EL PAíS › TEXTO COMPLETO DE LA CARTA ABIERTA/20

“Las urnas y el fuego: el trabajo de los símbolos”

El colectivo de intelectuales y trabajadores de la cultura dio a conocer su nueva Carta Abierta, dedicada a analizar la actualidad política y la búsqueda opositora de deslegitimación de un proceso electoral en el que se sienten derrotados.

1 Nunca como hoy la lucha por una sociedad más justa en lo concreto real, está tamizada por símbolos. La palabra urna y la palabra fuego lo son. Y son incompatibles. Quienquiera que haya quemado urnas, ha producido un efecto simbólico que paraliza una sociedad. Los indicios disponibles dicen que una política mendaz de algunos políticos de la oposición y de los poderes comunicacionales que mucho saben de estas simbologías, juegan con estos elementos de la conciencia espontánea: las urnas sagradas y el agente incendiario. Si el problema está así bien planteado, sería bueno seguir el rastro de quienes realmente han incendiado y quienes ya tienen interpretado el hecho de una manera fija y unidireccional. El gobierno desde sus inicios siempre ha debatido sobre símbolos, desplazó aquellos que cargaban connotaciones de injusticia y represión. Es una discusión abierta. Los multimedios especializados en operaciones simbólicas, construyen símbolos equívocos. Algo han aprendido, pero en este caso, cierran la discusión: al jugar con los símbolos, juegan con fuego

Como si un principio de causalidad absoluta y lacrado con soldadura a soplete rigiera todos los hechos ocurridos en los últimos meses en el país –especialmente la elección en Tucumán–, pareciera ahora que todos los hechos surgen ya interpretados. Asemejándose así a una absurda situación donde cada acontecimiento ya tuviera preparado su casillero inflexible, donde apenas ocurrido le espera el tajante desciframiento que le explicará qué es o quién es. Entonces, la acusación de fraude electoral ya no precisaría probanzas. Más que una acusación sería un vaticinio. Y el vaticinio no demora en declararse portador de la propia condena. El país viviría en estado de vaticinio permanente. Y así, un “horizonte de eventos” habría abandonado la más evidente realidad. Hasta la caída de un pajarito se explicaría por la Gran Culpa del gobierno.

Este rasgo folletinesco de la interpretación ritual de los medios hegemónicos no nos debe hacer perder de vista que toda forma y todo contenido histórico, son de por sí incompletos, contingentes e inconclusos. Nunca hay algo que separe radicalmente lo hecho de lo que falta hacer, porque la realidad se compone de un juego mutuo y movedizo entre la crónica de las realizaciones y los propios obstáculos que ellas acarrean. Esta es una apreciación general que sirve para discutir en serio el complejo y reparador proceso histórico que vivimos en las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner. Una manera lineal y sumaria de explicar este mismo período, surge de una imputación apriorística: el gobierno es siempre culpable, y mucho más lo es cuando los desarreglos respecto a las normas electorales, provienen de quienes después se desdoblan en acusadores. Maniobra de tramoyistas y escenógrafos casi perfecta.

Antes, los grandes capitales financieros especulativos transformados en norma política del sentido común, solo precisaban de economistas rudos y directos, a la manera de Melconian. Ahora también precisan especialistas en creación de estados de culpabilidad de las instituciones públicas y un utopismo imantado de cualquier fragmento ideológico disponible –con tal de quedar lejos y desnutrido de sus raíces– para señalar el imperio del Demonio (reemplazado por prudencia narrativa por otros nombres, sin embargo portentosos: feudalismo, efedrina, corrupción, incendiarios, etc.). Son palabras que caen como meteoritos de una ciencia política convertida en astronomía delirante. Y no es que no existan los problemas que denominan cada uno de esos conceptos. El problema, es que no los tratan como conceptos sino como piedras mágicas de un idioma extraterrenal, extraídos incluso de los programas políticos de la televisión nocturna que de la pequeña comidilla de los insondables dramas conyugales de la televisión vespertina. La sociedad, eso busca producir el machacamiento impiadoso de los dispositivos mediáticos, vive en estado de alerta continua, todos los mensajes que recibe le recuerdan que vivimos sin ley ni garantías y al borde de las fauces del infierno.

2 La Argentina está en disputa. Cada día un nuevo acontecimiento es ofrecido, desde las usinas mediáticas y a través de las voces de los principales dirigentes de la oposición, como ejemplo de la catástrofe que supone la continuidad de un gobierno definido con los más variados epítetos siempre portadores de tachadura e injuria: “dictatorial”, “corrupto”, “autoritario”, “clientelístico”, “nepotista”. Palabras brutales que son lanzadas al escenario público siguiendo un plan claro: deslegitimar, horadar y debilitar no sólo al gobierno de Cristina sino a su posible continuidad a través de un triunfo contundente de la fórmula integrada por Daniel Scioli y Carlos Zannini. Buscan, siguiendo un libreto largamente experimentado y probado en otros países de Sudamérica, arrojar los procesos democrático populares al vertedero de la historia, convirtiéndolos en formas espectrales que sólo nos recordarían un tiempo de indigencia política, económica, institucional y social.

