EL PAíS › UN REPRESOR CON PODER EN DIEZ PROVINCIAS

Un dinosaurio y una hiena

 Por Marta Platía

Desde Córdoba

No deja de resultar curioso: durante los cinco juicios que lo tuvieron como protagonista en Córdoba, en el 99 por ciento del tiempo se lo vio en su clásica pose: párpados semientornados; una economía de movimientos que recuerda a los habitantes prehistóricos de la Isla Galápagos; cuando no profundamente dormido en su butaca de acusado. Pero en los días de condena, cuando se leen los veredictos o cuando aparece algún testigo que lo incrimina de modo directo –como ocurrió en el caso del arriero Julián Solanille, que juró haberlo visto en un fusilamiento masivo en La Perla–, Luciano Benjamín Menéndez se enciende. Rejuvenece. Y esa especie de dinosaurio somnoliento, cuasi vivo en la que muta la mayor parte del tiempo, vuelve a ser el Cachorro. O la Hiena, como le llamaban sus soldados con una mezcla de admiración y espanto.

Como ocurrió ayer: vivaz, de traje y camisa impecables, el pelo prolijo, recortado y peinado, y el plus de un vigor poco común en sus casi 88 años, este hombre nacido en San Martín, provincia de Buenos Aires en 1927, se mostró hasta entusiasta en la lectura de sus discurso antes del veredicto. Menéndez se enorgullece de su padre y de su abuelo –también militares– que participaron en las represiones y matanzas en la Campaña del Desierto o del derrocamiento de Juan Domingo Perón, según fuera su tiempo histórico. El mismo, cuando le llegó la hora, tomó su lugar en esa sucesión de sangre a fuerza de matanzas masivas, de fusilamientos, torturas, robos y desapariciones. Así se convirtió en el militar que más condenas a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad recibió en la historia argentina.

Su actuación como jefe del Tercer Cuerpo de Ejército desde 1976 le dio el poder casi absoluto sobre diez provincias argentinas durante la última dictadura y lo ejerció con entusiasmo y la mano presta en su facón. Ese que exhibió a la salida de un canal de tevé. Ese que tantos le vieron empuñar en los campos de La Perla. Menéndez erigió con delectación su fama de “duro” que –incluso– llegó a “respetar” el propio dictador Jorge Rafael Videla. De hecho, varios testigos en estos juicios –dos de ellos militares que perdieron a sus hijos– llegaron desesperados al despacho del dictador para pedir la liberación de sus vástagos de manos del Cachorro, a los que Videla contestó: “No puedo hacer nada. Están en territorio de Menéndez”. Así, sin más. Uno de ellos, un coronel de apellido Escobar, que había sido amigo desde los trece años del dictador, se lo confesó a su familia cuando hubo de decirles que nunca más volverían a ver vivo a Carlos, el joven desaparecido. Tal el poder (¿el miedo?) que ejercía Menéndez sobre su jefe.

Entre sus “dignos subordinados”, como gusta llamar al resto de los 50 represores que están imputados con él por los crímenes cometidos en los campos de concentración de La Perla y el Campo de La Ribera, además del D2 y otros sitios de tortura, muerte y desaparición, goza aún de respeto, aunque se nota que el hecho de contar con el beneficio de prisión domiciliaria resquebrajó la comunicación y, de hecho, quien parece ejercer el nuevo liderazgo es Ernesto “el Nabo” Barreiro, de 67 años.

El multicondenado ex general (fue destituido por las Fuerzas Armadas luego de estos juicios) pocas veces se sale de su eje en las audiencias. Pero hay dos cosas que lo pueden: cuando lo llaman ladrón, como ha ocurrido en el caso Mackentor (el Papel Prensa cordobés); o comparece a declarar algún miembro de la familia Vaca Narvaja: una de las tantas diezmadas por el terrorismo de Estado. En este caso en particular, sus hordas secuestraron y asesinaron al que fuera ex ministro de Frondizi, Miguel Hugo Vaca Narvaja, de 59 años y padre de 12 hijos (uno de ellos el líder Montonero Fernando), y su primogénito del mismo nombre, que era un abogado de 35 y tenía tres hijos. Cuando las mujeres de la familia lo increparon, Menéndez llegó casi a la descompostura física de la bronca. Lo mismo ocurrió cuando Gonzalo, el más chico de los 12 hijos, llamó “miserables” a los imputados. Menéndez, sin que le dieran permiso para hablar, refutó “el insulto” indignado y temblando de ira desde su banquillo, atribuyéndose un sayo que nadie atinó a quitarle. En las próximas semanas comparecerá en Catamarca. Una condena tras otra parece ser su paisaje final.

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