EL PAíS › ANA MARIA SHUA*.

Tentación

Todos los días, para volver de la escuela, tenía que caminar diez cuadras y cruzar el Parque Rivadavia. Todos los días mi mamá me daba unas monedas para el Mendigo de Campichuelo. Era un hombre sin piernas que pedía limosna sentado en un curioso carrito. Siempre el mismo: el único mendigo con el que me cruzaba en todo el trayecto.
El que no trabajaba era un vago. El que trabajaba, podía mantener a su familia, darle estudio a sus hijos, jubilarse por encima de la línea de supervivencia. Unas pocas casas de “artículos importados” nos hacían pararnos boquiabiertos en las vidrieras. La industria liviana era argentina. El país exportaba carne y granos, importaba insumos industriales. “Nos falta industria pesada”, me explicaba papá.
A los adultos nos resulta hoy muy tentador pensar en volver a aquel país cerrado en el que hasta los primeros supermercados –los Minimax– fueron escándalo. Es volver al paraíso custodiado de la infancia.
En ese mundo feliz de los ‘50, el peronismo estaba proscripto y los gobiernos civiles se alternaban con los gobiernos militares casi como en un paso de danza. La manzana parecía roja y apetitosa. El corazón estaba podrido.
Ese pasado fue el que nos condujo a este presente. Ese mundo de falsa armonía estalló también. No hay adónde volver. Parados, desconcertados, perdidos, no miremos hacia atrás. Hacia adelante habrá nuevos caminos.

* Cuentista. Su último libro es “Como una buena madre”.

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