EL PAíS › AL CARDENAL JORGE BERGOGLIO LE LLEGO LA HORA DE PRESENTAR SU RENUNCIA AL PAPA

Con su destino en manos de Benedicto XVI

El arzobispo porteño cumplió ayer 75 años. Según establece la ley eclesiástica, a esa edad los obispos deben presentar su dimisión. La Santa Sede puede prorrogar su mandato y se descuenta que lo hará. Se especula con que seguirá en su puesto al menos dos años más.

 Por Washington Uranga

Ayer, 17 de diciembre, el arzobispo y cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, cumplió 75 años y, según lo determina la ley eclesiástica y, aunque no hay ninguna confirmación oficial sobre el hecho, debe haber presentado su renuncia al cargo que ocupa en la arquidiócesis por alcanzar el límite de edad. En noviembre último Bergoglio ya dejó en manos del arzobispo santafesino, José María Arancedo, la presidencia de la Conferencia Episcopal en la que estuvo al frente durante dos trienios.

El código de derecho canónico, que rige a la Iglesia Católica, establece en su canon 401 párrafo 1 que “al obispo diocesano que haya cumplido setenta y cinco años de edad se le ruega que presente la renuncia de su oficio al Sumo Pontífice, el cual proveerá teniendo en cuenta las circunstancias”. Nadie puede confirmar, a ciencia cierta, que Bergoglio haya presentado su renuncia. Tampoco hay una información oficial al respecto y es poco probable que la haya, sobre todo teniendo en cuenta el estilo del cardenal porteño. Pero, atendiendo también a la forma de actuar de Bergoglio, las fuentes eclesiásticas aseguran que el cardenal cumplió con ese trámite, incluso antes de que llegara la fecha. Puso su cargo a disposición de Benedicto XVI, convencido también de que el Papa, “teniendo en cuenta las circunstancias”, le prorrogará su mandato por el tiempo que considere oportuno. En ese caso se repetiría lo ocurrido en su momento con el cardenal Raúl Primatesta, antiguo arzobispo de Córdoba y quien también, como Bergoglio, ocupó la presidencia de la Conferencia Episcopal. Primatesta renunció el 14 de abril de 1994 pero su dimisión fue aceptada por el entonces papa Juan Pablo II el 17 de noviembre de 1998.

¿Por qué habría de prorrogar ahora Benedicto XVI el mandato de Bergoglio al frente del Arzobispado porteño?

En primer lugar porque el cardenal está en pleno uso de sus facultades, es un hombre de gran vitalidad y mantiene una agenda muy activa en todos los niveles. Pero quizá tan importante como lo anterior es el papel clave que Bergoglio ha jugado en la Iglesia Católica en los últimos tiempos, siendo una figura de referencia hacia adentro y hacia afuera de la institución. Aun con críticas por derecha y por izquierda, Bergoglio es un hombre muy respetado por sus pares. Y en el mundo político y cultural es una personalidad reconocida, admirada por unos, temida por otros, odiada por algunos. Nadie se atrevería –desde cualquier posición– a negar la solidez de su formación, su inteligencia y su astucia política.

La no aceptación inmediata de la renuncia es una forma que tiene el Vaticano de reconocer la acción de un obispo y la vigencia de su participación en el escenario nacional. Sólo se acepta la dimisión de manera inmediata a quienes están enfermos, incapacitados o a quienes –porque han sido díscolos con la Santa Sede– se les quiere dar una reprimenda pública. No es éste el caso.

También podría decidirse trasladarlo a otras responsabilidades dentro de la misma estructura eclesiástica, incluso al Vaticano, donde Bergoglio ya ocupa cargos relevantes, pero todo indica que para Roma el cardenal es más importante en Argentina como “espadachín” de las causas católicas. También porque el cardenal de Buenos Aires –quien quiera que ocupe ese cargo– sigue siendo clave dentro de la política eclesiástica –y de la política a secas– y no menos importante que el propio presidente de la Conferencia Episcopal. Bergoglio sumó los dos títulos en los últimos seis años. Ahora habrá que esperar cuál es el desempeño que Arancedo tendrá al frente del Episcopado, pero como arzobispo de Buenos Aires el cardenal Bergoglio continuará siendo una figura de referencia para cuando se lo necesite. Entre otros motivos, porque si bien Arancedo parece haber inaugurado una nueva etapa de las relaciones con el Gobierno, caracterizada por el diálogo y la distensión, Bergoglio puede ser el gladiador de las batallas más difíciles si, llegado el caso, los obispos consideran que es necesario fijar posiciones, defender intereses o principios.

Las especulaciones que corren en los pasillos curiales aseguran que Bergoglio permanecerá en su puesto por lo menos dos años, tiempo durante el cual aumentarán los rumores y las versiones sobre su presunto sucesor, en cuya designación tendrá una palabra muy importante el propio cardenal. Seguramente a ese lugar llegará alguno de los obispos ya designados y que actualmente ocupan cargos en otras diócesis del país. Ya hay nombres en danza.

Roma podría decidir también designar a un sacerdote que aún no accedió al Episcopado, pero no es lo habitual para una sede de la importancia de Buenos Aires. Quien llegue a ese lugar tendrá que ser un obispo con experiencia. El mismo Código de derecho canónico que ahora obliga a Bergoglio a renunciar establece (canon 378) que los candidatos al Episcopado deben reunir condiciones tales como ser “insigne por la firmeza de su fe, buenas costumbres, piedad, celo por las almas, sabiduría, prudencia y virtudes humanas, y dotado de las demás cualidades que le hacen apto para ejercer el oficio de que se trata”. Y deben contar además con “buena fama”, al menos 35 años de edad y cinco de sacerdocio, ser “doctor, o al menos licenciado, en Sagrada Escritura, teología o Derecho canónico por un instituto de estudios superiores aprobado por la Sede Apostólica, o al menos verdaderamente experto en esas disciplinas”. ¿Quién juzga y analiza estas cualidades? El mismo canon señala que “el juicio definitivo sobre la idoneidad del candidato corresponde a la Sede Apostólica”. Es decir, al Vaticano y al Papa seguramente también “teniendo en cuenta las circunstancias”.

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El cardenal Jorge Bergoglio dejó en noviembre pasado la presidencia de la Conferencia Episcopal.
Imagen: DyN
 
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