EL PAíS › OPINION

La roca y la barca de Pedro

Por padre Carlos Cajade*

Acaba de finalizar el papado fuerte y carismático de Juan Pablo II, que presentó algunas características que voy a tratar de describir:

a) Tuvo un centralismo vaticano fuertísimo. De hecho, las conferencias episcopales continentales –como el Celam en América latina– están casi muertas y con su muerte quedaron ocultos documentos como los de Medellín y Puebla, que eran reflexiones que brotaban de la propia realidad de cada continente y de cada país. Todo se unificó en una única “bajada de línea” que venía de Roma. Yo creo que le tuvo miedo a la riqueza que surge de los dolores y las esperanzas de cada identidad. Pienso que Juan Pablo II nunca creyó que la profunda transformación social que planteaban esos documentos hubiese podido llegar a tener raíces cristianas en América latina, como lo dejó bien claro Ernesto Cardenal en su última visita a la Argentina. De hecho, cuando la Madre Teresa de Calcuta en su estadía por el país visitó las villas del Gran Buenos Aires, dijo: “Esto lo puedo entender en mi país que no es cristiano, pero no en éste que se dice católico”. Muchísimos gozos y angustias de cada pueblo quedaron ahogados por un centralismo vaticano que esencializó la existencia de estos pueblos.

b) Juan Pablo II también reunió multitudes nunca vistas: hubo misas en algunos lugares del mundo a las que asistieron más de 4 millones de personas. Sin embargo, como nunca en su historia, multitudes se alejan –quizá sin retorno– del seno de la Iglesia. Los profetas de calamidades dicen que esto ocurre porque “el mundo es malo y los aleja de la verdad que habita únicamente en esta institución religiosa”. Otros, que todavía creemos en las semillas de Dios que brotan en la humanidad, nos queremos preguntar, como lo hizo el cardenal brasileño de San Pablo, si no será que esas multitudes se alejan porque les estamos dando “respuestas viejas a preguntas nuevas”.

c) Otra contracara que queda es que Juan Pablo II dejó la imagen de un hombre célibe que le peleó a la vida hasta el último minuto. Sin embargo, cada día se conocen más casos de pedofilia y de perversiones en el clero. Los temas afectivos sexuales se han tratado con inmadurez y con engaño, creyendo que con una confesión se arreglan. Han hecho del sacramento de la penitencia un rehén de situaciones que por no mirarlas con sinceridad nunca se resuelven desde sus causas. Nos guste o no nos guste, esto es así. Me lo dice mi propia experiencia y el gozo de cumplir 25 años en una Iglesia que también a nosotros nos educó en lo que planteamos.

Nos queda, además, otro montón de interrogantes que nos tendremos que plantear: la visión de la mujer en la Iglesia, que tiene mucho de misógina por un machismo exacerbado y una homosexualidad no asumida; la exclusión de los divorciados; el dolor de tantos niños con sida; el diálogo con las ciencias, fundamentalmente en los temas de la vida y de la muerte; la visión de la realidad de este sistema injusto que provoca desigualdad, hambre y consumos desmedidos, y muchos interrogantes más.
Querido Benedicto XVI, usted podrá llegar a ser un papa de transición aunque viva 20 años más, si es que se aferra a la antigua roca inmóvil “sin la cual no hay salvación”. O podrá ser un papa padre y protagonista de nuestro tiempo, si es que se sube a la barca de Pedro y plantea el debate con la humanidad asumiendo “el rugido del mar y la violencia de las olas”, con la gran seguridad de que, quien lleva el timón, nos llevará a buen puerto en este momento de la historia. Bienvenido.

* Director del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, miembro de la Comisión Provincial por la Memoria, director de la revista La Pulseada.

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