EL PAíS › PRIMERA SEMANA DE LAVAGNA, ENTRE PRESIONES POLITICAS Y ECONOMICAS

Caminando al borde del abismo

Frente a la debilidad del Gobierno, el ministro que llegó de Bruselas se tuvo que entender en pocos días con varios conflictos abiertos. Logró arrancarle un acuerdo al Congreso cuando aparecían pronósticos de caída del acuerdo con el FMI y del mismo gobierno.

 Por Raúl Dellatorre

Una semana le debe haber resultado suficiente a Roberto Lavagna para aclimatarse a la violenta puja en que se encuentra inmerso el Gobierno y olvidarse por un buen tiempo de la tranquilidad de la primavera belga. El ministro de Economía completó ese período con un sabor agridulce: por un lado, consiguió un acuerdo sustancial en el Congreso para avanzar en temas calientes y se apropió de un área que prometía generarle dolores de cabeza, como el Ministerio de la Producción. Pero por otro, debió soportar que el dólar volviera a repuntar, que el aumento incesante de los combustibles más el ajuste de la paridad mantengan en vilo el riesgo de una hiperinflación y que resurgieran los comentarios acerca de la debilidad del Gobierno. Un camino de cornisa por el que tendrá que acostumbrarse a transitar, al tiempo que deberá seguir demostrando sus dotes de negociador para atender los distintos frentes y, a la vez, prepararse para la pelea mayor: con el Fondo Monetario Internacional, para que no condene a la economía argentina a un ajuste sin recursos, y con los grupos económicos con fuerte peso local, los que en algún momento enfrentará por contradicción de intereses.
El ex embajador ante la Unión Europea y los organismos internacionales con sede en Ginebra adquirió no casualmente un protagonismo en estos días que eclipsó la propia figura de Eduardo Duhalde. Lavagna cargó sobre su espalda el peso de la negociación con los bloques parlamentarios del justicialismo, para destrabar las cuatro cuestiones que voltearon a su antecesor y amenazaban tener el mismo efecto sobre las relaciones con el Fondo: las leyes de Quiebras y de Subversión Económica, el plan canje de bonos por el corralito y la aplicación del CER (indexación) a los créditos. Previamente, debió acordar con el presidente del Banco Central, Mario Blejer, las pautas de intervención del organismo en el mercado cambiario, para contener el dólar sin pasar a una paridad fija.
“Es un hábil y duro negociador, ese es su principal mérito”, lo había descripto un muy allegado al ministro antes de que jurara en su nuevo cargo. Y no le dieron mucho tiempo para demostrarlo. La aprobación de senadores y diputados a sus propuestas la logró casi al filo del abismo, cuando ya algún gobernador arriesgaba que “si en siete días Duhalde no consigue apoyo del Congreso, deberá llamar a elecciones anticipadas”. Mantuvo permanentemente una línea abierta con las autoridades del Fondo, como cuando le anticipó a la poderosa subdirectora, Anne Krueger, que no habrá derogación de la Ley de Subversión Económica. No ahorró elogios hacia el gobierno de Brasil, con el que dejó en claro que tiene tendido un nexo para una alianza que puede rendirle resultados inmediatos: el socio principal del Mercosur participará en el préstamo puente de 800 millones de dólares que necesita para salvar el vencimiento de deuda con el Banco Mundial de este mes. Y le cargó culpas y responsabilidad al plan de convertibilidad, a Domingo Cavallo y a “los empresarios e inversores que defendieron lo indefendible”, como no había hecho su antecesor ni el actual Presidente.
Al mismo tiempo, se sacó de encima –y arrastró a todo el gobierno en esa definición política–, junto al ministro de la Producción, al secretario de Defensa de la Competencia, Pablo Challú, quien el lunes presentará su renuncia con una exposición pública de sus motivos, en la que le imputaría implícitamente a Lavagna no haberle permitido actuar para contener los precios. Challú no tomó esa decisión a solas: previamente, lo consultó con el economista Daniel Carbonetto y con dirigentes del sindicalismo que se referencian en Hugo Moyano y Juan Manuel Palacios. Justamente, la central sindical que ayer le decretó un paro al gobierno del que hasta hace horas era aliado. Challú había llegado al gobierno de la mano de Duhalde. Carbonetto era convocado por el Presidente a Olivos como hombre de consulta hasta no hace más de diez días. Aún no definió cuál será su política para negociar tarifas públicas con las empresas privatizadas. Por ahora, mantiene una política pasiva frente a la suba de los combustibles, en la que tampoco tomó cartas.
Para fortalecerse ante la futura negociación con el FMI, Lavagna debe conseguir un respaldo que el propio Duhalde no puede ofrecerle. Buscó sus propios canales de llegada al Congreso. “Provocó” la ruptura con Challú y a través de él con Carbonetto cuando le advirtió que no aprobaría ninguna de sus propuestas de fijación de precios indicativos, y habló públicamente de un “control de precios” que el secretario no había propuesto.
Para tener algún éxito en su gestión, Lavagna debe actuar por encima de la debilidad del propio gobierno. No está probado que sea posible, pero parece estar intentándolo.

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Roberto Lavagna, ministro de Economía, debió mostrar todas sus dotes de negociador.
 
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