EL PAíS › PANORAMA POLITICO

El doctor Merengue

 Por Luis Bruschtein

Como si al doctor Merengue se le hubiera escapado un gas en el Jockey Club. Desconcierto. El doctor Merengue y su otro yo, de la vieja Rico Tipo, renacen de la historia de la historieta con su doble personalidad, el petimetre remilgado que la va de prócer de la República y su otro yo: el avivado mezquino y ventajero de la picaresca. Mauricio Macri quedó así entre la imagen celestial que han construido sus consultores y los grandes medios y la rapiña tiñosa de la pauta publicitaria puesta en evidencia por su propio gobierno en un portal de la red. Atrapado en la telaraña de esa ambigüedad, su campaña electoral se paralizó. Macri es un hombre de negocios y entiende así a la gestión y a la política. En el mundo de los negocios es aceptable que algunos manejos que para ellos son normales no pueden ser públicos porque el ciudadano normal no los entendería. En los negocios hay una doble moral entre la letra chica y la letra grande. En la política también hay de las dos letras, a veces por conveniencia, a veces por doble moral. El poder teje esa doble faz que lo distancia del hombre común. Una distancia que la democracia busca acortar. El político se mueve haciendo equilibrio en esos dos mundos. Pero cuando la letra chica, la parte oscura, prima sobre lo público y transparente, cuando se hace inexplicable y esperpéntica, como los negociados, hay cortocircuito.

La pública y la denunciada, las dos personalidades conocidas del ingeniero Macri –por no insistir con el doctor Merengue– son tan opuestas como uno se imagina materia y antimateria. Coexisten, se toleran en la oscuridad, pero estallan con la luz. Y el estallido es más grande cuanto más antagonismo hay entre lo virtual y su correlato oscuro. Esa distancia es la que mide también la tolerancia cuando los trapos sucios salen a la luz. Al PRO le está resultando difícil compaginar las dos versiones. Se quedó sin respuestas y las que usa para defenderse, como supuestas fallas en la carga de los datos al portal o que el Gobierno de la Ciudad trabaja con bolseros o mayoristas de publicidad, sin enterarse del destino final de los fondos, parecen infantiles porque no se trata de propinas sino de cifras considerables y porque varios de los beneficiados son funcionarios o dirigentes del PRO. Son negocios. En el caso de Niembro, que encabezaba la lista de la alianza con los radicales para diputados nacionales bonaerenses, ha recibido pagos millonarios inexplicables y le ha realizado a Macri chivos publicitarios que harían enrojecer al pirata Morgan.

Los programas de derecha, neoliberales, como los que impulsan el PRO y los radicales, son piantavotos. Se ocultan detrás de promesas, que por provenir de un candidato conservador, sólo son creíbles por la construcción que realizaron los medios de oposición que pusieron todo el énfasis en que el oficialismo miente, dice un relato opuesto a lo que hace y concentra toda la corrupción como única meta de gobierno. Y del otro lado está lo verdadero, lo honesto y lo que verdaderamente se puede hacer en lo social y en lo económico. Es una construcción virtual que oculta el verdadero programa neoliberal. Pero es un muro que trepida cuando se le saca un solo ladrillo. El discurso se deshace cuando se vislumbra la mentira y la corrupción. La corrupción no aclarada no solamente provoca rechazo, sino que además neutraliza todo el discurso de la alianza Cambiemos.

La campaña de Mauricio Macri pasó a baja intensidad. Hay una actitud corporal, una forma esquiva a los medios, un entusiasmo medido, con temas fuera de agenda y promesas que no se pueden respaldar en ocho años de gestión en la CABA. Empiezan a aparecer algunas encuestas tendenciosas, pero que marcan el horizonte creíble más favorable que puede alcanzar el PRO: paridad con el Frente para la Victoria si pasa a segunda vuelta. Sergio Massa sabe que no va a ganar, que va tercero cómodo, pero tiene 43 años que le prodigan más futuro y necesita una estructura que lo aguante hasta las presidenciales posteriores. Aparecen también sus encuestas favoritas que lo dan cerca de Macri para pasar a segunda vuelta. Perder no puede sacarlo de circulación por cuatro años ni regresarlo a Tigre. Su campaña no es para ganar sino para defender y ampliar su espacio. El que claramente juega para ganar es Daniel Scioli, los números lo favorecen, la mayoría de las encuestas lo ven con posibilidades de ganar en primera o en segunda vuelta aunque todavía le dejen ese pequeño margen a Macri. Scioli va ganando empuje a medida que avanza la campaña y es claro el reordenamiento dentro de las fuerzas del Frente para la Victoria.

