EL PAíS

A tinellizar, a tinellizar

Nina Peloso compitió en Showmatch y mostró la foto de Carlos Fuentealba. El suceso, visto por una audiencia record, recrea los debates sobre la relación entre política y tevé. Una reseña de la farandulización de la política, de otros mensajes cotidianos. Y muchas preguntas.

 Por Mario Wainfeld

Nina Peloso bailó con Tinelli y contribuyó a su habitual hazaña de llegar al rating tope. Una militante popular, de origen indiscutiblemente humilde, se calzó la foto de Carlos Fuentealba sobre su ropa de competición. La imagen, a los ojos del cronista, era chocante. La réplica imaginable dirá que esa escena fue vista por más personas que las multitudes que se movilizaron en repudio al asesinato del docente. La pregunta consiguiente es si esas dos formas de “sumar” audiencia son congruentes, si no son ética y cualitativamente diferentes.

El cronista no vio la performance en vivo, sino merced al sinfín de repeticiones, sello de fábrica de una tevé autorreferencial. Muchas de esas repeticiones se acompañan con discurso crítico respecto del propio medio. ¿Qué prevalece en la convivencia del discurso con la repetición de las imágenes?

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En una entrevista radial el licenciado Claudio Mangone, especialista en Ciencias de la Comunicación, rememoró la ya larga cronología de la frivolización de la política local, que no despuntó en esta semana. Evocó que hace más de quince años que dirigentes clásicos, de saco y corbata, enrolados en los partidos más populares, departían en la cama con Moria Casán. Pocos se sustrajeron a la tentación de las tertulias con Susana Giménez o con Mirtha Legrand que, a esta altura y por comparación con otros entrevistadores-estrella de tevé de aire, es una émula de Larry King. Ni Fernando de la Rúa, dirigente solemne y “clásico” si los hubo, se sustrajo a la tentación de capturar a la audiencia de Tinelli. Le salió el tiro por la culata, pero eso fue una consecuencia no querida... ni pactada.

La transmisión discursiva, la idea de que los medios electrónicos son una variante de megáfono ¿es una ilusión medieval que se pierde en la noche de la historia?

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Otro especialista, Luis Alberto Quevedo, suele proponer que la tevé va virando hacia un género único. Desde la pura intuición, el cronista diría que ese género es un combo que aúna reality y melodrama. Los noticieros serios no se sustraen a esa tendencia, cuando musicalizan la noticia, cuando le dan contexto con los rostros adustos o alegres de los comentadores que inducen cada vez más inequívocamente a la sensación del público.

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La visibilidad masiva es una necesidad de políticos y militantes. Eso condiciona sus modos de acción, sus horarios y sus formatos. Objetar que se adecuen sería condenarlos a la inexistencia. La sumisión plena a una lógica narrativa despolitizadora es un riesgo polar, muy inminente, difícil de saltear.

Poner el cuerpo es una imposición para algunos, desprovistos de otros recursos. Con plata, se pueden elegir otros modos de propaganda, más convencionales. Las transmisiones de fútbol en directo reciben publicidad de precandidatos a intendentes en la provincia de Buenos Aires, un semestre (¡un semestre!) antes de las elecciones. Lomas de Zamora y La Plata son semilleros de muchos aspirantes. Los anuncios mencionan un nombre, lo acomodan al lado de la K y agregan una consigna brevísima, huérfana de sustancia política. Hay algunos vocablos icono: “cambio” es uno de ellos. Desde la constituyente de Misiones, la no reelección es una consigna que está de moda.

Sin partido, sin una agrupación que lo avale, Francisco de Narváez se propone como candidato a gobernador de la provincia más grande del país. Lo hace con propaganda tradicional, abundante. También aparece en otros registros. Durante los partidos más relevantes (el superclásico del domingo) las cámaras que siguen el juego en vivo lo enfocan, los relatores lo identifican. Millones de personas lo ven, de ese curioso modo que sugiere la preexistencia de mediaciones diferentes al baile.

Menos se habló en estos días de esas apariciones, que también empobrecen el mensaje político. Son funcionales, “instalan” arguyen los operadores, sin adentrarse en qué es instalar o en qué es lo que se instala.

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La joven Evangelina Carrozzo encarnó un tránsito fulmíneo en materia mediática. Se hizo famosa, a nivel mundial, en tanto representante de una ciudad movilizada, la de Gualeguaychú. Fue un bello rato, su frescura aprovechada con astucia por Greenpeace (una ONG que juega en ligas mundiales) le impuso una imagen plena de contenido a los medios y a los gobernantes del mundo. De ese debut a su reconversión total al formato Tinelli mediaron pocos meses y alguna cirugía.

Se supone que la intención de Peloso es más audaz que ese precedente descorazonador. Se procura conservar la identidad y valerse de la fuerza del medio para potenciar la acción.

¿Es posible sustraerse al contagio de la lógica del medio, a la participación en un programa cuyo mensaje es banal, cuyos protagonistas son elitistas, individualistas y frívolos?

Las alabanzas de Gerardo Sofovich y Graciela Alfano a la condición militante y luchadora de Pelozo se entrecruzan con una brutal proclama machista de la Hiena Barrios y con las querellas de vede-ttes que se cuestionan la talla, la edad y el peso.

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Esta nota no aspira a cerrar un debate complejo que cruza muchos saberes. Eso admitido, tal vez no le sobren algunas preguntas más. ¿Es factible evitar ser fagocitado por el clima de la oferta televisiva masiva, por su ideología crasa pero no inexistente? La ecuación personal del espectador, su potencial de resignificar el mensaje (que tantos especialistas respetados rescatan) ¿no topan con un techo bajo impuesto por la calidad y la potencia de lo transmitido? Ningún mensaje es unidireccional, vale. Pero tampoco es tan polisémico, se intuye.

Los medios masivos no son obligatorios, nadie está forzado a prender la tele o la radio. Pero, desde una óptica estrictamente costumbrista, se puede intuir que tienen algo de adictivo. En la soledad propia de una sociedad de masas con escasas mediaciones suelen funcionar como una compañía compulsiva. A horas pico o adecuadas a las rutinas cotidianas se prenden la tele o la radio y se escucha lo que hay.

La uniformidad creciente de la oferta ¿es neutral? ¿No restringe a niveles formidables la teórica soberanía del espectador? El ya mencionado Mangone subraya un hecho visible pero no tan trillado: los canales de tevé con más audiencia no tienen ya un programa diario en sus horarios centrales. Se inclinan por repetir el mismo, exitoso, de lunes a viernes. Todo un detalle.

En ese marasmo, predispuesto para otros fines y dominado por gentes cuya escala de valores es patente y arrogante, la foto del maestro Fuentealba, portada por Nina Peloso, fue vista por millones de espectadores.

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Imagen: Télam
 
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