EL PAíS › OPINION

Desde un vaso de agua

 Por Mario Wainfeld

“Los pueblos son sagrados para los pueblos y los hombres, sagrados para los hombres.” Hipólito Yrigoyen dirigiéndose al presidente de Estados Unidos, Herbert Hoover.

Cuba es un país único en la Tierra no ya por la tropical simpatía de sus pobladores y por el afecto que prodigan a los argentinos sino por razones políticas. La preside el último “constructor de naciones” del siglo XX, es el más perdurable enemigo externo de la potencia hegemónica, que se empaca en reclamarse socialista y en mantener estatutos de ciudadanía, que en el resto del orbe implotaron con el Muro de Berlín. Cuba azuza pasiones y odios fenomenales, porque es un símbolo.
Discutir cuál debería ser la política interior de Cuba es un interesante ejercicio para cualquier tertulia. Pero no debería afectar la inteligencia y la profesionalidad de quienes, desde algún gobierno (por caso el de otro país dependiente y periférico), se vinculan con el régimen que se proclama heredero de la tradición de José Martí.
La aclaración viene a cuento porque en la discusión sobre el caso de Hilda Molina se ha abierto un abanico dialéctico. Algunas miradas soslayan o relegan el dato axial para la política argentina: la Cancillería albiceleste cometió un error garrafal, rayano en la injerencia en la política interna de la isla. El Gobierno tenía un caso humanitario entre manos, debía ocuparse de él, lo venía haciendo, pero en el camino urdió una operación chapucera e inconsistente. Como dice Murphy, todo lo que puede salir mal, sale mal. El caso detonó justo cuando Néstor Kirchner estaba fuera del país, algo que subleva al Presidente y a su entorno. Esta vez, nadie entre ellos podrá aducir que medió una conspiración, una mano negra. Hubo un afán errado de jugar a la bolita a nivel internacional, con Fidel Castro de contraparte. Y acá estamos.
Recién después de ésta, la contradicción principal, pueden agregarse al análisis las internas del Gobierno, sus juegos palaciegos, las hipótesis sobre el futuro de Rafael Bielsa.

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Cuenta un circunstante de ambos que Rafael Bielsa y Eduardo Valdés se conmovieron hasta las lágrimas cuando escucharon de boca de su hijo la historia de Hilda Molina. Esa sensibilidad, que les hace favor, no excusa el amateurismo de la movida montada en La Habana, incluida la entrada madrugadora (pactada de antemano) a la embajada argentina. Los funcionarios deben ocuparse de causas nobles, pero dado que son hombres de Estado y no samaritanos también les es exigible que elijan medios sensatos y funcionales a esos fines.
Fue una torpeza la carta que Cancillería prefiguró y que Néstor Kirchner dirigió a Fidel Castro. Una misiva así, máxime si se hace pública, sólo se justifica si la contrapartida está garantizada de antemano. Por decirlo en términos (apenas) figurativos, la escena sólo se integraba si la médica Molina estaba ya en preembarque hacia la Argentina, esperando la contraprestación simultánea, tal como lo hacían los espías que se canjeaban bajo la niebla de Berlín en las películas sobre la Guerra fría.
El sigilo es una regla básica de la diplomacia y hubo en la larga saga del caso Molina una fruición mediática que hizo escala en la publicitada mediación pedida a Gabriel García Márquez y que tocó la cima con el blooper de la embajada en La Habana.

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El crédito de Eduardo Valdés, jefe de asesores y “mano derecha” de Bielsa en la Rosada, que nunca fue muy grande, se consumió como una vela en los últimos días. Kirchner desde hace bastante rato y Alberto Fernández desde algo después le endilgan, como ya contó Página/12, que traslada su manejo de operador de la política porteña a la escena internacional, en la que es menos baqueano. También le recriminan ser demasiado locuaz ante los medios. En las últimas semanas trascendió una broma que Valdés le habría hecho a Roger Noriega, un sarcasmo de clara raigambre peronista sobre el uso de la mano derecha y la izquierda en política (“usted es como nosotros”), que cayó mal en la Rosada. El desempeño de Valdés en el desembarco de Molina en la embajada argentina corroboró el peor retrato que se venía trazando de él.
Al embajador Raúl Taleb jamás le quedó bien su traje. La actual relación con Cuba, en la novedosa situación de los países de este Sur, exige a alguien de buen piné en ese cargo. Si los políticos se ordenaran como los equipos de fútbol Taleb no clasificaría para el Nacional B. Es de desear que su reemplazo tenga mejores pergaminos.