Los casos de Niembro y de los manejos corruptos de la pauta publicitaria porteña o el retraso inexplicable para presentar su declaración jurada de bienes pegaron en la línea de flotación del ánimo. Difícilmente a esta altura le haga perder una cantidad significativa de votos, pero seguro no le permitirá ganar ni uno más. Lo más evidente, lo que ya se puede ver, es la desorientación, como si hubiera quedado groggy por el impacto. Macri es un candidato que se quedó sin respuesta, que elude los programas periodísticos, hasta los más afines. Ha perdido la autoridad moral para convertirse en juez del oficialismo. Un lugar que le habían trabajado y reservado las corporaciones mediáticas opositoras. Es el discurso supuestamente apolítico que le facilita a estos medios hacer política sin que lo parezca. Pero ese lugar quedó vacío. Nadie puede tirar la primera piedra y menos Macri.

Los spots son desopilantes, Macri promete una revolución educativa y planes de construcción cuando constituyen dos de los baches más grandes de su gestión. Y dice “pobreza cero”, sin explicar cómo. Fue matemático: los presupuestos que presentó el macrismo en la ciudad redujeron las partidas para vivienda, educación y programas sociales. Hay una campaña sin rumbo y también sin empuje. Como esos candidatos que sienten que han llegado a un techo y optan por ocultarse porque sienten que empiezan a perder cuanto más se muestran. Macri nunca aceptó ser entrevistado por medios o periodistas críticos, a los que siempre castigó, además, con el retiro o la minimización de la pauta. Siempre fue a los medios y programas que lo consentían. Ha sido poco democrático en su relación con los medios. Pero ahora incluso retaceó esa presencia. El candidato de conservadores y radicales solamente aceptó hablar de cuestiones personales en algunos programas donde lo más sobresaliente fue la obsecuencia de sus interlocutores.

Hubo una cierto abandono después de las PASO. El desánimo fue visible porque a pesar de sus alianzas con el radicalismo y con Sergio Massa, no alcanzó los resultados que esperaba. No habrá más gobernadores del PRO que el de la CABA ni más intendentes en el conurbano y tendrá minoría con mucha diferencia en las dos cámaras del Congreso. Su expectativa real más favorable, la única que le daría una posibilidad de ganar en una segunda vuelta muy pareja, lo llevaría a un escenario todavía más complejo, de gobernabilidad cero. No tendría casi margen para impulsar los ajustes, devaluaciones y endeudamientos que sugieren Federico Sturzenegger, Carlos Melconian, José Luis Espert o Miguel Angel Broda, que aparecen como sus referentes económicos. Su ex candidato a senador, Melconian, dijo que no habría que dejar nada en pie de lo que hicieron los gobiernos kirchneristas. Misión imposible: debería afrontar a un peronismo muy movilizado en estos años y con el kirchnerismo indemne después de haber gobernado durante doce años. Pero sobre todo con una sociedad que discute de una manera diferente y que ha sido beneficiada, sin distinción entre oficialistas u opositores, con medidas de ampliación de derechos que no se dejará arrebatar fácilmente.

No se produjo la crisis económica que la oposición esperaba para esta época. Macri no obtuvo los resultados que esperaba en las PASO y en las provinciales adelantadas. En cambio saltó el escándalo Niembro y de la pauta publicitaria. La consecuencia es un macrismo desganado. La cantidad de elecciones que implicó la agenda de este año funcionó como un streep tease electoral. Antes de que caiga la última prenda en octubre, ya no queda casi nada por adivinar.

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