EL PAíS › OPINIóN

Del odio al amor, un solo PASO

 Por Martín Astarita *

Instauradas a nivel nacional en 2009 con la Reforma Política, las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) han logrado superar las críticas iniciales para convertirse hoy en una herramienta utilizada no solo para dirimir la mayoría de las candidaturas a presidente, sino también en el ámbito subnacional: ya son once las provincias, más la Ciudad de Buenos Aires, que recurren a dicha modalidad. Pareciera que, más allá del signo político y del nivel de gobierno del que se trate, existe un amplio consenso a favor de las PASO. Cabe reflexionar entonces sobre las razones para que así suceda.

Dos objetivos –formalmente declarados– motivaron su instauración: democratizar las estructuras partidarias, otorgando mayor poder decisorio a los ciudadanos; y contribuir a limitar la fragmentación del sistema partidario argentino (para ello, se fijó un umbral del 1,5 por ciento para competir en las elecciones generales).

El primer objetivo se cumplió gradualmente. Aunque en 2011 y 2013 predominaron las listas únicas, el buen desempeño de Unen en las legislativas porteñas de 2013 parece haber marcado un punto de inflexión. En efecto, el FpV, el macrismo en alianza con la UCR y la Coalición Cívica, UNA (Massa y De la Sota) y el FIT tienen previsto usar las PASO para definir sus candidatos a presidente. Aunque en algunos casos ello responde a la imposibilidad de conformar una lista de consenso, entra en juego también un efecto “compulsión”: nadie quiere dejar de ofrecer al votante buenas razones para participar en una primaria que, además de seleccionar candidatos, constituye una gran encuesta nacional, con repercusiones en las elecciones generales.

En la propia evolución de las PASO se comprueba también que los actores políticos no responden en forma automática a las nuevas reglas, sino que aprenden por medio del ensayo y el error. Lo dicho se observa con nitidez dentro del FpV. En 2011 y 2013 presentó lista única en la mayoría de los distritos, mientras que en 2015, en la Ciudad, eligió el camino opuesto (siete precandidatos). Para las primarias presidenciales de agosto, finalmente, se encamina a una estrategia intermedia: dos listas que puedan polarizar y resultar atractivas para el electorado.

Con respecto al segundo objetivo, es difícil arribar a conclusiones definitivas, aunque se pueden tomar algunos indicadores como referencia. Entre 2009 y la actualidad hay 79 partidos menos reconocidos por la Justicia (se pasó de 656 a 577). En esta merma, igualmente, pudieron haber influido también los nuevos requisitos de afiliación impulsados en la misma Reforma Política, además de otras variables no institucionales. Donde sí se ve mayor efecto de las PASO es en la cantidad de listas presentadas. Por ejemplo, en 2011 hubo diez fórmulas presidenciales en las primarias y tres no alcanzaron el 1,5 por ciento. En cuanto a diputados nacionales, en 2011 se presentaron en los 24 distritos un total de 203 listas y 45 no superaron el 1,5. En 2013, sobre un total de 175 listas, 30 quedaron por debajo del 1,5. La disminución de listas entre 2011 y 2013 indica que el efecto reductor de las PASO no solo opera mecánicamente (al descartar a aquellos que no superan el 1,5), sino también en forma dinámica, al forzar a muchos partidos a formar alianzas.

En definitiva, el balance de las PASO no puede ser más alentador: se mantienen vigentes a nivel nacional, cumplieron con los objetivos formalmente propuestos, y gradualmente, distintas provincias han hecho suya esta herramienta.

Sin embargo, las primarias generan algunas consecuencias negativas que merecen atención. Primero, tornan más acuciante el problema del financiamiento político. Son una elección más y por ende los gastos se multiplican. No se quiere argumentar aquí, como los voceros de la “antipolítica”, que la democracia es cara. Se hace hincapié en que la creciente dependencia económico-financiera de los partidos es un problema a tener en cuenta. Segundo, alimentan el internismo y personalizan aún más la política. Tercero, representan una suerte de penalización para el militante partidario, pues se lo iguala en su derecho a elegir candidaturas con el ciudadano “ordinario”, que no tiene ningún tipo de participación dentro del partido político.

En síntesis, aunque las PASO han logrado revertir la desconfianza inicial y cumplieron, en alguna medida, los objetivos para los cuales fueron implementadas, no hay que idealizarlas. Así como pueden resultar adecuadas para democratizar las estructuras partidarias y limitar la fragmentación del sistema partidario, suscitan otros problemas vinculados con la calidad democrática, como por ejemplo, la equidad y transparencia en el financiamiento electoral, la personalización de la política, y la dilución de la figura del militante partidario.

* Politólogo, magister en Economía Política (Flacso).

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