La máquina mediática, asociada con el rostro que en la actualidad asume la derecha encarnada en la oposición dominada por Macri y Massa, funciona a destajo bombardeando a la sociedad con un relato estructurado alrededor de una premisa central: el país como desastre, como si estuviese atravesando la noche más negra de su historia sometiendo a los argentinos a la peor de las intemperies. Tormentas naturales, tormentas económicas y ahora también electorales se superponen junto con la construcción sistemática de un clima enrarecido que intenta anticipar una profecía autocumplida: el gobierno prepara un gigantesco fraude que va siendo anticipado en elecciones provinciales donde la voluntad popular es torcida en beneficio de la continuidad del régimen. Toda la oposición se une como un solo hombre para salir a denunciar el engranaje del fraude. No importa que las urnas quemadas en Tucumán por manos opositoras le dan números de una contundencia inobjetable al FPV, tampoco importa la madurez democrática alcanzada por una sociedad que desde 1983, cuando recuperó el Estado de derecho, ha sabido recorrer el largo camino electoral sin la sombra del fraude amenazando la reconstrucción de una democracia joven. Han sido, por el contrario, los poderes económicos y mediáticos, los que han dañado, una y otra vez, y en alianza con sectores políticos, la vida democrática de los argentinos. Por eso no deja de sorprender la “ingenuidad” con la que sectores progresistas se suman al denuncismo serial que subyace a la estrategia de la nueva derecha argentina y continental.

Hoy lo intentan con mayor virulencia y asociando golpes de mercado con prácticas que buscan degradar la legitimidad de lo que se anticipa como un triunfo en primera vuelta del FPV. Ante esta certeza que les quita el sueño han decidido avanzar con todas las armas disponibles, las mismas, insistimos, que se vienen utilizando en Brasil, Venezuela y Ecuador. Más allá de las diferencias que nos separan de esos sectores que critican de buena fe las políticas del kirchnerismo, no queremos dejar de advertirles lo que está en juego en el país y el peligro que supone la consolidación de un bloque comunicacional-político capaz de bombardear sin clemencia a la sociedad con los misiles del terror, la catástrofe y el fraude buscando clausurar experiencias populares siempre legitimadas por el voto ciudadano. Es grave, muy grave que la oposición juegue con el fuego de la destitución, la deslegitimación y el descuartizamiento de la voluntad popular. Corren el peligro de sumar su voto o su abstención para favorecer la victoria de un candidato conservador, enemigos de las demandas que ellos mismos han levantado antes o ahora y que fueron convertidas en realidad por la acción del kirchnerismo. Podrán evitar un suicidio político fragmentando su voto, optando por la propuesta presidencial del FPV.

Los sectores más extremos de la oposición están lanzados a la política de cancelar el conjunto de juicios que se llevan adelante para juzgar a los represores de la dictadura. Cuestionan las formas procesales, las condiciones de detención de los acusados y, por último, reclaman una “solución” que culmine con “la reconciliación” de los “dos bandos”. Con el apoyo de importantes sectores de la Iglesia Católica local, esta ofensiva que –de acuerdo con La Nación debería concluir con una ley de amnistía– en realidad quiere la “solución sudafricana”, nacida de la debilidad relativa de los sectores populares que quebraron el apartheid. Junto a ello, los candidatos de la oposición proponen que las FF.AA. asuman tareas de seguridad para profundizar la “guerra contra las drogas” que ha causado desastres en México y Colombia. Estas acciones van por operaciones submarinas mientras la ficción del fraude está embarcada en la flota de superficie de operaciones mediáticas.

3 Y así, quienes construyen los dispositivos del daño permanente, legislan sin necesidad de congresos ni entes jurídicos: primera ley, si las elecciones las convoca el gobierno, necesariamente habrá fraude, sobre todo, si las gana. Estas generalizaciones salen de un agujero negro de la teoría comunicacional dominante: no sirve ninguna explicación basada en investigaciones previas de las irregularidades electorales o en la evidente dispersión de los eventos políticos, donde en cualquier medio de prensa se informa que los culpables de quemar las urnas o de incidentes violentos, son personas diversas e incluso un buen número de ellas, por no decir la mayoría, pertenecientes al partido político que luego las denuncia como cometidas por otros.

Proponer la modificación del régimen por el cual se rige el comicio en el curso mismo de éste, constituye una propuesta aventurera y demagógica. De hecho, dos importantes cambios progresivos al proceso electoral han sido construidos por iniciativa del gobierno kirchnerista como las propias PASO y el régimen de publicidad gratuita obligatoria en los medios audiovisuales. Ellas no merecieron reconocimiento de la oposición, pese al uso intensivo que ha realizado de las mismas. Si una modernización de los comicios y del sistema partidario, necesita ser diseñada, ello solo puede ocurrir tras un debate público luego del 10 de diciembre. Criticar la legalidad de la elección por el uso de la boleta de papel, supone poner en duda todos los comicios argentinos desde Yrigoyen a Perón, desde Alfonsín a Menem y, por cierto, los tres últimos. Este exabrupto solo puede entenderse como otro instrumento de deslegitimación y desestabilización.

