EL PAíS › FORTUNATO MALLIMACI *

Prejuicio y violencia social

En estos días de piquetes y de cortes de calles y de rutas, se vuelven a escuchar voces radiales y a leer editoriales de diarios “serios” que llaman al orden, al disciplinamiento, a la criminalización de la protesta y de la pobreza, a la represión. “Los otros y otras” molestan, perturban y “no nos dejan vivir tranquilos”. Pareciera, para estos grupos, que el tiempo de buscar soluciones para el conjunto se hubiese terminado o simplemente que el miedo a las “clases peligrosas” movilizadas en el 2002 y por lo tanto la necesidad de la “asistencia” hubiera quedado atrás.
Como en tantos otros momentos históricos en nuestro país –la eliminación de los pueblos indígenas, de los negros, la persecución de anarquistas, el fusilamiento de dirigentes obreros, el desprecio a los “cabecitas negras”, la detención-desaparición de luchadores sociales– la lucha por el tipo de sociedad que queremos se tiñe no sólo de connotaciones ideológicas sino clasistas, étnicas, territoriales, simbólicas, imaginarias. No debemos olvidar que la integración y la equidad que se vivió en la Argentina fue fruto de numerosos conflictos de poder que se dirimieron entre grupos y sectores sociales a lo largo de la historia.
Hoy el principal desafío de la sociedad es dar solución inmediata a los casi 20.000.000 de empobrecidos más allá de su voluntad, al casi un tercio de la población económicamente activa sin empleo o con grandes problemas para obtenerlo y a los millones que, trabajando, no obtienen ingresos suficientes para vivir dignamente. Desde hace casi tres décadas se pasó de dar respuestas con el Estado social y la sociedad salarial a responder a los problemas sociales con un mercado desbocado y un Estado penal.
Por suerte, miles de esas personas se organizan en todo tipo de movimientos sociales, políticos, culturales y religiosos. No se resignan, no se dejan morir y reclaman dignidad, trabajo y reconocimiento social. Encuentran en esos espacios sentidos, pertenencias, identidades y ganas de vivir. Logran, a través de la organización, escapar al laberinto de la soledad. Sin embargo, son muy pocos. Para la enorme mayoría, la desocupación y la pobreza es un drama, es un quiebre de expectativas, es un camino lleno de angustias, de desesperanzas y en numerosos casos, una muerte social anticipada. Ser considerados como “no personas” lleva a los millones de empobrecidos sin empleo formal a balancearse entre un repliegue familiar y territorial que aumenta la vulnerabilidad y la adhesión a los valores de un “mercado desregulado” que daría soluciones individuales a sus problemas. Esta realidad compleja que describimos vuelve a mostrarnos la faceta hipócrita y clasista de sectores dominantes de la sociedad argentina, que en vez de tratar de comprenderla para transformarla y así ser solidarios en la búsqueda de salidas, piden la “invisibilidad” de los pobres y desempleados sin asumir su cuota de responsabilidad en la crisis que causaron.
Vivir en una sociedad democrática que amplíe continuamente los derechos de ciudadanía para todos y para todas significa estar atentos a los procesos que llevan al no reconocimiento del “otro y de la otra empobrecida”. Ni los pobres, ni los desocupados, ni las relaciones sociales que han producido esta desigual, injusta y oprobiosa distribución de la riqueza gozan de buena prensa en nuestro país. Se comienza por la deslegitimación simbólica de tal o cual grupo social (se clasifica “el pobre inocente y el pobre culpable”, “el que recibe planes sociales porquelo merece y el que se aprovecha”); se sigue con el prejuicio social (“los pobres son violentos y ladrones por eso hay que rodear sus villas”) y se termina con la violencia física de la represión policial o de la Justicia por “mano propia” (por año, cientos de jóvenes son asesinados por el gatillo fácil policial y la violencia cotidiana sin que ello produzca conmoción en los formadores de opinión).
Debemos reconocer estos pre-juicios, cuidar las palabras, puesto que las palabras hacen a las cosas. Un nuevo consenso no se podrá realizar sin un cambio drástico de esta cultura que estigmatiza. Hay que recordar en todo momento que no habrá solución para los pobres, ni para los piquetes, ni para la inseguridad en tanto no se revierta la fenomenal concentración de la riqueza y hasta que no se genere empleo de calidad para TODOS.

* Docente e investigador, UBA/Conicet.

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