EL PAíS

Conflicto social e intelectuales

 Por Vicente Palermo *

Lo cortés no quita lo valiente: es posible que en la crítica que Bonvecchi, Novaro y Palermo (en Página/12 del 11 de abril) hicimos a Etchemendy y Kitzberger (en adelante, E&K) no hayamos sido justos al pegarlos sin más ni más con el discurso del Gobierno in toto; con razón pueden decir que no habían hecho una defensa general de todas las políticas de los gobiernos K y CF. También es cierto que en su respuesta del sábado 19 (también en este diario), la represalia fue una chicana: E&K dicen que somos liberales a secas, cuando nos conocen muy bien y saben que somos más republicanos que liberales, y pertenecemos todo derecho al campo de la izquierda democrática.

Dicho esto despejo la discusión: E&K realmente le esquivan al bulto, cuando dicen que su propósito en su primer artículo no fue sino “recalcar la necesidad de un liberalismo democrático moderno en la Argentina, que respete las reglas de juego de la democracia política”. El propósito indiscutible del primer artículo fue otro: argumentar justificando y explicando no a D’Elía y los suyos (protagonistas muy menores de todo este drama), sino al Gobierno (que no solamente no disuadió a ese sector, sino que también lo respaldó explícitamente y de muchos modos, el más emblemático en Parque Norte). Decir, ahora, que “nuestro artículo previo critica la ocupación intimidante de la plaza por parte de D’Elía y su grupo” es un auténtico quite por faroles. No escribieron el artículo para criticar a D’Elía, sino para decir que el Gobierno había actuado bien y racionalmente y merecía ser apoyado.

Este fue el disparador principal de nuestra respuesta: criticamos una forma de argumentar que respaldó a un gobierno que utilizó medios malos para fines malos. Creo que esto E&K no lo pueden negar: avalaron expresamente, como intelectuales, un comportamiento político gubermanental desastroso. Por las dudas: el lockout fue muy repudiable, el bloqueo de rutas otro tanto, y los cacerolazos de ese martes fueron patéticos. Pero ¿podría comprenderse la “sorpresa” del Gobierno? Imposible. Cuando se le está metiendo la mano en el bolsillo a un sector social, no se debe al mismo tiempo introducirle un dedo en el culo. El Gobierno lo hizo. Cuando los gobiernos K y CF avalaron y justificaron piquetes como los de Gualeguaychú (a quien le parezca traída de los pelos la mención, que piense en De Angeli y en Grahan –el que provocó grosera y cerrilmente al provocador D’Elía—), no puede sorprender que la metodología parezca lo más natural del mundo para cualquier sector social (vayan ahora a hacerle entender a un rico que porque su poder de mercado es superior, él no debería piquetear). Cuando, por fin, nadie puede ignorar que hay vastos sectores de las clases medias durmiendo con las cacerolas debajo de la cama, a la espera de una oportunidad para desahogar su lastimosa vesanía interior, no puede sorprender que esos sectores aprovechen su oportunidad para gozar de la santa (y ridícula) indignación. El Gobierno cometió en seguidilla los errores que dieron ocasión a los sectores más concentrados (que son, socialmente hablando, unos cabrones aquí, como en Holanda como en la China, y después de todo, ¿qué sectores sociales no lo son?) para usar de masa de maniobra a los pequeños y medianos productores –suscitando un aglutinamiento que desde cualquier otro punto de vista sería insólito—, de caja de resonancia a los cacerola-dependientes, y de escenario principal a los medios audiovisuales y escritos (muchos de los cuales, indiscutiblemente, se comportaron generando “efectos de realidad” por su cuenta). Pero luego, una vez producido el desastre, fugó hacia adelante: antagonizó mucho más aún el conflicto. Declaró que los empresarios que cabronamente no quieren (como en cualquier parte del mundo) que el Estado los desplume, eran oligarcas, golpistas, desestabilizadores, que todo estaba esta vez presidido por generales mediáticos y que los caceroleros evocaban no sólo al 2001, sino también al Chile de Allende. D’Elía y los suyos fueron una pequeña parte de todo esto (pequeñísima, en verdad, pero lógicamente muy de predilección mediática; ¿qué diablos se le había perdido a este “movimiento social” –como E&K lo llaman– en Plaza de Mayo esa noche? Es indiscutible que esa presencia fue una estulta provocación). Pero esta pequeña parte fue lo que por su propia cuenta y riesgo E&K resolvieron focalizar, y denominar: “Una mirada ecuánime –dijeron– no puede dejar de poner la acción de los movimientos sociales que ocuparon la Plaza de Mayo en esta perspectiva. Del mismo modo, la presencia de líderes de los movimientos sociales en el palco... y de Moyano el último jueves, y en la marcha del martes... tiene una racionalidad política incuestionable”. ¿En qué perspectiva? En la perspectiva de un Gobierno que, si se encuentra asediado en las calles y en la opinión pública, hace muy bien “recostándose en su alianza con sectores populares organizados”.