La pobre realidad ocurre de un modo menor y heterogéneo; en cambio la Culpa global de un gobierno que ha rechazado los temas centrales de la nueva derecha mundial, se refutan convirtiendo el mundo real en un holograma donde se autoprovocan hechos que luego son condenados por los mismos que los provocaron. Entre la ficción catastrofal y la virtualidad de denuncias polifónicas llevadas a su paroxismo, se mueven los lenguajes de una derecha continental dispuesta a derogar el tiempo de las democracias participativas que, con sus logros y sus dificultades, han intentado sustraerse al abrazo de oso de la hegemonía planetaria del neoliberalismo. Eso también está en juego en las elecciones de octubre: persistir con políticas distributivas, con ampliación de derechos y sosteniendo el proceso de recuperación del Estado como garante de una sociedad más democrática e igualitaria o dejarse seducir por la fábula de una nueva derecha que bajo máscaras de estéticas políticamente correctas, disfraza su inevitable inclinación hacia la regresión conservadora.

Difícil situación, pues así logran que ya no se discuta el resultado de una elección, sino las condiciones de cómo esa elección es producida; y si a eso se agrega la precariedad de algunas respuestas políticas desafortunadas, incluyendo la injustificable represión policial y un modo de comportamiento electoral que no está a la altura de la importancia decisiva que estas elecciones tienen, se logra así que el país se transforme en un “holograma” desprendido de proyectos sociales, pasiones políticas, propuestas que merecen otro nivel de discusión, incluso con sus errores que tienen una lógica identificable y no están causados por la caída en el agujero negro. Mientras el gobierno, con sus logros inobjetables, sus búsquedas de reparar un país asolado por las políticas neoliberales y también por deficiencias propias de un largo camino plagado de dificultades, acechanzas y desafíos carentes de recetas previas, con sus más o sus menos, construyó un horizonte crítico y movilizador de realidades en torno a la justicia y a la inclusión social, la teoría de la información dominante pasó a ser un ente mágico que crea un terror difuso y diario. Mostrando hologramas, esto es, figuras vacías de vida, donde se universalizó la pobreza, las inundaciones y la violencia no como resultado de eventos efectivos y abiertos a explicaciones sobre las realidades y las deficiencias de la relación del Estado con las obras públicas y la naturaleza, sino como hechos que caen en el pozo penumbroso de la Culpa General de la Cadena Nacional.

4 Los dados de la vida, de la historia, del presente y del futuro están echados con su mezcla de certeza y azar. Nada está garantizado cuando una sociedad se enfrenta a una encrucijada de hondas significaciones y cuando lo hace atravesada sin piedad por una máquina mediática opositora que sólo busca generar el desánimo, la incertidumbre y el desasosiego como instrumentos para desandar el camino de la emancipación, la soberanía y la disputa por la distribución más justa de los bienes materiales y culturales que ha caracterizado esta etapa profundamente reparadora de la vida de los argentinos.

En nuestra primera Carta Abierta le decíamos a la sociedad:

“Como en otras circunstancias de nuestra crónica contemporánea, hoy asistimos en nuestro país a una dura confrontación entre sectores económicos, políticos e ideológicos históricamente dominantes y un gobierno democrático que intenta determinadas reformas en la distribución de la renta y estrategias de intervención en la economía. La oposición a las retenciones –comprensible objeto de litigio– dio lugar a alianzas que llegaron a enarbolar la amenaza del hambre para el resto de la sociedad y agitaron cuestionamientos hacia el derecho y el poder político constitucional que tiene el gobierno de Cristina Fernández para efectivizar sus programas de acción, a cuatro meses de ser elegido por la mayoría de la sociedad. Un clima destituyente se ha instalado, que ha sido considerado con la categoría de golpismo. No, quizás, en el sentido más clásico del aliento a alguna forma más o menos violenta de interrupción del orden institucional. Pero no hay duda de que muchos de los argumentos que se oyeron en estas semanas tienen parecidos ostensibles con los que en el pasado justificaron ese tipo de intervenciones, y sobre todo un muy reconocible desprecio por la legitimidad gubernamental”.

Nunca tan actuales estas palabras. Antes, en el cinematógrafo de la vida política nacional, pasaron “La 125”, ahora, reproduciendo la lógica empresarial hollywoodense la reestrenan como “Destituyentes II”. Desde Carta Abierta, un espacio colectivo que ha sabido participar en el debate público y democrático sin renunciar a sus convicciones de origen, convocamos al pueblo argentino a apoyar a Daniel Scioli y a Carlos Zannini como el camino para la continuidad de las mejores políticas de estos años y como barrera de contención contra los intentos de restauración de una derecha que busca clausurar la totalidad de las experiencias democráticas y populares de nuestro continente, así como también confiamos en que el crecimiento de la conciencia y la movilización popular habrán de expresarse para defender las conquistas ya logradas.

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