EL PAíS › PANORAMA POLíTICO

Deuda y violencia

 Por Luis Bruschtein

De un lado puñetazos y armas de fuego entre kirchneristas en la Legislatura bonaerense, de lo que nadie puede dar testimonio. Versiones opuestas, testigos anónimos, desmentidas públicas. Del otro, cuatro balazos calibre 38 contra un acto político del kirchnerismo. Hay dos mujeres heridas y están las balas disparadas. No es una versión, están las pruebas. Nadie puede decir que no ocurrió. Pero hay versiones, justificaciones y ninguneos.

No importa la realidad ni las pruebas. La virtualidad del escenario de los medios no distingue entre lo real y lo virtual, se despega de la realidad. Pero esas dos imágenes virtuales disputan frente a la sociedad por un sentido que sí tendrá impacto en la realidad. La disputa es quién aparece como responsable de la violencia política. Es un escenario donde la víctima denunciará al violento, y por el otro lado, para el violento es importante que sea el otro el que aparezca visualizado como tal, por lo que también denunciará al otro como violento. La víctima y el violento denuncian los dos a la violencia, por lo que el resultado es neutro. Y así, el violento puede serlo con la impunidad de lo natural. La vuelta de las cosas. Porque de esa manera habrá medios que se llenan de indignación por la violencia política, cuando en realidad la estén alimentando, como ha sucedido en otros tiempos.

De un lado la crisis del 2001, el default y el infierno desatado por una deuda descontrolada. Del otro lado este alivio, e incluso alegría, virtual o parcialmente verdadera porque, al pagarles a los fondos buitre Argentina podrá tomar deuda nuevamente. Un país fundido por la deuda y un país que se alegra porque vuelve a endeudarse. Parecieran dos países diferentes, pero es el mismo.

Es el mismo país el que sufrió y el que ahora se alegra porque va a volver a sufrir. Es absurdo. No tiene sentido desde la experiencia real. Hay un sentido que debería asentarse y consolidarse en esa experiencia durísima. Pero hay otro sentido que lo contrapone y que tiene la fuerza insólita para desdibujar de la memoria colectiva esa experiencia tan dura. A veces el resultado de esa confrontación de sentidos es la unanimidad por uno de ellos, como sucede en las guerras. A veces simplemente es el desbalance: uno de ellos logra más aceptación que el otro y se convierte en dominante. El otro pasa al territorio de lo resistencial hasta desaparecer o recuperarse.

No es trivial que una reunión política sea atacada a balazos como sucedió la noche del sábado pasado en Villa Crespo. Durante doce años no hubo un solo ataque contra locales de fuerzas políticas del oficialismo o de la oposición. No formó parte de esa realidad. Cualquier atisbo de violencia mereció el repudio inmediato de las autoridades. Era una lógica diferente y que de alguna manera funcionó para erradicar este tipo de hechos de violencia en los actos o en las manifestaciones oficialistas u opositoras durante doce años.

Con el nuevo gobierno, en una semana se produjeron dos de esos ataques, uno en Mar del Plata contra un local de La Cámpora y el otro contra un local de Nuevo Encuentro. Puede ser el anuncio de que este tipo de violencia se incorpora nuevamente al escenario de la política. Clarín lo publicó en la página de noticias policiales, no de la sección política. En las redes circularon varias justificaciones: el acto era ruidoso, los manifestantes tuvieron actitudes de provocación, un vecino violento. La forma en que este tema es trivializado por los medios oficialistas confirma la hipótesis de algo que puede ser permanente otra vez. Disparar al bulto contra una multitud que se expresa en forma pacífica es terrorífico. Naturalizarlo, lo es más todavía. Hay una intención política tanto en esa violencia como en su naturalización. Son hechos que se entroncan con otro fenómeno que es el recrudecimiento de la represión violenta a la protesta social.

