EL PAíS › LOS CAMBIOS DE HUMOR EN EL GOBIERNO AL VAIVEN DEL DOLAR

De la pasteurización al derrame

El día en que Remes renunció. Los dos días posteriores. En la Rosada, tránsito súbito de la depresión a la campaña presidencial. Para Remes, no hay Plan B. En qué consiste el Plan A, qué pide el Gobierno al Congreso y qué piensa cederle. La inflación, una socia oculta. El existencialismo criollo, esperando al FMI.

 Por Mario Wainfeld

La pasteurización es una tendencia inexorable en Balcarce 50. Algunos días los protagonistas, ateridos de frío, parecen pollitos mojados y sólo se preguntan –y preguntan a terceros– cuántas horas de sobrevida les quedan. Horas después, ciertos “éxitos” (por llamar así a alejarse del abismo un par de micrones) los hacen tomar calor, recobrar ínfulas, agrandarse. Entonces son momentos de ganar posiciones internas, imaginar escenarios exitosos y hasta fantasear con las elecciones 2003. “¿Qué le parece la fórmula (Carlos) Reutemann-(Felipe) Solá?”, preguntaba a este diario un alto funcionario el martes, con el dólar apenas debajo de los 3 pesos. Tenía el aire afectadamente calmo que ostentó Ramón Díaz después de golear a Boca. El lunes, con el dólar a 4, su voz sonaba más mustia y su horizonte imaginario no iba más allá de las siguientes 48 horas.
u Hasta los dos hombres más templados del Gobierno, el Presidente y el ministro de Economía, sintieron escalofríos en el espinazo el lunes.
Eduardo Duhalde, con un ojo clavado en el televisor siguiendo las cotizaciones y las enfermantes colas en la city, le pidió a Jorge Remes Lenicov una fuerte intervención en el mercado para el día siguiente: que el Central vendiera hasta mil millones de dólares en un día si fuera necesario para bajar la cotización y luego imponer una cotización fija, con control de cambios. Remes, sin perder la flema, le explicó que no sería él quien tomaría esas medidas. Que lo suyo era seguir el rumbo ya emprendido. Ofreció su renuncia al Presidente y, al mismo tiempo, le pidió “dame 48 horas y vas a ver que el dólar vuelve a bajar”. El Presidente cambió de parecer, concedió las 48 horas y el dólar volvió a frisar los 3 pesos, una cifra sideral que en el curioso microclima del Gobierno fue vivida como una fiesta. Y por la gente de Remes como un golcito.
u El razonamiento que el ministro desgranó en los oídos del Presidente, que repitió luego ante legisladores de la coalición parlamentaria oficialista y que pacientemente eslabona ante cualquier interlocutor atento, es el de un economista clásico. “Las leyes de la economía –pontificó– son ineludibles.” La Argentina devaluó ferozmente y después de eso quedan abiertos dos caminos: pesificar o dolarizar. Argentina optó por lo primero, pero, en cualquier de los dos senderos de la encrucijada, lo subsiguiente es un plan de estabilización. Y en los planes de estabilización, remata Remes, está todo dicho o escrito: hay que mirarse en los ejemplos de otros países que han atravesado crisis similares o aun en la Argentina cuando los afrontó. La receta está dada por la experiencia y por los libros canónicos de la economía. “Hay que ver qué hizo Brasil y leer a Samuelson”, sintetiza un allegado al ministro que –como él– cree que no hay nada nuevo bajo el sol.
“No puede haber híper si no se emite moneda. Con dos meses duros de contención, sin aumentos de salarios y control del déficit, la suba del dólar se frenará”, supone el hombre de Hacienda, leyendo con el rabillo del ojo el manual de Paul Samuelson que lo acompañó en los lejanos tiempos de la facultad, cuando militaba en la JUP y el peronismo se pretendía revolucionario.
El síndrome de Memento
El protagonista de la película Memento padece una curiosa forma de amnesia: se le borran todos los recuerdos del pasado inmediato. Real o imaginaria, la dolencia es contagiosa al menos en ciertos círculos. Los hombres del Gobierno suelen sufrir un síndrome similar: se olvidan o contradicen lo que sabían, decían o proclamaban apenas ayer. Para muestra, un botón: el overshooting.
El overshooting integraba cualquier conversación con hombres del Gobierno cuando comenzó la flotación con intervención del Banco Central.
Overshooting es una cotización excesiva del dólar, un sobreprecio. La táctica del Central, se arrobaban los hombres del Gobierno, era que la firme muñeca de Mario Blejer dejaría trepar el dólar a alguna cotización sideral para entonces hacer tronar el escarmiento: producir una súbita e irremontable merma en la cotización, dejando a los especuladores con un palmo de narices, desalentados para eventuales compras futuras. Así ocurrió en Brasil, contaban exultantes. Cuando la palabra engrosó el vocabulario de los hombres del poder, el dólar estaba en 1,40.
