EL PAíS › OPINIóN

Presión alta

 Por Eduardo Aliverti

Tras el temporal veraniego de la economía, con las paritarias resueltas casi en su totalidad y los bonos argentinos como flamante atractivo de los mercados externos, para sorpresa de los catastrofistas, es mejor buscar por otro lado.

El kirchnerismo aportó lo suyo. Un insólito proyecto de regular o consensuar las protestas sociales les dio pasto a las fieras. Insólito por venir de quienes viene. Y porque el intento de vigilar con letra escrita ciertas dinámicas sociales va a contrapelo de lo razonable, para no hablar de la orientación ideológica de una idea de esa naturaleza. Que la Presidenta baje línea en algún discurso, sobre lo apropiado de consensuar formas de protesta callejera bajo un gobierno popular, vaya y pase. Pero que eso se traduzca en un proyecto de ley, impulsado por los coroneles parlamentarios del modelo, es un pelotazo en contra. Engendra la satisfacción de algunos liberalotes mediáticos y sus candidateables preferidos. ¿Cuál es la profundidad política de una táctica de este tipo? ¿Pensar que se atraen simpatías electorales de clase media? Todo para perder y nada para ganar, según interpreta el firmante. Ya dicho tantas veces, el kirchnerismo tendrá futuro si se parece a sí mismo. No, si prueba con copiar artimañas de quienes lo enfrentan.

La intervención de Luis D’Elía en un programa televisivo nocturno fue otra de las comidillas de la semana. Lo fue, en primer lugar, porque su temperamento excitable provocó que literalmente se sacara. Pero en este caso hasta un punto que hizo dudar de las consecuencias de su presión arterial. Pese a las críticas que puedan merecer algunas o varias de sus acciones y definiciones, no hoy sino desde siempre, lo que jamás puede estar en duda es que D’Elía es un militante de toda la vida; que mora también desde siempre en un barrio de La Matanza; de cuyo domicilio particular, trabajo e ingresos se conocen pelos y señales, y cuyos avatares en la Justicia jamás se relacionaron con episodios de corrupción. Alguna vez de hace no tanto fue objeto de una denuncia periodística truchísima, acerca del manejo de fondos sobre un plan de viviendas, y no sólo no hubo rebote judicial alguno, sino que el denunciante eludió el desafío de sentarse al debate que el imputado le propuso y propone. Lindo periodismo, que tira la piedra y esconde la mano y que presume de hacer solamente eso, periodismo, como si esta actividad no se enmarcara en lo más alto del juego de los intereses de poder. La cuestión, para volver al hecho ocurrido en la tevé, es que de todas las recriminaciones que quieran cargarse a D’Elía no se cuentan la de ser un corrupto, ni un actor dramático. Es lo que es. No finge. Y lo que es consiste en denigrarlo por ser un negro peronista, que es la acusación apriorística, básica, definitiva, sin que interese primordialmente la sustancia de lo que pueda decir en forma calma o estallada. Que el negro ese, o ese negro delincuente, pudiera tener un ataque cardíaco mientras recorría indignado el set televisivo, y que hablara de los sectores excluidos mientras vive a sus anchas gracias a la caja corrupta que le provee este gobierno fue el centro analítico de quienes viven para enchastrar los foros de las redes sociales y los portales de los medios que ya sabemos. O que deberían saberse y ser asumidos como tales, como verdaderos y enormes actores de poder, por parte de quienes los pretenden impolutos.

Hay una observación potente. Habrá quienes la consideren una obviedad, pero a estar por los comentarios y reacciones que despiertan algunos acontecimientos pareciera que nada debe darse por ostentosamente básico. Venimos, por ejemplo, de haber entrado en el juego de tener que repudiar linchamientos. Si se llega al extremo de haber bajado ese piso, considerándose natural un debate sobre si está bien o mal hacer justicia pública por mano propia, ¿hasta dónde llegará el techo? D’Elía habló del “zabeca de Banfield” como el introductor y potenciador de la droga en territorio argentino. Fue un señalamiento archiconocido, que a efectos de la moraleja no importa si es ampuloso o flojo de papeles probatorios. De hecho, D’Elía perdió el juicio por calumnias e injurias que le inició su acusado. Pero lo que nadie podía desconocer, y menos que menos entre los profesionales o panelistas que integran ese programa televisivo, ni entre quienes lo ven, es a quién se refirió. Así y todo, le insistieron con que brindara el nombre propio –ignorando aquel fallo judicial– en la pretensión de que “el dirigente piquetero” procediera contra sí mismo. No interesaba excavar en torno de la problemática de la droga, ni respecto de causas hondas de la marginación social, ni alrededor de nada de nada que no fuera que D’Elía pisara el palito. Ese vector de simplemente producir escándalo, gracias al mecanismo de generar un poquito de todo y mucho de nada, es la médula de los medios en general y de la lógica televisiva en específico. Pero es más notable aún que D’Elía expresó, sin filtro y de vuelta, lo que la mayoría de “la opinión pública”, o el mito urbano, dicen sobre el “zabeca de Banfield”. ¿A qué conmoverse tanto, entonces? ¿Qué cosa dijo ese negro peronista que no sea idéntica a lo que las buenas conciencias del gorilaje piensan y dicen sobre “el zabeca”? ¿Qué cosa es, en consecuencia, lo que indignó de la intervención de D’Elía? ¿Que se plante con una postura crítica y denunciadora frente a emblemas de la derecha peronista, siendo que él mismo es la personificación acabada del peruca pilíferamente rechazado? ¿Molesta el sustrato de lo que dijo? ¿O jode que lo dijo un morocho de Laferrère que, por esa condición, remite a los sentimientos más cabalmente racistas de los que piensan del “zabeca de Banfield” lo mismo que él? ¿Sólo están habilitados a hablar de peronismo los modositos que promueven al peronismo que les conviene? ¿Lo revulsivo de los candidatos liberales con chances de ganar en 2015 será, quizá, que provienen del propio peronismo?

