EL PAíS › OPINION

La amenaza de la ley

 Por Marta Dillon

Aunque a ellas no les guste ser conocidas de esa manera, en el Bajo Flores –ese barrio “de emergencia” que crece sin pausa desde hace más de 40 años– las llaman “las amazonas”. Le deben el mote a ese ánimo guerrero que un día, a falta de intervenciones más orgánicas, las sacó a la puerta del comedor comunitario donde cocinaban todas juntas, para poner el cuerpo como límite a la violencia. Parece un contrasentido, el cuerpo es lo que ponían todas a diario. Y la palabra circulaba entre el guiso que hervía en las inmensas cacerolas; así supieron que la mayoría sufría violencia, cada una aislada en su casilla. Y así supieron que juntas podían poner un freno. Porque el hombre que golpea se ampara en las cuatro paredes que, se supone, protegen la intimidad. El hombre que golpea sabe que con cada golpe magulla la autoestima de quien no grita para que no se despierten los hijos, no pide ayuda porque su calvario es cotidiano, no denuncia porque en las comisarías se encuentra con que la alianza de género (masculino) es tan fuerte que no hay oídos para quien sufre violencia. ¿Pero qué pasa cuando la vergüenza se devuelve como un billete marcado? ¿Qué pasa cuando se hacen permeables los límites del hogar a la mirada de otros y otras que señalan a quien golpea? Las amazonas lo comprobaron. Cuando una mujer sufría violencia, acudían en grupo, delataban el desequilibrio de la situación, incluso llegaron a devolver el golpe amparadas en la superioridad numérica. Y así se salvaron unas a otras. Fueron a buscar a los golpeadores a sus lugares de trabajo, ahí los hicieron temer, los rodearon, incluso los amedrentaron con palos de escoba que dolían en los tobillos. Porque ellas sabían (saben) lo que es cargar con las marcas, inventar historias para justificarlas, ocultar la vergüenza frente a los patrones. Ellas, las amazonas, fueron convocadas por sus vecinas y por vecinas de otros barrios para dar una mano. Y sin embargo, a pesar de que saben perfectamente que hacen lo que pueden, lo urgente, no están orgullosas. Al contrario. No se reconocen en el mote. Y si les pregunta cualquiera en quien no tengan plena confianza dirán que es un delirio eso de que les pegan a los golpeadores. Porque lo que ellas necesitaban y necesitan es otro tipo de amparo. Es no tener que poner el cuerpo sino la letra, decirse a sí mismas y a sus hijos y al resto de sus familias que está escrito que la violencia es intolerable, que la Justicia está de su lado, que hay mecanismos para protegerlas. Ese es su derecho como ciudadanas y a eso apelan. Seguramente el ejemplo de Córdoba ahora abra una puerta nueva, para mujeres como éstas y para las que todavía están aisladas. Para esas que gritan “fuego” cuando las golpean porque el maltrato a veces está tan naturalizado que sólo genera indiferencia. La amenaza de la ley, en Córdoba, está servida.

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