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Otras voces

- José Saramago: “Cuando leí Rayuela sentí que se me venían abajo unas cuantas ideas hechas acerca del quehacer literario. Comprendí que los conceptos de principio y fin son mucho más elásticos de lo que creía; que la vida, siendo indeterminación en búsqueda de una coherencia, puede ser también coherente en esa misma indeterminación. No se aprende sólo a escribir leyendo a Cortázar, también se aprende a vivir. Su obra está vivísima, no entró en la oscura nube del olvido”.
- Mario Benedetti: “La suya es una noche circular, o como él mismo la define, ‘un río que en sí mismo desemboca’. Su noche es ‘la noche del testigo’. Pero de esa noche, como de su mesa de trabajo con lápices, pipas y manuscritos sobre la que brinca su gata Fanelle, también podría decirse, como él juega y escribe: ‘Todo aquí es tan libre, tan posible, tan gato’. El poeta usa su libertad para remover sus viejos y nuevos papeles. Como bien dice Basho y Cortázar retoma, ‘este camino/ya nadie lo recorre/salvo el crepúsculo’. Ese camino de lo que se hizo, bien o mal, con éxito o con frustración, ya nadie lo recorre, ya nadie tiene ánimo y lucidez suficientes como para reconocerlo y aprender, recordar y elegir.”.
- Manuel Vázquez Montalbán: “Los lectores de Cortázar se convierten en una secta que trata de encontrar huellas en la realidad, aunque sea a costa de discernirlas en el límite de lo fantasmagórico. ¿Será cierto que la palabra escrita de los grandes creadores, se llamen Joyce o Cortázar, se quedó en sus escenarios imaginarios a manera de auras eternas de las situaciones y las personas que la sublimaron?”.
- Carlos Fuentes: “Lo recuerdo: la mirada inocente en espera del regalo visual incomparable. Lo llamé un día el Bolívar de la novela latinoamericana. Nos liberó liberándose, con un lenguaje nuevo, capaz de todas las aventuras. Rayuela es uno de los grandes manifiestos de la modernidad latinoamericana, en ella vemos todas nuestras grandezas y miserias, nuestras deudas y oportunidades, a través de una construcción verbal libre, inacabada, que no cesa de convocar a los lectores, que necesita para seguir viviendo y no terminar jamás”.
- Jorge Luis Borges: “Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista que dirigía Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo, volvió. Le dije que tenía dos noticias: una, que el manuscrito estaba en imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era Casa tomada. Años después, en París, Cortázar me recordó ese episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra”. (Del prólogo a Cartas de mamá.)

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