Hoy constela en 3 y de eso casi no se habla. “¿Ayer fue el overshooting?”, preguntó Página/12 a dos o tres hombres del Presidente el martes. Página/12 padece un síndrome bien diferente al de Memento: le cuesta imaginar el futuro cercano, aun el más próximo, y busca algunas ilusiones como terapia casera. Las explicaciones llegaron en cadena: el overshooting no ocurrió aún. Puestos a explayarse y sin recato alguno en contradecir sus análisis de un par de meses atrás, añadían que el portento suele ocurrir recién después de cuatro o cinco meses de gobierno.
El cambio de parecer escamotea una carencia: pocos en el Gobierno, acaso pocos en el país, pueden explicar qué fuerza compele el dólar a las nubes y cuál es su techo. Hay otro dato más terreno que el oficialismo elude confesar, pero que resulta patente: un cuadro del FMI puesto a dirigir el Central es una garantía de que la intervención oficial va a ser culposa, poco convencida, ineficaz. Al fin y al cabo, Blejer honra a sus libros canónicos, sus ciencias, sus saberes, sus aliados de toda la vida.
La política también tiene sus leyes; una de ellas dice que ningún vasallo puede ser fiel a dos señores. Blejer, al menos, es un ejemplo patente del cumplimiento de esa norma.
El FMI también existe
No todos comparten lo dicho en el párrafo anterior. “Si el FMI no existiera, tendríamos que hacer lo mismo que estamos haciendo. Tal vez podríamos permitirnos algún cambio en los tiempos o en las proporciones, pero nada más.” Tal el cuadro de situación de Remes, que escucharon, palabra más palabra menos, legisladores del PJ y la UCR, más proclives que el ministro a la diatriba contra las imposiciones del Fondo.
Pero el FMI sí existe y está en camino, lo que fuerza al Gobierno a acelerar los tiempos y a perder las proporciones. “La próxima va a ser una semana política”, describe un importante operador oficialista, mientras teje redes para que el Congreso sancione –o al menos acometa– a revientacaballo “diez leyes”. Tamañas leyes son, entre ellas la modificación de la que tipifica el delito de subversión económica, la aprobación del Pacto Federal, la Ley de Quiebras, la supresión de jubilaciones de privilegio, la reforma política. Y habrá más. Incluidas la suba de las retenciones, casi el único instrumento eficaz a que se puede echar mano para colectar divisas.
Economía descree de un plan B, y desdeña el resto del abecedario. Más de lo mismo es el programa que (más vale) no se enuncia así. Los parlamentarios refunfuñan y proponen algunas medidas alternativas. Mayormente a Remes Lenicov no le gusta ninguna, pero su olfato político –y el del Presidente– le indican que algo deberá ceder. Tal vez lo haga con el impuesto extraordinario a las empresas cuyas deudas fueron pesificadas. Pero el ministro no quiere dar el brazo a torcer con el aumento al tributo al cheque y la baja del IVA que proponen los parlamentarios oficialistas. En Hacienda creen que elevar la alícuota a los cheques producirá una “fuga” a las operaciones en efectivo y por ende la recaudación terminará bajando.
En relación con el IVA, el razonamiento –que no queda bien decir en voz alta– es un cóctel que tiene cuatro medidas de Samuelson, hielo y una medida del Marqués de Sade. En un plan de estabilización digno de los libros de texto, el IVA es un aliado del Gobierno, si los salarios no trepan. La recaudación sube en valores nominales; los gastos del Estado no tanto, su superávit primario por lo tanto crece de pálpito. A costillas de algunos, claro.
“Es que las opciones son de hierro. El FMI nos pide que echemos a 400.000 empleados públicos. Nos negamos, claro, pero no nos queda otra que reducir los sueldos de 3 o 4 millones de empleados a niveles latinoamericanos, 100, 200 o 250 dólares”, se resigna un hombre del Presidente. Samuelson asentiría impertérrito; Sade aplaudiría con ganas.
“Los salarios no son el principal problema. Los principales problemas son la desocupación y la inflación”, jerarquizan en Hacienda y apuestan al miedo como disciplinador de los empleados públicos y privados que otean el camino hasta fin de mes como un chueco en ojotas podría mirar al Himalaya.
La compañera inflación
La inflación “ayuda” al Gobierno para ciertos menesteres, pero en otros casos le es letal. La disparada del dólar con su recidiva en los precios internos puso en jaque, acaso en jaque mate, a una de las mejores iniciativas oficialistas: la canasta de medicamentos a precios, si no populares al menos no inhumanos.
Respecto de la otra medida interesante que el Gobierno tiene en carpeta –el subsidio universal para jefes y jefas de hogar sin ingresos–, la inflación tiene efectos contradictorios. Puesto en dólares, el plan se abarata día a día. Tres mil seiscientos millones de pesos son –a hoy– 1200 millones de dólares y parece exótico que aun los impiadosos burócratas del FMI objeten que se destine ese montante a contener la pobreza extrema. El problema es que la espiral inflacionaria agrava la exigüidad de los 150 pesos que el Estado se apronta a hacer llegar a millones de argentinos.