Los medios oficialistas trivializan expresamente estos hechos y en forma subterránea los justifican. El tiroteo contra personas que participaban en un acto kirchnerista va a la página de noticias policiales, pero destacan en la sección política la versión no confirmada de una pelea a trompadas con exhibición de armas de fuego en el bloque kirchnerista de la Cámara de Diputados bonaerense. Es claro el sentido que quieren transmitir en cada una de esas informaciones y en su contraposición.

En otro plano, durante la semana los diputados discutieron el pago a los fondos buitre. Argentina estaba obligada por el fallo injusto de un juez municipal norteamericano que favoreció a los fondos buitre a contrapelo de la tradición y la práctica internacional en situaciones similares y en contra de las normativas sobre procesos de quiebra que rigen en todos los países, incluyendo a los Estados Unidos. Es un fallo aberrante del juez Thomas Griesa. El oficialismo no defiende el pago a los buitres como una obligación sino como si estuviera de acuerdo con ese fallo. Griesa presenta el fallo como un símbolo, un freno a los desmanes de un aparato estatal que perjudica a los privados. La actitud del macrismo podría ser más política y rasgarse las vestiduras, pero no lo hace porque coincide con la esencia del fallo que es la idea de una justicia que defiende a las empresas y a los bancos frente al Estado. La mayoría de los integrantes del gabinete son ejecutivos de grandes empresas y bancos. No han sido formados en la gestión del Estado como expresión de los intereses del conjunto. Entienden más los intereses de las empresas y los bancos, que muchas veces son limitados por normativas estatales. Por eso entienden más los argumentos de los buitres que los del Estado argentino. Para ellos, no pagarles a los buitres era aislar a la Argentina. En cambio, al pagarles, Argentina estaría reintegrándose al mundo aunque sea a un costo altísimo y como si ese fuera todo el mundo. Ellos no fueron perjudicados por la crisis del 2001, pero tienen que transmitir esa forma de ver el mundo a la inmensa mayoría de los argentinos que sí la sufrió.

Presentar como alivio o alegría el pago, hacerlo con una urgencia inusitada sin amagar siquiera una negociación para mejorar las condiciones, forma parte de una concepción ideológica que los acerca más a los intereses de los fondos de inversión más usureros que litigan contra Argentina que a los intereses del Estado argentino. Para ellos es alivio y alegría porque implica también reabrir el negocio de la deuda que desde 2001 estaba muy limitado y que enriquece al mundo de los bancos con el que están relacionados. Es el mundo del cual ellos decían que Argentina estaba aislada, como si se tratara de todo el mundo o del único posible. Para el argentino común se trata de un recorrido que ya hizo, se abre un horizonte difícil. Si mira hacia atrás en su propia experiencia, tiene más motivos para alarmarse que para alegrarse. El oficialismo parcializa la mirada hacia atrás, el único pasado al que se puede referir es a los gobiernos kirchneristas. Y presenta el pago a los buitres como si se tratara de liberar el lastre que nos impide avanzar hacia un futuro luminoso. Hay una disputa política y mediática por el sentido de la deuda. Para el oficialismo, no se necesita mirar el 2001. No hubo crisis de la deuda. Estamos mal porque el kirchnerismo mantuvo el default con los buitres. La memoria se recorta en ese punto. Es una disputa en el plano de lo simbólico pero donde los ganadores y los perdedores viven en el plano de lo material, en el más material de todos, que es el de los bolsillos. El endeudamiento como está planteado por el gobierno macrista, que en pocos días está tomando deuda por 20 mil millones de dólares para pagar deuda y que espera colocar otros 50 mil millones en los meses que vienen, será la ruina para el país. Implicará el derrumbe de la pequeña y mediana industria que ya tiene problemas graves; la pérdida de millones de puestos de trabajo, que ya en pocos días suman más de cien mil, y la caída de los salarios, que ya sobrellevan una inflación del 40 por ciento y una devaluación del 60 por ciento.

En una semana se pudieron visualizar con mucha claridad las disputas simbólicas y mediáticas por el sentido de la violencia política y de la deuda externa. Y no es casual, porque las dos van unidas en la realidad. El conflicto social que implica el sobreendeudamiento y los grandes negociados de la deuda, siempre ha sido antagonizado con represión.

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