ESPECTáCULOS

Los segundos y la utopía sexual

Detrás de las figuras principales estuvieron los responsables de un sueño particular. Para ellos no hubo relación que no fuera de a tres.

Por J. G.

El mundo de Resistiré fue un lugar horrible, pero sus criaturas mantuvieron viva una esperanza: coger. Ellos, los segundos de la tira más comentada del año, empezaron apenas como el elenco soporte para el trampolín promocional de Pablo Echarri y Celeste Cid. Pero lo que vino fue otra cosa: la voracidad sexual de la araña pollito (Rosario, o Romina Ricci), el deseo polimorfo de Andrés (Claudio Quinteros), las cositas de Mauricio Doval (Fabián Vena), el sexo sin amor para Martina (Carolina Fal) o el flirteo con dos minas para el quinceañero César (Martín Slipak). Resistiré fue el fin del amor romántico y la consagración de otras pasiones: el intercambio en triángulos, la ambigüedad sexual y, sobre todo, la extinción de toda cláusula moral para contar el incesto.
En esta utopía sexual, Romina Ricci fue el minón, sin el candor algo gastado de la Cid. La Ricci fue mundana, amoral, trepadora, perversita. “Diputada”, le proponían sobre el final, en último affaire con el senador corrupto. Compre y se lleva todas las fantasías del hombre común: una viuda negra o una boa constrictora. La Ricci copó espacio, ganó diálogo, serruchó y ganó. ¿Por qué? “Gustaron los personajes que se sacaron el velo y pegaron el cachetazo –analiza Sebastián Pajoni–, como Rosario o Vanina (Bárbara Lombardo). La gente tomó bien la transgresión al género, como cuando Vanina y Julia conversaban tontamente, y una dice: ‘Cogételo. Es chiquito, pero la vida es así’.” Basta con decir “coger” para que una tira milite en la renovación.
Si la dupla Echarri-Cid contó su primera vez con una escena ciega (en off, con gemidos), los segundos apostaron a otro número para narrar el erotismo: ¿quién más está en la cama junto a la pareja? Aquí nunca estuvieron solos los dos. “Nuestro número fue el tres –dice Bárbara Lombardo–; Resistiré demostró que el triángulo está más presente de lo que creemos.” No hubo escena sexual que no haya sido de a tres. Andrés se masturbó bajo la ducha inspirándose en los rostros de Lupe y Vanina; Andrés recibió el sexo oral de su tía Leonarda imaginando a Lupe; Julia vigiló a Mauricio en la cama con una prostituta; Diego espió muchas veces a Julia con Mauricio. Y finalmente, Andrés traspasó el último límite: en orgía con dos marineros y disfrazado con la ropa de Leonarda, repitiendo el nombre de su tía, en sanguchito con los tipos. ¿Alguna vez la tele había llegado a tanto? “Estuvo con dos hombres, vestido como mujer, y con el asedio de los fantasmas de Vanina y Lupe –dice Claudio Quinteros–. Es casi increíble: pero Resistiré, por suerte, no estuvo condicionado por esa especie de naturalismo televisivo que se supone como regla. La ficción no tiene tope.”
Cuando el cachondeo estuvo vigente, los autores se metieron hasta con César, o el niño verde, un aporte de la trama a la creación de un nuevo mito: el adolescente erotómano. “Lo que iba a ser un papel de tres meses –cuenta el actor Martín Slipak– se fue extendiendo. Y la gente me sigue reconociendo por la calle como el chico con problemas. Si el adolescente según la tele (en Rebelde Way o en Son amores) se conoce de a poco, se enamora, vive colgado y pospone su primera vez, el de Resistiré entra a la cancha totalmente embarrado. César apeló a todos los mitos del buen machito: siempre calentón, con una brasileña y una oriental, precoz y mal hablado, un poco mentiroso y de tablón.
En cualquier caso, la utopía sexual de Resistiré fue contar el sexo por fuera de toda dimensión moral. Extraño privilegio el de crear en la pantalla un mundo más libre que el de las propias calles. Leonarda (Tina Serrano) se permitió “jugar, buscar un color, humanizar a una persona”, dice. Quiso hacer de su rol como actriz una verdadera tarea creativa y le salió bien. La fellatio (del revuelo) al sobrino –aseguran– fue un aporte personal a la historia, tan célebre como aquel famoso untado de aceite en los labios de Leonor Manso en el viejo Vulnerables. El sexo se ambientó en la oscuridad del cuarto privado, sin contrapuntos ni señalamiento. El desquite no podía faltar y sucedió impulsado por Tinelli o por la TV chimentera, que impusieron a Leonarda algunos motes. Si la tira los deja hacer, la barra no perdona cuando aplica rótulos con saña: “veterana ardiente” o –el peor– “vieja petera”. “Petera no –dijo la actriz, en el Gran Rex repleto–. ¡La reina del pete!”

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Tina Serrano, “La reina del pete”, y Romina Ricci, el “minón”.
 
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