Para colmo, el plan no termina nunca de ponerse en marcha. Los padrones de beneficiarios no están aún disponibles. La provincia de Buenos Aires, la más grande pero cabe pensar no la más desorganizada, lleva censados 600.000 potenciales destinatarios del subsidio ciudadano. Y no ha terminado, ni ahí. En Gobierno piensan que habrá un millón de bonaerenses en derecho, en necesidad, de recibir el beneficio. Un millón de familias, una cifra que espanta y que en el resto del país se podría duplicar.
La implementación del plan ya ha suscitado algunos codazos al interior del oficialismo y esto recién empieza. Hilda González de Duhalde chocó fuerte con el responsable del área social en provincia de Buenos Aires, Mariano West. Chiche lo culpa de haber desbaratado la red de las manzaneras en pro de una organización “más política y relegando a las mujeres” y también lo responsabiliza de la demora del padrón bonaerense.
Cerca de West endilgan centralismo y clientelismo a la primera dama y a su alter ego, la silente ministra Nélida “Chichi” Doga.
Chiche también chocó en gabinete con el secretario general Aníbal Fernández. En este caso, la crítica se centra en la buena relación que mantiene Fernández con los piqueteros, que incordian a la responsable del área social, que piensa que toda negociación de recursos sociales debe pasar por sus manos.
Esas internas, no estrepitosas, vienen de cuando Duhalde gobernaba la provincia. Puesto en la Rosada, el Presidente parece estar tensado por una cinchada interior. Algo de él lo compele a hacerse cargo –siquiera en los gestos– de la gravedad de la crisis y de una conducta acorde, responsable, templada. Pero recurrentemente acude a figuras que comparten espacios con él desde el fondo de la historia, incurablemente parroquiales, internistas, carentes de la mínima grandeza y ejemplaridad.
La mentada, en estas horas, reaparición del controvertido Juan José Mussi para revistar de número dos del Ministerio del Interior parece aludir mucho más al interés de resolver algunos porotos en el conurbano que a de gobernar en serio un país al garete.
A la espera del derrame
El mayor aporte al existencialismo argentino fue hecho por el filósofo Reinaldo Carlos Merlo, a la sazón técnico de Racing. “Paso a paso” propuso y su matriz de pensamiento es acatada por muchos argentinos de surtidos niveles.
Para un gobierno que no tiene comprada su propia perduración, tachar una semana de la pared de la cárcel es casi un objetivo en sí mismo. Y, bueno, ya transcurrieron varias, incluso la más reciente en la que el dólar fue el principal agente pasteurizador.
La que se inicia tendrá como ejes el regreso del FMI, alias Godot. El Gobierno imagina que en mayo llegará alguna ayuda y que tal vez antes se destraben un par de créditos atados que permitirán prefinanciar exportaciones y dinamizar la ayuda social.
Si así ocurre, Economía maquina un modesto círculo virtuoso. Dólar estable, inflación sosegada (el socio silencioso es acá la baja demanda, vieja doctrina de Sade y Samuelson). Restauración de alguna forma de crédito (cartas de crédito para exportaciones). Al fin, un resurgir de las exportaciones naturalmente ahijadas de la bruta devaluación: las agrícola ganaderas, la energía, el acero, los neumáticos, los autos. “El margen de ganancia lo tienen asegurado, les falta un marco de normalidad”, predicen en Hacienda.
Las exportaciones serán, cuando cierre el círculo virtuoso, el motor del crecimiento. El plan social contendrá a los argentinos más necesitados. Acaso, el año que viene empecemos a crecer redondean en torno de Remes.
No es fácil compartir el optimismo, por minúsculo que éste sea. El equipo de gobierno padece una tendencia crónica entre quienes ocuparon su lugar: el de obsesionarse con algunas de las variables de una sociedad compleja y desentenderse de las otras, por secundarias o enojosas. Un solo mal aqueja a la Argentina, suelen pensar quienes la conducen. Una suerte de peste que hay que combatir a suerte y verdad. Lo demás vendrá por añadidura, como decían los profetas, o por derrame como dicen los economistas. Pero ocurre que en las sociedades siempre es tiempo de todo, de salarios y desocupación, de hambrientos y de clasemedieros enojados, de resolver los dramas económicos, pero también de pensar cómo puede perdurar 18 meses más un sistema político integrado por representantes del pueblo que no pueden salir a la calle.
Desentendido de cualquier filosofía que no sea la de Merlo y de cualquier política económica que no haya sido aprobada en templos del saber, el Gobierno espera a Godot y arranca otra semana paso a paso.
Viene a cuento recordar que en esta semana se evocan dos infaustos aniversarios. El 2 de abril de 1982, el delirante desembarco en Malvinas. El 2 de abril de 1976, el anuncio del plan económico de José Alfredo Martínez de Hoz. Dos catástrofes que la Argentina tal vez no ha terminado de procesar ni, mucho menos, de remontar.

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