ESPECTáCULOS › ENTREVISTA A LA CINEASTA ARGENTINA JEANINE MEERAPFEL

“Una explosión de talento”

Así define la directora radicada en Alemania el momento actual del cine argentino. Meerapfel llegó al país para presentar “El verano de Ana”, donde reafirma su compromiso con la memoria y los derechos humanos.

 Por Oscar Ranzani

Desde que partió a Alemania en 1964, la directora argentina Jeanine Meerapfel se dedicó a dirigir películas de fuerte contenido social. Temas como el desarraigo, la memoria, las raíces y la identidad fueron recurrentes en su filmografía. Después de aquel inicio profesional con su ópera prima Malou en 1981, tres coproducciones germano-argentinas le permitieron a Meerapfel reencontrarse con su país en estos años: La amiga, cuyo telón de fondo es la dictadura militar, Amigomío, que repasa la vivencia del exilio, y Desembarcos, realizado juntamente con Alcides Chiesa, que recuerda los años de represión a través de testimonios y pasajes de ficción. En este caso el regreso a la Argentina se dio en el marco del Festival de Cine de Mar del Plata donde presentó su nuevo largometraje El verano de Ana que obtuvo el premio Mención Especial. Página/12 visitó a la realizadora y habló de su nueva película (que se estrenará en Buenos Aires en octubre), de la relación del cine con los derechos humanos y de la situación del cine en el país adonde vivió hasta 1964.
–¿Cuál es su opinión sobre el momento que está atravesando el cine argentino?
–En los últimos años ha habido una explosión de talento y calidad. He visto muchas películas que me han gustado mucho. Entre ellas, Nueve reinas de Fabián Bielinsky, a la que la vi en Madrid, ciudad en la que estuvo nada menos que seis meses en cartelera. Y éste es sólo un ejemplo. También podría mencionar El hijo de la novia, de Juan José Campanella, o La ciénaga, de Lucrecia Martel, que se han convertido en verdaderos productos de exportación. Es un momento difícil pero, a la vez, es un buen momento en cuanto a la fuerza expresiva y hay que insistir haciendo este buen cine.
–Buena parte de su filmografía rescata el valor de la memoria. ¿Qué papel juega la necesidad de no olvidar a la hora de dirigir?
–Siempre tuve la convicción de que si uno no sabe de dónde viene no puede saber adónde va. Es decir, definir el pasado, investigarlo y conocerlo es también conocer en qué presente una está. Y sobre todo, no olvidar las cosas que han hecho a la sociedad tal como es. Ese es un trabajo que yo siento como cineasta y que lo puedo hacer en el cine así como lo han hecho escritores y gente del teatro. Y es un trabajo que me importa porque rescatando la memoria y lo que ha sucedido tanto en la sociedad como en la vida privada de cada uno, una comprende mejor por qué se es de determinada manera y cuál es la función que se tiene en este mundo. En ese sentido, el cine sigue siendo una forma de esclarecer o una manera de entretener esclareciendo.
–¿Cómo nació la idea de “El verano de Ana”?
–Yo quería contar la historia de una mujer de unos cuarenta y ocho años que tiene que lidiar y arreglarse con su pasado. Tiene que hacer un duelo y volver a la vida. Su marido ha muerto y ella, que es de ascendencia griega, hereda una casa en una isla de Grecia. Quiere vender la casa y empieza en ese momento a recuperar toda su memoria. Poco a poco va trabajando ese duelo y va comprendiendo que el paso del tiempo es doloroso pero que también puede ser una manera de aceptar el dolor, de llevarlo y de renacer. Es un esfuerzo grande comprender que el amor no termina con la muerte, que sigue.
–Hablando en términos de lenguaje cinematográfico, ¿pudo ensayar algún nuevo método en el film?
–Hice un trabajo estructural en el que partí de la hipótesis de que la memoria es anárquica y que podía contar la historia de una manera no lineal. Eso me interesó como cineasta: probar un lenguaje que hasta ese momento yo no había implementado. No es el típico flashback clásico sino que en toda la película hay cortes claros pero que, a través de la emoción del personaje, se llega a historias que ella imagina o recuerda. Es como un rompecabezas que es precisamente su memoria.
–¿Cómo se hace cine en Alemania?
–En Alemania hay mucha ayuda estatal, que hace posible que el cine de autor, que es lo que yo hago, pueda seguir haciéndose. Otra cosa importante es la cooperación con las televisoras nacionales. Es decir, si no hago una coproducción con la televisión y si no hubiese tenido ayuda estatal, no habría llegado a hacer ni El verano de Ana ni otras películas que he dirigido. Aunque el cine de autor tiene los mismos problemas que en otros países de Europa o de otros cines independientes, porque uno no está en las redes de distribución de los estadounidenses ni de las productoras de primera línea. Por ejemplo, El verano de Ana se estrenó el 10 de enero en Alemania y sigue todavía en cartel en pequeños cines de arte que la han conservado por el boca a boca del público. Es un trabajo de hormiguita: hay que ir y hablar. Los propietarios de estos cines de arte dicen: “Bueno, yo voy a tomar la película por dos o tres semanas pero tiene que venir Jeanine Meerapfel con mi público”. Porque saben que eso va a traer audiencia y que va a provocar el boca a boca. Y así retoman la película.
–La amiga fue una película emblemática sobre la dictadura militar argentina. ¿Qué recuerdo tiene de aquella experiencia?
–Fue un trabajo difícil en su momento. Se hizo cinco años después de la dictadura militar y había mucha inseguridad política todavía. Entonces había un ambiente muy pesado en el que mucha gente se sentía amenazada, tenía miedo. Y tanto es así que un actor no quiso trabajar en la película porque le parecía que no era el momento de hablar de esos temas. Yo siempre preguntaba: ¿Y cuál es el momento, si no se va a hablar ahora de las Madres de Plaza de Mayo y de las reivindicaciones de los familiares de desaparecidos? A pesar de eso fue un trabajo que se hizo bien.
–¿Cómo observa el tratamiento sobre los derechos humanos que tiene el cine mundial en la actualidad?
–El cine comercial no lo ha hecho pero el movimiento independiente es consciente de la importancia política y esclarecedora del cine. Yo no digo que una película cambia el mundo pero sí ayuda a abrir las mentes y los corazones a cierto tipo de problemas. Y por eso hay films a los que es muy importante no olvidar. En Mar del Plata tenían un ciclo de cine político que me pareció excelente y fui a ver Los traidores de Raymundo Gleyzer. Me quedé muy impresionada de la actualidad que tiene esa película. Hay que volver a verla, hay que volverla a poner. Es peligroso. Pero hay que exhibirla de nuevo.

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Jeanine Meerapfel sostiene que la Argentina tiene que “insistir haciendo buen cine”.
 
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