salud hasta compró medicamentos en su momento? Todo ello vende más que otros hechos que no reciben tanta espectacularidad, por ejemplo la tarea de los trabajadores de la salud en esta –ahora sí– real pandemia.

Al analizar las noticias sobre la pandemia en función de tres dimensiones (económicas, epidemiológicas y sociales), podemos –de manera esquemática– describir su evolución en siete fases (que no tienen una linealidad mecánica, sino que se superponen y conviven).

La primera fase se vincula con el origen de la gripe porcina. Desde la dimensión económica, es necesario recuperar el rol de los negocios de alimentos de la empresa Smithfield Foods Inc, la productora de carne porcina más importante del mundo que, con más de un millón de cerdos en el poblado de La Gloria en México, es denunciada por ser el lugar donde se inicia la epidemia. Es la tercera compañía en EE.UU. en producción de alimentos, con una facturación anual de más de 12.000 millones de dólares, ubicada por Fortune en el puesto 222º entre las 500 empresas más importantes del mundo. Desde la dimensión epidemiológica es necesario recuperar el artículo de la revista Science del año 2003 que alertaba sobre la mutación del virus de la gripe porcina y su relación con las formas de producción porcina. En enero de 2009, la misma revista señaló el paso del virus de los porcinos a los humanos. Desde la dimensión social, para los argentinos era un problema de otros, les pasaba a otros y para ello nada mejor que demostrar nuestra capacidad de discriminar. Así se cerraron los vuelos con México, generando no pocas críticas en América latina por dicha actitud.

La segunda fase se instaló como catástrofe. Desde lo económico, la gran presión del lobby de productores de carne porcina logró cambiar el nombre de la gripe que tomó así una denominación más científica: gripe A (H1N1). Desde la dimensión epidemiológica, esa nueva denominación permitía darle al proceso una causalidad simple, ligada a un virus, quitando toda relación con un proceso social y productivo como era el que le daba la anterior denominación. Desde lo social, la pandemia se instala como alarma y catástrofe, los medios empiezan a reproducir las mismas noticias y los mismos contenidos. La Argentina comienza a mirarse a la luz de la experiencia mexicana; un México, primero, superpoblado de barbijos, luego, desierto. Las crónicas periodísticas invitan a los argentinos residentes, y de paso por México, a enviar el relato de su experiencia y de la situación; donde ahora todos son potencialmente “letales”. México fue el espejo que nos devuelve la imagen de lo que sería nuestro país. ¿Quién es el culpable? Eliminado el nombre “gripe porcina”, la gripe A H1N1 remite al primer niño que padeció la enfermedad, a la mujer que fue donde el “virus mutó”, ahora responsables por una “inminente pandemia”. La situación mexicana asimismo nos lleva en el túnel del tiempo que remite a la historia de las “pestes” y sus consecuencias históricas, como si un siglo de desarrollo en medicina no tuviera incidencia sobre las causas y consecuencias potenciales de la enfermedad.

La tercera fase está marcada por la de-sinformación. Desde lo económico pudo observarse el posicionamiento de algunos especialistas de la infectología (crónicos representantes de intereses comerciales) que en transmisión por TV llamaban a la calma mientras tenían un barbijo puesto. ¡Patético! Otros, en tanto, nos preparaban para vendernos la próxima vacuna. Desde lo asistencial existía una saturación de los servicios ambulatorios y de internación. Las consultas se generaban en parte por el pánico y la desinformación, donde los medios también jugaban su juego. El desabastecimiento en farmacias, de alcohol en gel, barbijos, pueblan las noticias, al mismo tiempo que se refería a la inocuidad del uso de barbijo. Los muertos van marcando quiénes son los grupos en riesgo, así, de los tradicionales extremos de la vida niños y ancianos, como los más vulnerables, se pasa a jóvenes fuertes y sanos, embarazadas, hasta abarcar a todos. En la dimensión social se instaló el miedo al otro, al que se tenía al lado, a quien se acerca mucho. Bocas cerradas que se esconden tras bufandas, que inhiben bostezos bajo la forma de una mueca, miradas desconfiadas y llenas de miedo son ahora la fotografía del espacio urbano. En los transportes públicos, los movimientos son mínimos y milimétricamente calculados, las miradas se cruzan en un alerta incansable por no encontrarse cerca del otro; aquel que atisbe a fruncir la nariz para estornudar, sacar un pañuelo o carraspear para clarear la voz provoca una confluencia de miradas reprobatorias que se avalan mutuamente, así la culpa inhibe la acción, llama a la autocontención, las miradas censuran actos, otrora cotidianos, haciendo evidente la discriminación social que sufren no pocos a diario por otras circunstancias.

