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Negocios turbios, socios ocultos

 Por Horacio Verbitsky

La clave de la asombrosa asociación entre Daniel Hadad y Fernando Sokolowicz puede rastrearse en el tercer hombre de negocios dudosos que desde esta semana figurará junto a ellos como accionista de Azul TV, Benjamín Vijnovsky, a) Beto. Durante años, Vijnovsky fue gestor de negocios del Grupo Meller, rostro visible del menemismo en las privatizaciones de agua y gas. El año pasado, Vijnovsky gestionó la autorización municipal para la construcción de un hotel de lujo en el llamado Palacio Duhau, de la avenida Alvear, cuya escritura de propiedad está a nombre de Héctor Colella, el heredero de Alfredo Yabrán. La venta del canal 9 ha vuelto a dividir aguas entre los compañeros de la fórmula presidencial de 1989, Carlos Menem y Eduardo Duhalde.
El Grupo Meller creció durante los años de la dictadura militar, con negocios de ferrocarriles, impedimenta y chatarra. Una de sus empresas, Tapizmel, alfombró sin cargo miles de metros cuadrados de pisos de amantes de generales, como gentileza que luego sería retribuida mediante contrataciones con el Estado. Los negocios se cerraban en la confitería The Horse, cerca del Campo de Polo y la Escuela de Inteligencia del Ejército. Luego de un parcial eclipse durante el gobierno radical, los Meller y Vijnovsky reaparecieron triunfales con el menemismo, donde sus introductores y asociados fueron Eduardo Bauzá, Humberto Toledo y José Luis Manzano. Como los viejos oligarcas colombianos que se convirtieron en profesores de modales de los narcos en ascenso, Sergio Meller asesoró a Manzano en su tránsito de modesto médico de provincia, conocido por el apodo familiar de Cototo, hacia la sofisticación prêt-à-porter de las fortunas instantáneas, que no pueden equivocarse al elegir la ropa de esquiar. La empresa de un primo ganó la licitación para proveer de camisas a la Policía Federal, que por decenas de miles de piezas pagaba un precio unitario más alto que el de venta al público en Giesso. Con la promesa de Manzano de pago adelantado, Meller se atrevía a ofrecer hasta chalecos antibala. Esos negocios terminaron cuando Gustavo Beliz sucedió a Manzano en el ministerio del Interior. Durante la privatización de ENTel, María Julia Alsogaray contrató con otra empresa del grupo, Páginas Doradas, la edición de las guías telefónicas. La antigua Sindicatura General de Empresas Públicas observó el contrato, pero luego revisó su dictamen. Gustavo Meller visitó al síndico Mario Truffat y le preguntó cuánto le debía. “Nada, lo hice para que la gente no se quede sin guías”, respondió Truffat. “No te puedo creer. El Gordo me sacó 250.000 dólares”, le dijo. El ministro de Obras Públicas Roberto Dromi sólo había rubricado el dictamen de Truffat, a quien Sergio Meller le alfombró el departamento.
Todo un estilo
El Grupo Meller apareció asociado a la Sociedad Comercial del Plata, de la familia Soldati, y a capitales franceses en las privatizaciones de gas y agua, con un 20 por ciento de las acciones. Esa era la parte del menemismo en el negocio. En el caso de Obras Sanitarias, en 1993, la licitación estableció que quien cotizara la menor tarifa para los usuarios recibiría gratis todos los bienes de la empresa del Estado y su enorme mercado cautivo. Las tarifas ofrecidas en la licitación no podrían aumentar durante los primeros diez años de la concesión. En cambio, estaba prevista su reducción, durante las revisiones quinquenales ordinarias. Sin embargo, Alsogaray autorizó aumentos de hasta el 50 por ciento, cargos especiales para extender servicios y la dolarización de las tarifas, con las consecuencias que hoy pueden apreciarse: Aguas Argentinas exige un seguro de cambio para todas sus deudas y anunció que recurrirá a tribunales internacionales. Otro de los intermediarios fue el montonero arrepentido Rodolfo Galimberti, quien antes de poner su propia empresa con Jorge Born, fue socio oculto de Hadad. Cuando Menem y los suyos cumplieron el compromiso de destrozar el contrato inicial de Aguas Argentinas, los franceses y Soldati les permitieron convertir en plata su parte del paquete accionario.
En 1995, el operador económico de Lorenzo Miguel, Julio Raele, compró a través de una sociedad uruguaya el Palacio Duhau, de Alvear 1671, al lado de la Nunciatura. Según el diario La Nación, también participó del negocio Esteban Caselli, quien por entonces era operador de Menem y Yabrán. Sergio Meller tenía una opción de compra por 100.000 dólares, que fue desechada. Comenzó una complicada negociación con el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que negó una excepción solicitada al Código de Planeamiento Urbano. El proyecto consistía en levantar allí un hotel de cinco estrellas y un paseo de compras. A mediados de 2000 la propiedad fue adquirida por el Grupo Exxel, que ya se había hecho cargo de las empresas de Yabrán. Entonces la autorización fue concedida, pero para construir una superficie inferior. Funcionarios de la Ciudad que participaron en las negociaciones con Vijnovsky afirman que la escritura no estaba a nombre del Grupo Exxel, cuyos estatutos no le permiten la adquisición de inmuebles, sino del delfín de Yabrán, Héctor Colella, y del ex citibanker Juan Navarro. Una vez excluido Caselli del negocio, la Nunciatura hizo saber que se oponía a la edificación, por razones de seguridad, e invocó una Convención Internacional sobre las relaciones diplomáticas. Dos meses antes de la renuncia de Fernando de la Rúa el Procurador General del Tesoro Ernesto Marcer dictaminó que la Convención no era obstáculo para que se levantara el hotel, cuyas obras comenzaron de inmediato. Pero en 2002, la sorda lucha entre menemistas y duhaldistas produjo un fulminante contragolpe. Por presión de Caselli (recuérdese que durante el juicio por el contrabando de armas rompió con Menem y fue uno de los testigos que contribuyeron a su detención) el nuevo Procurador del Tesoro, Rubén Citara, revocó el dictamen de Marcer y prohibió la construcción. Citara es cuñado de Duhalde. El próximo capítulo de la saga puede librarse en el COMFER: los compradores de Azul TV fueron el único oferente dispuesto a cerrar trato antes de contar con la autorización oficial. Llamativa confianza que preanuncia nuevos realineamientos y/o batallas.

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