EL PAíS › OPINIÓN
POR EDUARDO ALIVERTI

Once corazones

La crisis angustia más allá de las necesidades cotidianas individuales. No es –sólo– el drama de discernir, o adivinar, qué será de uno en términos económicos y de proyecto personal. Es, también, la depresión que provoca el no poder acertarle, con cierta seguridad, al rumbo general. No porque en ese destino sea donde se decide el de uno mismo, sino por el hecho de que no se tiene claro cuál grupo de ganadores le conviene a las mayorías entre los poderosos que están en batalla. ¿Los dolarizadores? ¿Los devaluadores? Y bien: ése es el error conceptual clave a la hora de (querer) encontrar qué le conviene al conjunto de la sociedad.
A lo largo de tantos años como los que van desde la dictadura militar hasta hoy, la enorme mayoría del pueblo argentino confió en las variantes que fueron planteando las diferentes facciones de la clase dominante. Y la parábola está encerrada entre arcos idénticos: Martínez de Hoz y la década menemista –incluyendo en ésta a los farsantes de la Alianza– apenas si comprimen al interregno de Alfonsín en su “intento” de revitalizar a la burguesía nacional. Así, en esencia, el último cuarto de siglo de los argentinos estuvo abarcado por las ficciones del “deme dos” en Miami cuando por el “un peso=un dólar” de Cavallo-Machinea-López Murphy-Cavallo, en un país incapaz de producir otra cosa que carne y cereales. En todo caso, lo que distingue a esta etapa es el “enfrentamiento” más “profundo” que se recuerde entre los muros del palacio: los grupos ligados a la producción manufacturera local, el ensamble con el sector exportador, “versus” la banca extranjera y las privatizadas. Dólar caro y mano de obra barata, contra dolarización y sostén del valor de los activos de las compañías extranjeras. O el inexpresivo populismo duhaldista más grupos locales prebendarios del Estado, contra el eje ultraliberal de FIEL, Menem, el CEMA, la banca foránea y variados socios bizarros, almodovarianos (Hadad y Cía., concédaseles ese valor). Esa no es una guerra sino, con suerte, una puja entre Boca y River, donde cualquiera que gane no le significará, ni al trabajador, ni al desocupado, ni al marginal, ni a la clase media, más que quedar atrapado entre cobrar míseros pesos o míseros dólares. Contra Boca y River se erige, en forma de cacerolazos, asambleas barriales y puteadas de diferente forma y alcance, Deportivo Once Corazones. Que da pelea, que puede tumbar a un Tribunal Supremo, que se inmola en represiones, que sale a la calle; pero sin mayor identificación del enemigo, ni nuevas representantes, ni liderazgo. Sonará antiguo: sin conciencia de clase. En esas condiciones, la lucha es tan emotiva como despareja y el Deportivo pierde, inevitablemente, a manos de quienes sólo guardan contradicciones secundarias.

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