Cuando Weber sostiene que del mal puede a veces surgir el bien, no está diciendo que lo que es malo sea bueno. Está diciendo, apenas, que la política es endiablada y nos enfrenta siempre a dilemas. Pero si del mal surge algo malo, entonces ya no se trata sólo de algo malo como también de las consecuencias malas del mal. De la irresponsabilidad. El problema con ciertos medios es que limitan horrorosamente el campo de los fines posibles. Creemos que ésta es la cuestión principal con toda la argumentación de nuestros amigos E&K. Ellos admiten que ciertos recursos del Gobierno sean “iliberales”, pero “los colocan en perspectiva”, nos presentan la perspectiva y ahí, dicen, lo que hace el Gobierno se puede entender y defender. En otras palabras, a ellos les parece “malo” (iliberal, criticable, etc.), pero weberianamente argumentan que a veces lo bueno viene de lo malo, y aportan una explicación, una justificación y un respaldo intelectual a la forma en que el Gobierno se ha comportado en toda esta crisis. Es curioso que, hecho esto, luego nos adviertan (en los dos artículos) que es “imprescindible que los hechos actuales no nos retrotraigan a la Argentina posterior a 1955”. Claro, pero hoy es aún más imperioso y perentorio evitar otra cosa (lo que puede a su vez preservarnos del peligro que E&K señalan). Tenemos, de por medio, un ineludible conflicto, que no puede desconocerse, ni esquivarse ni creer que habrá de ser procesado en un lecho de rosas, conflicto que es de “clases”, de intereses, de actores sociales, de Estado, porque es cierto que también en esto está en tela de juicio el papel del Estado en relación no solamente con la prosperidad, sino también con la equidad y la libertad. Y lo que precisamos evitar es que, a este insoslayable conflicto, los diferentes actores (y el Gobierno entre ellos) lo conviertan en un denso antagonismo cultural de irreconciliables (pueblo-oligarquía, nación-antinación, patria-antipatria). La mesura cívica activa, el fuerte compromiso político de los intelectuales puede gravitar muchísimo en esto (y es asombroso cómo algunos dicen ver en esta posición cívica activa, formalismo liberal). Justificar, “racionalizar”, como hicieron E&K, las decisiones tomadas por el Gobierno (que ha pasado a denominarse generosamente a sí mismo “nacional y popular”) en este caso, no es hacerse cargo del conflicto, no es, como dicen E&K ahora, tomar las cosas a la española, más bien se parece bastante a una actitud demasiado indulgente para quienes toman las cosas a la española pero no de ahora, sino de la España de los ’30 en las vísperas de una tragedia, cuando los republicanos fueron barridos por los que encontraron magnífico utilizar el conflicto social como una antorcha con la que encendieron la guerra.

* Sociólogo, doctor en Ciencia Política, investigador del Conicet.

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