EL PAíS

Cambalache

 Por Mario Rapoport *

1 “¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor! ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!” La saga del Banco Central revela algunas características de la sociedad argentina visualizadas en el tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo, que describiendo el mundo de su época reflejaba la realidad local. Muchos compatriotas mezclan todavía las figuras emblemáticas de ese tango, aunque los nombres propios vayan cambiando. Como dice el tango, en este país los antecedentes poco sirven y menos las trayectorias consecuentes con sus principios. Es el caso del nombramiento, como presidenta de ese organismo, de Mercedes Marcó del Pont, cuya probidad y capacidad intelectual fueron siempre de la mano de las defensas de sus ideas, que son también las del interés nacional. En cambio, aquellos que han servido sólo para caucionar desde el poder impagables compromisos externos, la venta de los activos nacionales y las corruptelas más graves, continúan impávidos en sus carreras políticas. Entre los que juzgan negativamente a Marcó del Pont por poner en práctica la política del Gobierno de desendeudarse están algunos de los principales responsables de ese mismo endeudamiento.

2 “¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón...” El caso mencionado se enmarca en una característica enfermiza de nuestra sociedad, que va más allá de una persona o de un tema particular. Una novela decisiva de nuestra época, en tres extensos volúmenes, es Millenium, del desafortunado escritor sueco Stieg Larsson, quien falleció –quizás castigado por su audacia crítica– poco antes de verlos publicados. Allí planteaba como tema central que la protagonista y víctima es acusada como culpable de crímenes que no cometió por sus mismos victimarios. Este mecanismo perverso, una especie de Nuremberg al revés, explica, en gran medida, las idas y vueltas de la sociedad argentina.

3 “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil, también.” Lo más grave de la cuestión es que la economía mundial atraviesa la crisis más profunda de su historia desde los años ’30. Una crisis que la Argentina ha soportado bastante bien y que, sin embargo, por diversas razones, hay quienes quieren que nos zambullamos en ella. No es casual, existen grupos de poder que se han beneficiado con las políticas que llevaron a la propia crisis de 2001-2002. Extrañan esas aguas que siempre los han favorecido: las de la acumulación rentística, la fuga de capitales, la economía de la especulación, la flexibilidad laboral, el predominio irrestricto de los mercados. El “orden militar” o el “orden de la convertibilidad”, que tanto proclaman, es el “orden orwelliano” de unos pocos, apoyado en la fantasía de sectores medios que creen en el paraíso Disney –y terminan en el purgatorio del “corralito”– y en la dura realidad de la gran mayoría, a quienes los “ajustes” llevarán a un deterioro inexorable de su condiciones de vida. Como tantas veces se ha registrado en nuestra historia.

4 “Vivimos revolcaos en un merengue y en el mismo lodo todos manoseaos.” Una de las frases más célebres de la historia política argentina la pronunció un elocuente representante de las elites conservadoras, Federico Pinedo (abuelo). “La revolución no es un rayo en un día de sol”, dijo refiriéndose al primer golpe de estado cívico-militar que tuvo la Argentina. Y Pinedo tenía razón, dos largos años se necesitaron desde la asunción de Yrigoyen en 1928 para que el general Uriburu llegara al gobierno, luego de una feroz campaña política en la que participaron conservadores, radicales antiyrigoyenistas y una fracción del socialismo con el abierto apoyo de los principales medios de la época, en especial del diario Crítica, entonces el más popular. El mismo Pinedo aportaba su granito de arena en un mitin realizado por los partidos opositores en el Teatro Mitre, el 2 de septiembre de 1930, cuatro días antes del golpe: “La campaña que los representantes de los partidos parlamentarios venimos haciendo ha encontrado a la República [...] dispuesta a defender sus propio derechos [...] el país en su conjunto está libre de la aplastante responsabilidad que pesa sobre quienes quieren mantener el gobierno más inepto y más inmoral”. En el mismo mitin, Manuel Fresco, de ideas netamente fascistas, agregaba que el remedio de todos los males “estará [...] en la renuncia del presidente de la República”.

5 “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida.” Volvamos al Banco Central y al tema de las reservas. ¿Para qué se creó esa institución? Para reemplazar justamente el rígido sistema de la Caja de Conversión que ya había experimentado rotundos fracasos desde mediados del siglo XIX. Se había revelado insuficiente para evitar la fuga de oro o la devaluación durante las crisis y su innegable rigidez en épocas de convertibilidad impedía el manejo de la política monetaria. La principal función del banco iba a ser la de mantener el valor de la moneda, para lo cual debería concentrar reservas suficientes a fin de moderar las consecuencias de la fluctuación en las exportaciones y las inversiones de capitales extranjeros. Pero su primer gerente, Raúl Prebisch, le agregaba otra: el BCRA “no se limita a evitar que estas fluctuaciones económicas se acentúen, sino que se propone, además, reducir su amplitud [...] atenuar las consecuencias de tales variaciones sobre el volumen de la actividad económica”. Podría decirse que antes se había intentado adecuar el volumen de medios de pago al volumen de negocios (para mantener la estabilidad de precios), mientras que ahora se intentaba influir directamente sobre el volumen de negocios. Entre las medidas contracíclicas estaba su participación en el pago de la deuda externa. El BCRA sugirió así al Gobierno, porque había reservas disponibles, la repatriación de deuda externa con la expectativa de generar buena predisposición para emisiones futuras en tiempos más difíciles. Se repatriaron 375 millones de pesos de deuda denominada en dólares en Estados Unidos. Adivine el lector quién era el ministro de Hacienda en la época de creación del BCRA... Sí, el ya mentado Federico Pinedo (a).

* Economista e historiador.

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