EL PAíS › UN DIA DE USUARIOS RESIGNADOS Y ENOJOS ESPORADICOS

“Ah, cierto que había paro”

Hugo repite a quienes quieran bajar por la boca de la estación Perú, en Avenida de Mayo y Perú, que “está parado hasta las seis”. Los abortados pasajeros miran para abajo como si fuera un precipicio, dan media vuelta y se van. Algunos murmuran un “gracias” civilizado y toman el volante que ofrece explicaciones sobre la medida de fuerza. Otros están por agarrarlo, pero se arrepienten y sacan la mano bruscamente con el gesto de mandarlo a pasear. Este fue el panorama general en las bocas del subte, que dejó a los pasajeros en la superficie de seis a nueve, en la mañana, y de 15 a 18, por la tarde, con el resultado de algunos enojos circunstanciales.
Hugo, delegado gremial, cuenta bajo el plomizo sol de las 16 que la gente se lo toma bien, “menos un par que se calentaron” y le descargaron algunas palabrotas. “La mayoría ya estaba informada, algunos vienen y dicen ‘ah, cierto que había paro’”, comenta. Los que andan con tiempo se quedan un rato oyendo sus fundamentos. Menos los turistas, que “no se involucran. Preguntan qué otro medio de transporte hay”.
A pocas cuadras, a la entrada de la estación Catedral, el panorama varía poco. Un empleado de seguridad da la noticia a los peatones de Florida y Diagonal Norte. Casi todos lo toman con resignación y consultan. “¿El 59 pasa por acá?” “No, vaya hasta la 9 de Julio.” “¿Y el 64?” “¿Cómo llego hasta La Paternal?” Cuando sabe, el empleado los guía. Cuando no, es que van a Palermo. “¿Cómo vas hasta allá? Un montón me pregunta y no sé”, confiesa.
Muchos son los que quieren entrar a esta estación. El empleado de seguridad responde como un disco rayado: “Hay paro hasta las seis”. No le gusta hacer este anuncio a los turistas. Le da “vergüenza”. “Vienen al país y se llevan esta imagen”, piensa.
Marie es de Lyon, Francia. Se informa en inglés de que no hay servicio. ¿Qué opina del paro? “I don’t care (No me importa). I’ll take a taxi.” Por una salida similar opta la pareja de alemanes que disfruta de su “first day in Buenos Aires”. Llega una señora que se desplaza con tanto esfuerzo valiéndose de un bastón que la pregunta inevitable es ¿cómo iba a bajar las escaleras si andaban los subtes? Su nombre es Elsa y está de acuerdo con el paro: “Yo soy jubilada y tampoco me alcanza”. Se va con su bastón a hacer tiempo a un bar, deseando “que salga buena la nota”.
En la estación Plaza de Mayo no es necesario que haya quien avise que no hay subtes. Lo solucionaron con un cartel visible que dice “Línea A interrumpida”. Debajo, una hoja pegada explicita: “Por paro”. Abajo, 10 empleados ociosos se divierten haciendo la parodia de una formación en funcionamiento. Uno va sobre una silla con rueditas y –empujado por un cómplice– desfila con un cartel celeste en sus manos que dice Línea A. El resto se tira al piso de la risa. Otro quiere seguir la humorada sentándose en una silla de ruedas. “Te juego una picada”, desafía. “No, con eso no jodás”, lo atajan refiriendo a su vehículo.
Ya son casi las seis en la boletería de Diagonal Norte. Con el correr de los segundos se va hinchando de pasajeros que vuelven de sus trabajos. El supervisor camina nervioso y dice que no sabe si a las seis van a volver los subtes. En los televisores internos, siempre dedicados a pasar videoclips o publicidades, se lee “Servicio interrumpido por conflicto gremial”, en letras blancas sobre fondo rojo, al mejor estilo Crónica TV.
El supervisor, como toda la gente que se agrupa en el lugar, mira la pantalla esperanzado. Un policía solitario suda un poco más que el resto.
El aviso llega por los parlantes. Antes de que la voz acabe su texto, la gente baja a los andenes que van a Retiro o Constitución. Este último se llena rápido. Y cuando el primer subte llega, buena parte queda abajo porque se salvó de ser embutida por la fuerza del pueblo. La formación siguiente llega increíblemente más llena. “No me rompan los anteojos”, ruega alguien arrastrado por la correntada de humanos y ropa pegajosa. “No se dan cuenta de que no hay más lugar, por amor de Dios, no pueden ser tan estúpidos”, grita una rubia al borde de un brote psicótico. “Nadie piensa en nadie”, filosofa un pasajero con sudor en la frente, como todos. Nadie puede moverse, y respirar se hace un trabajo en el que se va la vida.

Informe: Sebastián Ochoa.

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