EL PAíS › UN HOMENAJE EN LA FERIA DEL LIBRO Y LA PROYECCIóN DEL FILM SABATO, MI PADRE

“Yo decía que trabajaba de pensar”

Iba a ser un festejo por los cien años del escritor, pero se convirtió en el homenaje a pocas horas de su muerte. Fue un diálogo entre Juan Carlos D’Amico y Mario Sabato, hijo del autor del “Informe sobre ciegos”.

 Por Facundo Gari

“Prevalece el hombre, no el personaje que se escondía detrás de la estatua y parecía muy duro, que usaba esos anteojos negros casi impenetrables. Prevalecen el padre y el abuelo”, sostuvo Mario Sabato en el homenaje a su padre realizado ayer por la tarde en la sala Jorge Luis Borges de la Feria Internacional del Libro y en un diálogo con Juan Carlos D’Amico, presidente del Instituto Cultural bonaerense, que hizo de entrevistador frente a unas mil personas. Luego sería proyectado el documental Sabato, mi padre (2008), en una cita concebida como precelebración del centenario del novelista de El túnel y devenida, tras su muerte, en un emotivo e intimista adiós al escritor.

Tras la suspensión de la intervención de María Rosa Lojo, la charla entre Mario y D’Amico sobre la película se transformó en el eje de la propuesta. Allí, el funcionario adelantó que el gobierno provincial refaccionará la casa de Santos Lugares que Sabato habitó hasta su fallecimiento y que la intención es que sea declarada patrimonio cultural. El cineasta, conmovido pero relajado, reincidió: “El que tenga la exigencia muy razonable de que se examine la obra de mi padre, acá no lo va a encontrar. Yo tenía un árbol gigantesco y opté por mirarlo. El bosque lo ponen ustedes”.

Sobre la incidencia de Ernesto en Sabato, mi padre, subrayó que “no tuvo nada que ver, excepto ser el protagonista”. Es que el largometraje tiene “momentos divertidos, pero luego entra en zonas dolorosas”, y por entonces Ernesto ya estaba “emocionalmente muy frágil”. “En general, filmar a un autor consagrado es peligroso. Como es mi padre, me tomé ciertas licencias; pero para ninguna de las películas que filmé sobre él le pedí permiso. Es que no me lo hubiera dado, era una persona muy pudorosa.”

Frente a un público expectante, relató durante casi una hora algunos pasajes de la película, condimentados con recuerdos de la vida familiar. El rodaje, reflexionó, “abarcó casi 50 años de fragmentos”. “Cuando edité, me di cuenta de que había un guión, aunque nunca tuve una idea previa.” Además, rescató cómo su padre y su madre, Matilde Kusminsky Richter, lo apoyaron cuando les planteó, con sólo 15 años, que quería dedicarse al cine. “Cualquier padre hubiera dicho ‘no digas macanas’. Ellos me apoyaron y comencé a trabajar en (el semanario cinematográfico) Sucesos argentinos”. “A papá le gustó mucho El poder de las tinieblas (1979), versión de ‘Informe sobre ciegos’ (capítulo de Sobre héroes y tumbas), porque reflejé su angustia.”

Respecto de la “pesadumbre” en la obra narrativa como ensayística de Ernesto, Mario sobrepuso que su familia intentaba que el escritor no lo tuviera “todo el tiempo” en casa. Su padre “vivió con mucha intensidad y nunca tuvo miedo, por lo que tuvo grandes aciertos y grandes errores. Por eso el sentido trágico”.

Cuando D’Amico preguntó si la fama de su padre había tenido consecuencias en su adolescencia, Mario narró que le costaba responder “¿de qué trabaja tu papá?”. “Yo decía que pensaba. Cuando empezó a tener resonancia, los vecinos, a quienes siempre mantuvo cerca, lo miraban con recelo. Cómo puede vivir aquí si es famoso, pensaban.” Ese “aquí”, su lugar en el mundo, fue Santos Lugares, la casa que alquiló en 1945 a Federico Valle, su dueño, que vivió muchos años en el sótano y que Mario eligió como abuelo adoptivo. Años antes, en ese hogar vivió también el escritor brasileño Jorge Amado, según aportó Mario.

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“Yo tenía un árbol gigantesco y opté por mirarlo. El bosque lo ponen ustedes”, explicó Mario Sabato.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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