EL PAíS › EMPEZó EL JUICIO A LOS INTEGRANTES DEL GRUPO DE TAREAS 3.3 DE LA ESMA POR LA DESAPARICIóN DE RODOLFO WALSH Y LAS MONJAS FRANCESAS

Astiz, Cavallo y el Tigre Acosta, sin máscaras

Las víctimas y sus familiares compartieron el mismo recinto con los allegados a los represores en la primera jornada del juicio.

 Por Diego Martínez

A sala repleta, frente a las cámaras del mundo, comenzó ayer en el Tribunal Oral Federal 5 porteño el primer juicio por crímenes de lesa humanidad a ex miembros del Grupo de Tareas 3.3 de la ESMA. Jorge Acosta, Alfredo Astiz y otros catorce represores se sentaron resignados, posaron para más de cuarenta reporteros gráficos y escucharon durante siete horas las acusaciones en su contra. “Ni en los sueños más profundos en Capucha, donde cada miércoles nos preguntábamos ‘¿cuándo me tocará el traslado?’, llegué a imaginar que alguna vez íbamos a estar juzgándolos en los tribunales de la sociedad burguesa”, confesó Graciela Daleo, sobreviviente de la ESMA, ante más de doscientas personas en la vereda de Comodoro Py.

La novedad del día fue la ausencia del capitán Alberto González Menotti, alias Gato, con un cuadro de “lumbalgia” según el certificado del Hospital Naval. Daniel Obligado, presidente del tribunal, informó que libró oficio “muy urgente” al Cuerpo Médico Forense para que determine dolencias y controle a los médicos navales. Ante la sospecha de “acciones para beneficiar a los procesados”, Rodolfo Yanzón, del equipo jurídico Kaos, solicitó que se aparte a los profesionales del Hospital Naval de la atención de represores. Allí se aloja, entre otros, Ricardo “Sérpico” Cavallo, que a simple vista desborda de salud.

Por la cantidad de acreditados, la audiencia arrancó con dos horas de demora. Madres, Hijos, sobrevivientes y familiares de desaparecidos colmaron dos salas: unos detrás del blíndex, otros en un salón con una pantalla gigante. El tribunal, ya sin Guillermo Gordo, no sólo permitió trabajar a la prensa: también que las Madres luzcan sus pañuelos. La primera fila incluyó al embajador de Francia, Jean-Pierre Asvazadourian, y a Luis Eduardo Duhalde, titular de la Secretaría de Derechos Humanos.

Familiares y amigos de los imputados se ubicaron, junto a la prensa, en la bandeja superior. Hubo un grupo mínimo pero bullicioso de esposas, el padre de Cavallo, el hijo del capitán Rolón y Cecilia Pando, quien admitió que hace apenas cinco años comenzó a interesarse por la historia argentina y mostró leves síntomas de mejoría: “El Juicio a las Juntas estuvo muy bien, pero estos tipos tenían 25 años”, reflexionó.

Los marinos ingresaron esposados, en parejas. “¡Tigre!”, levantó los brazos el abogado Mariano Gradín para saludar a Jorge Acosta, jefe de inteligencia del GT 3.3. Gradín y Gerardo Palacios Hardy se presentaron en nombre de la flamante Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia, que brinda asistencia espiritual a represores y cuenta en sus filas al ex fiscal Norberto Quantín.

Mientras se sucedían las tandas de reporteros y los sobrevivientes identificaban a los verdugos avejentados, sus esposas parecían adolescentes excitadas ante galancitos de moda.

“¡Qué divino, Alfredito!”, chillaron ante una mueca triste de Astiz.

“El más buen mozo es mi marido”, gritaba la esposa de Rolón, a quien su hijo Juan invitó a guardar silencio.

“Aquél debe ser Vildoza”, arriesgó otra en referencia al apropiador y ex jefe del GT 3.3, prófugo desde 1983.

“¿Cuál es tu marido?”, preguntó la mujer de Manolo García Tallada, con más cirugías que Mirtha Legrand.

Abajo seguían las fotos.

“Te juro que me da mucha bronca”, refunfuñaba Pando.

En primera fila se ubicaron el ex canciller Oscar Montes (en silla de ruedas, con artrosis), el teniente Julio César Coronel, y los marinos Astiz, Pablo García Velazco, Raúl Scheller, Juan Carlos Rolón, Cavallo, Acosta, el médico Carlos Capdevila y Adolfo Donda. En la segunda, Jorge Radice, el policía Juan Carlos Fotea, García Tallada, el comisario Ernesto Weber y el prefecto Antonio Azic.

Pando puso el cassette de siempre –“guerra, subversivos, soldados”–, pero bajó el tono cuando hasta las periodistas francesas comenzaban a dejarla sola. “El tema es que acá también tienen que estar los terroristas”, reclamó.

–¿Desde cuándo pide justicia? –le preguntó un cronista.

–Hace cinco años, cuando empecé a enterarme de todo.

–¿Por qué cree que en los treinta anteriores nunca pidieron justicia?

Pando se llamó a silencio.

A las 11.42 el secretario del tribunal comenzó a leer el requerimiento de elevación del fiscal Eduardo Taiano. Tommy Capdevila cayó en un profundo sueño, igual que varios de sus camaradas de la bandeja superior, que llegaron con La Nación debajo del brazo, se animaron con Página/12 tras el cuarto intermedio y se terminaron deleitando con las tortitas de Soy. Las señoras del mar no dejaron de hacer risotadas ni siquiera cuando comenzaron a escuchar el amplio menú de torturas por el que se juzga a sus maridos. Sólo la mención a las violaciones pareció inquietarlas.

La audiencia fue impecable hasta los últimos minutos. Cuando los imputados estiraron sus brazos para que los esposaran, sobrevivientes y familiares comenzaron a cantar: “Como a los nazis, les va a pasar...”. Astiz los miró y les mostró la tapa del libro Volver a matar, de Juan Bautista Yofre, el ex jefe de la SIDE investigado por ejercer el oficio en el ámbito privado. La provocación de quien en 1998 dijo ser “el hombre mejor preparado para matar políticos o periodistas” generó la reacción de Yanzón, quien reclamó sin suerte la intervención de los secretarios del tribunal. El Rata Pernías sólo atinó a pedir silencio con el dedo sobre la boca. Arriba las cotorras se volvieron a alborotar:

–¡Terroristas! ¡Terroristas!

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En la primera fila, los represores Julio Coronel, Alfredo Astiz y Pablo García Velasco.
Imagen: Bernardino Avila
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