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Que rodaran algunas cabezas tras un incidente internacional suscitado desde un vaso de un agua era casi una obviedad. Quizá Bielsa no lo percibe así, porque (según confidenció ante gentes amigas) sospecha que el Gobierno maquina una escalada que comenzó con Gustavo Beliz, seguiría con Roberto Lavagna y terminaría con él. Esa hipótesis es, de momento, incorroborable. Lo que sí es perceptible para Página/12 es que el jefe de Gabinete, que está encolerizado con Valdés, intentó en todo momento “despegar” su conducta y su escarmiento de la figura del canciller. Pero que cayó mal en la Rosada que Bielsa persistiera en querer salvar el pellejo de su asesor. La designación de Aníbal Gutiérrez –hombre del riñón de Bielsa– en reemplazo de Valdés (ver nota de página 3) revela que no hay intención oficial de desguarnecer al canciller.
De cualquier modo, el futuro político de Bielsa se ha complicado. En Cancillería ha sufrido la segunda baja exigida desde Balcarce 50. Su candidatura a primer diputado porteño por el kirchnerismo se torna más frágil porque ha sufrido un percance en su carrera y porque se agrietó su relación con el Presidente.

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La relación entre el canciller Rafael Bielsa y su segundo Jorge Taiana es proverbialmente mala. Uno de los reproches de éste es la falta de profesionalidad del ministro, quien a su vez le endilga carencia de espíritu de equipo. Taiana piensa que fue relegado de su lugar pues Bielsa privilegió su relación con Valdés y con el ex subsecretario de Relaciones Latinoamericanas, Eduardo Sguiglia, quienes en su percepción componían una troika que lo dejaba afuera. La situación se compuso algo cuando Kirchner personalmente pidió que Sguiglia dejara el cargo. Lo relevó Darío Alessandro, trabajador y de perfil bajo, quien viene llevando una relación más armoniosa con los dos hombres en pugna de Cancillería.
En concordancia con una de las diferencias que lo separa de Bielsa, Taiana siempre predicó (aún en oídos presidenciales) que toda estrategia pública con Cuba frente al caso Molina iba al fracaso. Cerca de Bielsa sospechan que Taiana avivó el encono de la Rosada contra Valdés y él mismo. La gente de Taiana malicia que Bielsa lo menciona y responsabiliza para echar tierra sobre sus propios errores.
La interna se recalentó como lógica secuencia de una crisis, pero es obvio que es accesoria al zafarrancho principal.

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La frase que encabeza esta nota fue pronunciada en un tiempo remoto, cuando las asimetrías entre la Argentina y Estados Unidos eran sensiblemente menores que hoy. Alude a una noble tradición local que es el respeto a la libre determinación de los pueblos. La cimentaron gobiernos nacionales y populares, pero también alguno conservador, tal como sucedió en la intervención en la Guerra del Chaco. El gobierno argentino conservacomo un pequeño monumento la mesa en que se firmó el acuerdo de paz entre Bolivia y Paraguay, que le valiera al canciller Saavedra Lamas el premio Nobel de la Paz. La mesa está en el aristocrático Salón de los Cuadros del Ministerio de Economía. Vaya uno a saber merced a que tráfico burocrático llegó allí. Como fuera, honra a un principio noble.
Lejos de esas instancias dignas de memoria, en un escenario internacional complejo y capcioso, la Argentina contravino su mejor historia y jugó para la derecha nacional y foránea, siempre prestas a castigar a Cuba.
La Argentina estaba (sigue estando) obligada a respetar la autonomía nacional cubana y a atender a los derechos de los descendientes de Hilda Molina, que viven acá.
Conciliar ambos objetivos era (sigue siendo) una misión peliaguda, exigente de gran destreza, discreción y capacidad. Desdichadamente, lo que se vio en estos días fue una comedia de enredos, bien berreta, puesta en escena nada menos que en el escenario de la aldea global.

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