La cuarta fase (que se superpone a la anterior) trajo el autocuidado y la referencia a los estilos de vida. En la dimensión de los negocios apareció la universalización del barbijo, del uso de alcohol y hasta aparecieron los pañuelitos Dr. Ginés. Varios laboratorios privados salieron a ofrecer el diagnóstico a precios no menores de 250 pesos. Desde la dimensión epidemiológica ya se reconocía que la pandemia no tenía la mortalidad sospechada. Desde la dimensión social volvía a aparecer una vieja y cómoda explicación: la de la responsabilidad individual que culpabiliza a la víctima. Además había que conseguir “el aislamiento social”, expresión que refuerza en el imaginario la fragmentación de los conjuntos sociales y la discriminación. Más tarde, hacíamos un descubrimiento sensacional: el agua y el jabón eran muy útiles. Pero, ¿qué hacíamos con los pañuelitos y el alcohol que habíamos acumulado esperando el Apocalipsis?

La quinta fase está marcada por la automedicación. Desde la dimensión económica es necesario recuperar la figura de Donald Rumsfeld (ex secretario de Defensa de G. W. Bush). Uno de los principales accionistas y ex presidente del laboratorio Gilead Sciencies, que vende los derechos de fabricación y comercialización del Tamiflu a la empresa Roche. Desde lo epidemiológico se suma el problema de cuándo y qué medicar. Por otra parte se potencia en el imaginario social que el medicamento cura y no que es un inhibidor de la reproducción viral. En la dimensión social, autocuidado, prevención y automedicación se confunden en la búsqueda por abastecerse en el hogar de un bien preciado y escaso. La compra de antibióticos, antigripales y la búsqueda desenfrenada de Tamiflu, aun en países vecinos, es la delicia de los que lucran con la venta libre de medicamentos y la desinformación de la gente.

En la sexta fase encontramos el tema del tiempo libre como consecuencia del aislamiento social. Los medios se dedican al deporte de contar los muertos como si se tratara de un partido entre la vida y la muerte. Esperando no se sabe bien qué resultado, de qué campeonato. ¿O será que más muertos favorecen a alguien? Algunos epidemiólogos apelando a proyecciones numéricas consiguen traer más confusión y alarma. Desde lo social se pone en evidencia un nuevo pánico, ¿qué hacer con los niños en casa? Cuando hemos modelado y regulado nuestras vidas alrededor de instituciones que proveen un alivio esencial, garantizar el uso “productivo” del tiempo a los padres, y cuando uso del tiempo libre se asocia a la ilusión de estar ocupados conociendo nuevos lugares, participando de eventos especialmente diseñados para la ocasión –cines, espectáculos, shoppings, etc.– se evidencia el temor de hallarnos a la intemperie de grandes espacios que proveen alivio ante la exposición a la que nos enfrenta mirarnos a la cara entre quienes compartimos el mismo techo, poniendo en evidencia la evasión y alienación cotidianos.

Imaginamos la séptima fase como el fin de la pandemia y la salida del tema de la agenda de los medios. Desde lo epidemiológico seguirán en silencio las otras epidemias existentes en la Argentina, algunas de las cuales matan más que la gripe porc... perdón A (H1N1). Nos referimos a la tuberculosis, el Chagas, la lehismaniasis, los accidentes viales y los accidentes de trabajo, los homicidios y las adicciones. Muchas de las anteriores parecen cumplir el rol de seleccionadores sociales, completando así la selección biológica que cumplió la mortalidad infantil en esos mismos grupos sociales. Desde la dimensión social uno se interroga cuáles serán las consecuencias de tanto mensaje que reforzó la idea de alejarse del otro y que instaló la idea del aislamiento social como forma de salvarse. Tal vez poco importa, la medicalización y la biopolítica continuarán su trabajo.

* Maestría en Epidemiología, Gestión y Políticas de Salud y Especialización en Epidemiología. Universidad Nacional de Lanús.

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