EL PAíS › TRIBULACIONES DE UN PAIS HIPOTECADO

El Fondo no es el único malaentraña

 Por Julio Nudler

La Argentina comerciará este año por un total de 54 mil millones de dólares, cifra jamás alcanzada. Aventurado sería juzgar que “se cayó del mundo”, como se oyó decir a propósito del default. El país encara, al mismo tiempo, una nutrida agenda de negociaciones internacionales para aumentar sus ventas al exterior. Sin embargo, en este sentido las perspectivas no son brillantes, a pesar de algunos fuegos de artificio. Tras un minucioso repaso de las tratativas en marcha, la consultora Alpha concluye que “no es mucho lo que se puede esperar del nuevo acceso a mercados en los próximos dos años”, lapso en el que –se teme– los productos agrícolas seguirán bajando de precio, luego del pico que alcanzaron este año. De hecho, un tipo de cambio favorable no alcanza: hay que tener productos vendibles y, si se los tiene, sortear las barreras que obstruyen su ingreso a otras plazas. En este contexto, tambalea por añadidura la relación con el Fondo Monetario.
Siendo visible que el FMI no desea, por diversas razones, respaldar a la Argentina, y sí reducir su exposición, los vencimientos que tiene el país con el organismo en lo que resta del año suman 2452 millones de dólares (cifra fluctuante porque las cuentas con el Fondo se llevan en Derechos Especiales de Giro, cesta de divisas que varía a diario su relación con el dólar; ésta era el viernes de 1,45777 dólar por DEG). De ese total hay 997 millones cuyo pago puede aplazarse por un año casi automáticamente. Los restantes 1455 millones, infortunadamente, deben ser saldados sin dilación, salvo que el Gobierno resuelva no hacerlo.
Olvidando la mencionada posibilidad de postergar por un año algunos vencimientos (los que se prorroguen en 2004 caerán sobre el año siguiente, y así sucesivamente), la factura total con el FMI en 2005 asciende a 4444 millones de dólares, prácticamente lo mismo en 2006, y 3579 millones en 2007, bajando a 433 millones en 2008. El total suma entonces 15.352 millones de dólares. Mientras se mantenga vigente un acuerdo con el Fondo, gran parte de este monto iría siendo refinanciado, pero en caso de ruptura habría, en principio, que pagar y sin quita alguna, porque el Fondo no la admite. Pero, además, deberle plata al FMI sin tener un programa acordado en marcha complicaría gravemente la posibilidad de obtener préstamos del Banco Mundial y del BID.
En un sistema de organismos multilaterales de crédito que aherroja de este modo a cualquier país deudor periférico que no sea considerado estratégico por Estados Unidos (caso Turquía o Paquistán), es clave la capacidad de generar divisas a través de las exportaciones, sobre todo si se quiere evitar el retorno a un pasado de estrangulamientos externos. Las crisis de balanza de pagos, que sobrevenían por la incapacidad de financiar el nivel de las importaciones necesarias al crecer la economía, provocaban devaluaciones del peso, recesión, inflación, caída del salario real y cíclicas penurias.
En estos momentos no se plantea un problema de esa índole, pero el superávit comercial va achicándose. Se espera que este año las importaciones crezcan un 55 por ciento, mientras que las exportaciones, a pesar de los precios favorables, se expandirían poco más de 10 por ciento. De este modo, el superávit comercial de casi 15.600 millones que se consiguió en 2003 cae a 11 mil millones este año y bajaría a unos 8700 millones en 2005. Aunque el excedente comercial no puede ser un objetivo en sí mismo, ya que todo país exporta para poder importar, y de ese modo producir, invertir y consumir más, una economía hipotecada como la argentina requiere de un amplio superávit para hacer frente a su deuda externa sin renunciar a su soberanía.
Pero el FMI no es el único interlocutor hostil con quien debe tratar de convivir el país. Otro buen ejemplo lo aporta la Unión Europea, bloque con el cual está negociando un acuerdo el Mercosur. La idea era poder firmar algo en octubre, pero ahora aparece como un objetivo inalcanzable tras un brusco endurecimiento de Los 25. En este sentido, no ha sido trivial la reciente ampliación de la UE, ya que varios de los nuevos miembros son países agrícolas. Así, los europeos empeoraron en julio, en una reunión clave, su proposición respecto de los productos agroindustriales.
Son 689 los productos más atractivos para exportar desde la Argentina a la UE. Respecto de 335 (49 por ciento), los europeos proponían una desgravación total, pero inmediata en sólo un 2 por ciento de los casos. Para la gran mayoría, la remoción de barreras demoraría entre 7 y 10 años. Para otros 129 bienes ofrecían establecer cuotas (cantidades admisibles), con arancel promedio del 53,1 por ciento (a la sazón, la Argentina no puede gravar ninguna importación con un arancel superior al 35 por ciento). Sobre 162 productos no habían efectuado oferta alguna.
Pero esa propuesta, que Débora Giorgi y Hernán del Villar califican de “por demás magra”, fue empeorada. Así, el 60 por ciento de la cuota asignada a cada producto no tendría aplicación inmediata sino gradual en diez años, etcétera. Pero, además, las manejaría la UE, lo cual, por experiencia, implica que será improbable su aprovechamiento. Por otro lado, 600 productos del Mercosur deberían cambiar de denominación si su marca o nombre coincidiese con alguna región geográfica europea (Gouda o Jabugo, por ejemplo). Hasta ahora esa restricción sólo regía para vinos y champagne.
No conforme con esto, la Unión Europea exigió reciprocidad de acceso a mercado entre las partes para 326 productos alimenticios procesados sensibles, como lácteos, aceites, chocolates, entre otros. El detalle es que ellos subsidian cuantiosamente su producción, pese a lo cual pretenden entrar al Mercosur con arancel cero y sin admitir que se discutan sus subvenciones. Si con el FMI es mejor ningún acuerdo que un acuerdo malo, según afirma Néstor Kirchner, ello vale también en relación a los poderosos bloques comerciales de los países ricos. Los efectos de una integración comercial desnivelada pueden ser devastadores.
Esto mismo vale para el ALCA, cuyo envión perdió ímpetu, reduciéndose a plantear un acuerdo paraguas, con flexibilidad para que cada país asuma el nivel de compromiso que prefiera. Pero el punto central es que por la influencia de los lobbies agroindustriales, Estados Unidos no ha mejorado hasta ahora su posición respecto de esos bienes, supeditando la cuestión a lo que pueda suceder en la Ronda Doha de la OMC. A este nivel ha habido buenas noticias y se mantiene cohesionado el Grupo de los 20, que lideran China, India y Brasil, y del que forma parte la Argentina.
México y China son otros frentes importantes de negociación para la Argentina, aunque sin prometer grandes logros a corto plazo. La consultora Alpha cree que el país debería recuperar una mayor capacidad para negociar por su cuenta, sin atarse tanto a un Mercosur en el que Brasil manda.

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Pascal Lamy, negociador europeo.
 
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