Esto último es otro aspecto bien interesante, porque quienes proclaman, hace rato, el fin de ciclo kirchnerista, no saben explicar cuál ciclo sucedería que no sea una variante dentro del propio peronismo. Se ven obligados a impulsar figuras provenientes de la estructura que su gorilismo detesta. Tienen una contradicción que, es cierto, resulta mucho más secundaria que principal: el odio de clase los lleva a apetecer el cierre de esta etapa a como dé lugar, pero sólo encuentran las probabilidades ganadoras entre lo mismo que emocionalmente rechazan. Quieren unos años noventa que vuelvan a darles la ventaja de aprovechar, en plata, lo que únicamente puede conducir el peronismo. Populismo de derecha. Si va por ahí, el pan y el circo no les molestan en absoluto. Y no se puede negar que los medios opositores expresan, en ese sentido, a una parte social, amplia, de la que son producto.

Entre los capítulos mediáticos de la semana hubo otro que lo significa, sintetizado en un titular periodístico brillante: “La inseguridad de lo que dice una nota” (Página/12, miércoles pasado). El programa Chiche en Vivo presentó a dos presuntos motochorros que relataron prolijamente su modus operandi contra “motos grandes, autos de alta gama, billeteras y notebooks”. A la puerta del canal, apenas concluido el programa, hubo un operativo ordenado por el Juzgado de Instrucción 36, a cargo de Guillermina Martínez, que procedió a la detención de ambos declarantes televisivos y del operador que los regentearía. Juan y Francisco, tales los nombres de los “motochorros” que fueron mostrados con gorros y de espaldas, declararon que les dieron 300 pesos para aparecer como personajes. Fuentes policiales admitieron que la producción del programa intentó evitar la detención de los pibes, con el argumento de que sólo se trataba de gente contratada. Los jóvenes fueron liberados, el conductor del ciclo negó que la nota haya sido armada y hasta que se pruebe lo contrario, o hasta que no se pruebe nada, corresponderá creerle. Pero lo significativo no es eso, sino lo que se quiere creer. Lo que importa no es lo que realmente haya pasado, como tampoco afecta el qué de lo que dijo D’Elía sino el quién que representa. En el recuadro de opinión que acompaña la crónica del diario sobre lo ocurrido en el programa de C5N, Marcelo Arias, académico y docente en el área de las ciencias sociales, habla de un esquema del discurso periodístico de la televisión comercial que podría graficarse, dice, con la secuencia “De Nosotros para Ustedes sobre Ellos”. Y describe esa encadenamiento con la existencia de “un Nosotros que emite, por ejemplo, la noticia televisiva (el periodista, digamos); hay un Ustedes al que la noticia se dirige (“los vecinos”, “la gente” o cualquiera de esas muestras de vaguedad nominal que, en todo caso, confluyen alrededor de la clase media), y, por último, hay un conflictivo Ellos, prototípico referente sobre el cual se asienta, en particular, la “noticia policial”. Arias remarca los tres rasgos muy específicos que suelen caracterizar la percepción que se tiene de Ellos: son jóvenes, son pobres, son morochos. “Siempre deben resultar temibles, irreverentes, irrecuperables.” Y “diríase que, para el discurso hegemónico de la prensa comercial, lo importante es mantener esa figura. Fuera de ello, parece que resulta irrelevante, luego, si su representación está siendo escenificada, o si a la salida de un estudio televisivo los está esperando –nada ficticia– la policía.”

Uno cree que de eso se trata. De no pensar ni operar como la gente que piensa y opera así.

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Imagen: DyN
 
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