EL PAíS › OPINIóN

La política como herramienta de cambio

 Por Teresita Vargas *

Durante muchos años nos hicieron creer que la política es cosa de otros, que es una acción que sólo pueden llevar adelante los iluminados y cuentan con capacidades específicas. Vaciaron de sentido político nuestras acciones y les quitaron lo más importante: la idea de que cada uno y cada una de nosotros puede transformar el mundo que nos rodea, hacerlo más justo, más digno.

De esta manera, el ejercicio del poder queda reducido a grupos selectos: los que ejercen la política y toman las decisiones sobre el conjunto. El poder queda comprimido a su mínima expresión.

Por otra parte y al mismo tiempo, la participación se fue fragmentando y replegando a espacios reducidos siendo el voto la máxima (cuando no la única) expresión de participación, acto sustancial y fundamental para vivir en una sociedad democrática. Pero la complejidad de lo social demanda otros modos de participación que resulten más inclusivos.

En el escenario actual aparecen, por un lado, la falta de visibilidad sobre aquellas cosas que nos interesan y preocupan, y, por otro, que la mayoría de los que ocupan lugares de representación no responden a nuestras necesidades y expectativas, no luchan por lo que legítimamente deberían hacerlo. Sumado a esto, y paradójicamente, la sociedad en su conjunto no logra recuperar la política como herramienta de cambio, como un modo de accionar para transformar. Sigue entendiendo “lo político” como algo que excede sus capacidades, que es cosa de otros o simplemente lo reducen a lo partidario.

Es obvio que la “despolitización” de los sujetos no es casual y necesitó de la construcción de complejos procesos de comunicación en todas sus dimensiones. Seguramente la primera tendencia es pensar sólo en el sistema de medios como un mecanismo por excelencia para separar a las personas de la acción política. Los medios son responsables pero no son el único dispositivo utilizado para desmovilizar. La inmovilización también se construyó en el día a día de todos y todas, en las relaciones que establecemos en nuestra vida cotidiana. El “no te metás” como dispositivo fue una consigna poderosa que construyó sentidos tan fuertes que aún persisten en las prácticas cotidianas y que se traduce en “no reclames, no protestes, no cambies, no participes”. De esta manera se deja el camino abierto para que ciertos sectores se adjudiquen la representación y actúen sólo en función de intereses propios.

Mariano Ferreyra tenía 23 años y creía en la política como camino para cambiar las cosas. La muerte lo encontró en la calle defendiendo los derechos de los trabajadores, seguramente porque él mismo era y se sentía un trabajador. Quizás hubiera sido mejor decirle “no te metas pibe, dejá todo como está que no podemos cambiar nada, dejá que los trabajadores tienen sus representantes y ellos van a hacer bien las cosas, aunque no los representen”. Pero no. Mariano seguramente estaba convencido de que todavía no existe un sistema de representación que contenga todas las demandas y que por eso resulta fundamental involucrarnos. Quizá pensaba que para las personas es un derecho básico y fundamental comunicar y hacer visibles los reclamos, que es importante participar, hacer política para mejorar la calidad de vida.

Entonces la pregunta es ¿cómo construir nuevos procesos de comunicación que devuelvan a las personas y a la sociedad en su conjunto, el sentido de lo político? ¿Cómo pensar en procesos de comunicación que recuperen el sentido de la participación política sin reducirla a lo partidario? Resulta imperioso recuperar el sentido político de nuestras acciones, para sentirnos parte de un proyecto más amplio, para sentir que cada uno de nuestros actos da sentido a ese proyecto y puede trasformar la realidad.

Si nuestra cotidianidad sigue sumergida en lo individual, si nuestros proyectos no se engarzan en proyectos macro, la política seguirá siendo de otros y otros seguirán tomando decisiones sobre aquellas cosas que nos afectan todos los días. Comprometernos, ser solidarios, pensar que lo que me pasa a mí les pasa a otros y construir lazos para transformar es tarea de todos y todas.

La comunicación será potente en nuestro país cuando las relaciones sociales recuperen el sentido político, cuando nuestras decisiones como ciudadanos se conviertan en actos políticos, en decisiones de conjunto y de Estado. Cuando seamos capaces de pensar que las desigualdades sociales son producto de relaciones sociales y que la exclusión es el resultado de decisiones de personas que ejercen el poder. Recuperar la dimensión política de la comunicación es discutir sobre el sentido de las cosas, es reconocer que en las relaciones el poder se ejerce para instituir sentidos. Si cada uno y cada una pelea por su sentido y no logramos construir un sentido común que nos contenga, seguramente y trágicamente, van a existir más Marianos y habremos demostrado que como sociedad no aprendimos nada.

* Licenciada en Comunicación. Docente-investigadora UNLP, UBA, UNCa.

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