EL PAíS › OPINION

El racismo y la represión

 Por Luis Bruschtein

Guillermo Suárez Mason es producto de una mentalidad que campeó durante muchos años en las Fuerzas Armadas. Fue el número dos de la dictadura y podría haber sido el número uno si no fracasaba su alianza con Luciano Benjamín Menéndez. No era un perejil. El contenido antisemita de sus declaraciones forma parte de esa mentalidad, aunque no podría decirse que fuera el núcleo de su pensamiento. Era bastante común que un militar pensara de esa manera, lo cual se complementa en forma coherente con la visión autoritaria que los caracterizaba.
Es bueno que los oficiales jóvenes de las Fuerzas Armadas puedan observar y medir el repudio que provoca ese pensamiento modélico en la sociedad civil porque las sucesivas conducciones de las Fuerzas Armadas no han hecho mucho por diferenciarse. Con excepción del teniente general Martín Balza, los demás jefes militares siempre dejaron entrever su simpatía por los viejos tiempos.
El teniente general Ricardo Brinzoni, por ejemplo, que apenas tomó las riendas del Ejército se dedicó a deshacer lo que había avanzado Balza. Brinzoni dejó en claro su simpatía por los viejos camaradas, aunque se asumía como democrático y liberal. Y no es casual que tuviera como abogado a Alejandro Torres Bande, que también era el apoderado del Partido del Nuevo Triunfo (PNT) que dirige el führer argentino Alejandro Biondini.
En los años ‘80, el viejo diario La Prensa, antes de ser vendido y cuando todavía era el bastión histórico del liberalismo oligárquico, también hacía campaña a favor de los ex comandantes juzgados y condenados y de los personajes de la dictadura. Escribían muchos que habían escapado de la cárcel por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Uno de ellos era Ramón Camps, que en una de sus columnas explicaba la decadencia del mundo occidental y cristiano por la difusión de la teoría de la relatividad de Albert Einstein y el psicoanálisis de Sigmund Freud. A Carlos Marx no lo mencionaba porque era un enemigo declarado. Pero Einstein y Freud eran agentes solapados. Einstein, Freud y Marx eran la modernización de la conspiración judía mundial que se anunciaba en los famosos Protocolos de los Sabios de Sion.
Todo sería una estupidez si no fuera que el hombre que escribía en La Prensa y era defendido desde sus páginas y por sus camaradas de armas, había secuestrado y torturado con convencimiento fanático al periodista Jacobo Timerman para que le diera pruebas y nombres que confirmaran esta patraña de la rama argentina de una conspiración judía mundial.
El racismo no es un chiste, aunque lo parezca por sus argumentos grotescos. Siempre está asociado con una forma de violencia y de autoritarismo. Y por esa misma razón fue aprovechado para la formación de los cuadros represivos, para hablar de la “negrada” que hace huelgas y manifestaciones o de los “judíos bolcheviques”. Ha sido una forma de adoctrinamiento para disfrazar la represión política, social y cultural con esa especie de nacionalismo jerárquico. Que en realidad no tiene nada de nacionalista porque la mayoría –con pocas excepciones– de los militares formados en esa mentalidad, fueron usados bovinamente como grupos de choque por gobiernos liberales o neoliberales.

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