EL PAíS › OPINION

Treinta años de lucha

Por Hugo Yasky *

El 11 de septiembre de 1973, la unificación de los principales sindicatos docentes de todo el país marcaba el nacimiento de la Ctera.
Sucedió en un año tumultuoso en que el acumulado de las luchas populares se había corporizado pocos meses antes en el triunfo de Héctor Cámpora, en medio de una movilización social creciente que constituía el sustrato de aquella primavera democrática. Y sucedió también, quizá como presagio de los duros tiempos por venir, el mismo día en que los militares chilenos, con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, iniciaba la cuenta regresiva de los gobiernos populares de América latina.
Fue el propio Alfredo Bravo quien de puño y letra redactó el primer comunicado de prensa de la Ctera en el que se expresaba la condena ante el derrocamiento y asesinato de Salvador Allende.
Desafiante y transgresora de un orden sindical frente al cual proclamar la autonomía de los partidos políticos y del Estado equivalía a proferir una herejía.
Frontal en la asunción de los compromisos de su tiempo, al expresar en la Declaración Final del Congreso Constitutivo del 12 de septiembre de 1973 “.... en un momento de claros pronunciamientos populares que revelan la generalizada voluntad de transformar en profundidad las estructuras de nuestro país, los docentes no permanecen indiferentes. Con su acción deberemos contribuir a que la liberación nacional y social se convierta en realidad”.
Anticipatoria de la disputa que décadas después instalaría el neoliberalismo, con sus políticas de ajuste en detrimento de la responsabilidad del Estado, con su ofensiva por la educación-mercancía y la escuela-empresa, al delinear en su Declaración de Principios el campo de una lucha que aún hoy perdura, en una definición que a 30 años vista tiene plena vigencia: “La Educación es un derecho de todo pueblo y por lo tanto constituye un deber y una función imprescriptible e indelegable del Estado en pos de una real igualdad de oportunidades para todos, la que sólo puede tener vigencia eliminándose las trabas sociales, económicas y culturales que la impiden”.
Así nacía la Ctera, que poco tiempo después entregaba uno de los primeros mártires de la dictadura militar, su secretario general adjunto, el maestro tucumano Isauro Arancibia, acribillado a balazos junto con su hermano en la sede de su sindicato a las cero hora del día 24 de marzo de 1976. A él le siguieron Marina Vilte, Eduardo Requena y otros 600 docentes desaparecidos.
Pero, para entonces la flecha ya estaba en el aire y la Ctera creció como identidad de la docencia argentina y expresión de la lucha por la escuela pública. Asediada por la derecha y los gobiernos de turno, lejos del calor de invernadero de los despachos oficiales, fuerte como las plantas que resisten la intemperie del desierto.
La Ctera de la Marcha Blanca, la de la resistencia en la década menemista, la que dejó sus huellas en el camino de la construcción de la CTA, la de la Carpa Blanca.
La que sigue marchando y resuena cada vez que la docencia se pone de pie para defender la educación pública.

* Secretario adjunto de la Ctera.

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