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Para esto, mejor cancelar la boda

“El padre de mi novio” busca aprovechar otros éxitos de taquilla, pero naufraga tanto en el guión como en la elección de los actores.

 Por Horacio Bernades

Revolviendo en la mesa de saldos de las remakes, algún ejecutivo cinematográfico en apuros habrá dado con una comedia de fines de los setenta, que ofrecía una ventaja: no había un solo ser humano sobre la tierra que la recordara. Se trataba de The In-Laws, cuya premisa, llamativamente parecida a la de la reciente y superexitosa La familia de mi novia, la hacía ver apetitosa en términos de boletería. No había mucho que pensar: por si no bastara con la original, aquí está la remake de The In-Laws, que para el mercado local ha sido astutamente retitulada El padre de mi novio, cuestión de acentuar todos los parecidos. Como en esas dinastías que de tanto cruzarse entre sí terminan dando hijos bobos, el resultado hace extrañar a unos antecesores que, si en su momento no lucían demasiado inspirados, hoy, por comparación, parecerían brillantes.
Eterna fórmula del choque de opuestos, todo se basa en la forzada unión de un típico padre de familia y un tipo que es un tiro al aire. El primero es un pedicuro maniático, detallista, melindroso e hipocondríaco (ese Woody Allen sin gracia que es Albert Brooks), cuya hija está a punto de casarse con el hijo de un agente encubierto de la CIA (Michael Douglas, que en comedias o dramas actúa siempre igual). Si el especialista en pies se marea con sólo ver por televisión el aviso de una línea aérea, la rutina del otro consiste en esquivar los disparos con que agentes enemigos lo despiden de Praga, donde acaba de recibir, de manos de un colega del ex bloque soviético, las claves para robar un submarino nuclear. El artilugio deberá ser entregado a un terrible traficante de armas francés (el británico David Suchet) justo el día de la boda, por lo cual desde un comienzo se adivina que la ceremonia va a ser movidita.
Pero, además, en las 48 horas previas, el podólogo deberá vivir, junto a su futuro consuegro, una de James Bond. Una banda de sonido dada a los comentarios sonoros lo subraya con compases de Vivir y dejar morir, uno de varios temas de McCartney que se hacen oír a lo largo de la película. Dirigida en piloto automático por el hiperrutinario Andrew Fleming (no parece casual que un gag entero se base en ese sistema de pilotaje), la pobreza de El padre de mi novio se ve acentuada, en su estreno local, por una copia cuya oscuridad general parecería un velado comentario sobre la película. Si la pareja Douglas-Brooks pierde por goleada frente al dúo protagónico de la original (Peter Falk & Alan Arkin), tampoco la favorece una posible comparación con el combo De Niro-Ben Stiller de su prima La familia de mi novia. Qué decir de un elenco de apoyo integrado por un stock de actores del montón y apenas reforzado por una Candice Bergen algo ajada, en el papel de ex esposa new age.
Si todo suena a viejo, los chistes basados en la calentura del asesino francés –que es una loca de atar– por el tímido podólogo son dignos de una de Hugo Sofovich. Pero todavía falta la frutilla en el postre, esa que Hollywood no le niega ni a los peores asesinos: arrepentimiento, redención y restablecimiento del orden familiar, justo antes de que los títulos finales empiecen a desfilar.

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Michael Douglas y Albert Brooks, un par con poco magnetismo.
 
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