EL PAíS › OPINIóN

Conexiones

 Por Eduardo Aliverti

En el exiguo espacio que deja la atención sobre el Mundial, por fuera de los horribles sucesos de Bariloche y hasta la renuncia de Taiana, hubo tres episodios políticos salientes. Como ya es costumbre, la repercusión inicial de cada uno de ellos fue anulando al anterior. ¿Tienen relación entre sí? No, en principio. ¿En qué podrían parecerse el desopilante cuestionamiento de De Narváez a Macri, el aval de los supremos a la ley de medios y el levantamiento del corte en Gualeguaychú? Se diría que en nada de nada, pero raspemos un poco, porque tal vez se encuentre que esa desconexión noticiosa tiene, por lo menos, un contexto que la articula.

La impactante foto de la semana anterior, que mostró unida a toda la derecha peronista, guarda vigencia en cuanto a la decisión de ir mostrándose juntos. Macri, quien viene a ser una especie de autopretendido satélite de ese sector porque sabe que sin él no puede aspirar a nada, se quedó afuera. A las horas, ya hablaba de lo positivo de que la gente se agrupe para trabajar en proyectos comunes. Sin embargo, De Narváez lo desayunó con un par de ganchos al hígado que no esperaba nadie. Dijo que el jefe de Gobierno porteño es un “bipolar” demasiado “derechoso” para lo apetecido por el espacio de Duhalde, Solá, Rodríguez Saá, Reutemann, Romero y otras preclaras figuras de la argentinidad. El colombiano terminó pidiendo disculpas que por supuesto no son creíbles: nadie lanza semejantes mandobles sin medir su efecto. Esa forma en que De Narváez le marcó la cancha tiene una lógica precisa: avisarle a Macri que no hay lugar para él en lo que el eufemismo denomina “peronismo disidente”; y que si lo hubiera, nunca será respecto de aspiraciones presidenciales. ¿Lo dijo con el respaldo del resto o se despachó solo? No se conoce, pero en cualquier caso confirma que las vanidades de ese palo no serán fáciles de resolver porque, además, por muy hermanados que se presenten, está claro que ninguno, salvo el santafesino, tiene porotos para contar hacia fuera. Problema: Reutemann insiste en que no será candidato de ninguna manera, De Narváez ya sabe que la Justicia no lo habilitará y los demás no cotizan en Bolsa más allá de sus territorios. ¿Quién, entonces, puede ser capaz de conducir el espacio de esa derecha? ¿Y cómo lograrlo cuando, encima, la popularidad del kirchnerismo está en ascenso gracias, en esencia, a una estabilidad económica que en el mediano plazo no se ve gravemente amenazada ni por factores locales ni por externos?

Mientras se andaba en esas elucubraciones, que son parte de lo “descubierto” por los festejos del Bicentenario debido a sus vientos propicios para el Gobierno, la Corte Suprema falló a favor de la ley de medios. Ya se explicó que el dictamen no es sobre el fondo de la cuestión, sino respecto de que los legisladores no pueden arrogarse el derecho de vetar en la Justicia lo que perdieron en el Congreso. Pero sería obvio que la Corte lanzó una señal de sentido inequívoco, benévola hacia la ley en su conjunto. No tan curiosamente como podría suponerse, la actitud de los figurones opositores frente al fallo, y hasta la de los propios multimedios que les sirven de coro, fue crítica pero cautelosa. ¿Qué expresa esa reacción moderada de quienes hicieron del escarnio a la ley un caballito de batalla, acusando que se trata de una avanzada totalitaria contra la libertad de prensa? Cabría arriesgar: el haber tomado nota de que se redujo, en forma muy considerable, el margen de aceptación de los señalamientos negativos feroces, permanentes, agotadores. Y un agregado nada desdeñable: ¿cómo hacen para estacionarse en contra de un tribunal cuyos prestigio e independencia son elogiados de manera unánime, incluyendo a la oposición misma?

Para finalizar, los ecos de la sentencia dejaron su lugar a la enredada votación que levantó, por ahora, el cierre de uno de los pasos fronterizos con Uruguay. También correspondería inferir que es sólo otro capítulo de un conflicto desgastante, para todos los protagonistas. Su historia es la de un cúmulo de desaciertos conjuntos, en el que casi absolutamente nada pareció zafar de la decisión de equivocarse. Un país incapaz de imaginar mucho más que plantar arbolitos, para que una empresa de allende los mares se haga la fiesta. Antes que eso, una región (su región, sus contiguos) que le dio la espalda por entenderlo como el hermano menor y medio bobo. Después de eso, unos vecinos de un pueblo de enfrente que se enardecen porque al otro lado del río, tomado por los otrora compadres, les zamparon una chimenea gigantesca que larga olor a huevo podrido junto a serias sospechas de contaminación. Pegado, la irresponsabilidad del gobierno argentino, que eleva el tema a nivel de “causa nacional” (Néstor Kirchner dixit); se pliega a ellos con toda la demagogia necesaria para arrimar beneficio electoral y, no sea cosa, se olvida de cómo andamos por acá en eso de la ecología de los ríos. El vecino, convertido en rival, retruca subiendo la apuesta con una diplomacia de compadrito. Ya no hay retorno, se empantanan y a los tumbos, asambleístas de Gualeguaychú incluidos, arreglan ir a La Haya. La Corte internacional le dice a Uruguay que se apropió del río violando acuerdos escritos, y a la Argentina, que no pudo probar que la planta contamine. La asamblea entrerriana desconoce el fallo de los jueces a los que se había remitido y vuelta a empezar. Los gobiernos de ambas márgenes retoman gestos de acercamiento, el núcleo duro de los vecinos entrerrianos comienza a corroborar que la causa nacional seguirá siendo lo primero pero ya no lo segundo y momentáneamente, sintiéndose aislados, votan y pierden ahí nomás luego de que el gobierno argentino recurriera a la intimación o intimidación judicial. Cuanto más larga es una lucha sin resultados, su deterioro es inevitable. Queda por ver cómo se las compone Mujica para que su frente interno acepte un monitoreo mixto y hasta con la intervención de Brasil; dato, este último, cuya filtración a la prensa parece haber obrado como uno de los detonantes en la dimisión de Taiana, al acusárselo de que el adelanto provino de cerca suyo. El final es abierto, aunque todos saben que Botnia jamás se irá de donde está si es que por “final” se entienden esos términos. Pero, en tanto coyuntura, la clave no consistía en ninguno de los avatares descriptos, sino en si habría una imagen de represión física sobre los manifestantes. Eso era lo que quería todo el arco opositor argentino, a caballo de que en el piquete de Gualeguaychú hay los espíritus nobles tanto como los cruzados del movimiento campestre que necesitaban una victimización. ¿Por qué? Porque se les agotan los cartuchos para oponerse de otra forma.

Resulta, en consecuencia, que los tres hechos que nada tenían que ver entre sí presentan un marco común: el desconcierto de la oposición y la duda de si ese registro llevará a que el kirchnerismo ya vea orégano el campo. Por mejores augurios que le brinde la economía, continúa necesitado de articular bien en política. Aunque no tenga que ver con la lucha electoral, la dimisión de Taiana es, en aquel aspecto, un ingrediente negativo. Más allá del cínico uso que le da la oposición, se fue, cansado de maltratos y de sentir que lo operaban recortándole atribuciones, un hombre muy valioso, auténticamente progresista, con gestión exitosa y de honestidad intachable. Eso nunca puede ser una buena noticia.

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