ESPECTáCULOS › “SOMNIUM”, UNA OBRA SOBRE LOS MISTERIOS ASTRONOMICOS
Científicos en busca de respuestas
José María López protagoniza la obra de Enrique Papatino, que se estrena esta noche en el Centro Cultural de la Cooperación.
Por Hilda Cabrera
El matemático alemán Johannes Kepler, a quien su madre, especie de pitonisa, le llama Verruga, y el astrónomo Tycho Brahe (nacido en Knudstrup en 1546, entonces territorio danés), cuya mujer Catalina se muestra a la manera de una trovadora, son los personajes de Somnium, obra de Enrique Papatino que plantea de modo literario ciertos misterios astronómicos de fines del siglo XVI y comienzos del XVII y algunas reflexiones sobre qué cosa es la periferia o el centro. La acción se desarrolla en un ámbito neutral, con música y el aparente deseo de los personajes de no dejar la impresión de haber vivido en vano. Esto se infiere de una frase que reitera Brahe (fallecido en 1601), a quien el autor retrata como noble rico y aventurero con actitudes de monarca. En este estreno de los sábados en el Centro de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), Brahe es protagonizado por José María López, actor sobresaliente en varios trabajos, entre otros Bartleby, La mosca blanca y Mil años de paz. Cumplió además roles en películas valiosas como El arreglo, No habrá más penas ni olvido y La noche de los lápices. “Lo extraordinario de Tycho es que utilizaba en sus mediciones aparatos caseros”, apunta López apenas iniciada la entrevista con Página/12. La obra narra el encuentro de Brahe y Kepler (1571-1630) con varias “inversiones en el tiempo”. Si bien se sabe que aquél se produjo en Praga en enero de 1600, el texto de Papatino no reposa en exactitudes sino en incógnitas. Dirigida por Enrique Dacal, y con un elenco que completan Daniel Dibiase, Susana Cart y Vita Escardó, Somnium intenta un contrapunto entre el noble rico y el matemático que se gana el pan trabajando de maestro y “fabricando horóscopos”. Asunto que enoja a este Brahe, quien, según parece, mandó llamar a la corte de Rodolfo II al astrónomo y matemático de Graz (entonces zona austríaca) que profesaba el protestantismo y debía huir de la ola de intolerancia religiosa que ahogaba a la región.
–Aquella fue también época de persecuciones. El filósofo italiano Giordano Bruno muere en la hoguera en 1600, y la Inquisición sólo ve herejes y brujas...
–Brahe tenía idea de estas barbaridades, pero no quería entrar en conflicto con la Iglesia. En este aspecto, Kepler fue más valiente. El alemán era un fundamentalista respecto de sus teorías sobre el Universo. Buscaba el sentido del equilibrio, mientras que Brahe opinaba que la perfección absoluta no existe. Personalmente, admiro la imaginación de estos científicos. No importa para el caso si erraban en sus cálculos.
–Somnium juega con lo real e imaginario, que es una mezcla frecuente en los autores argentinos, y no sobre el cosmos sino sobre cuestiones terrenas. Entre muchos ejemplos, una obra de Carlos Somigliana que usted protagonizó...
–Oficial Primero, en Teatro Abierto 1982. Yo interpretaba a ese oficial. Esta obra, que cuestionaba el autoritarismo y el mal funcionamiento del aparato judicial, tuvo tanta repercusión que después de presentarla en el desaparecido Teatro Odeón la llevamos al Margarita Xirgu.
–Somigliana se desempeñó también como oficial primero en Tribunales y trabajó con el fiscal Julio César Strassera reuniendo información para el juicio a las Juntas Militares...
–Colaboró y grabó videos del Juicio. Todo lo que pudo reunir lo condensó en un video de ocho horas. Durante ese trabajo, que le ocupaba muchas horas, fumaba continuamente. Murió de un infarto en 1987. Tenía 54 años. Oficial Primero tomaba la cuestión de los desaparecidos. Beatriz Matar dirigió esta obra que significó mucho para mí. La llevamos al Festival Internacional de Caracas. Esta fue una de mis pocas salidas del país, y la que me sacó del anonimato.
–Sin embargo, ya tenía una trayectoria interesante...
–Me inicié en Nuevo Teatro, con Alejandra Boero y Pedro Asquini, cuando proyectaban poner en escena Raíces, de Arnold Wesker, y estudié siete años con Agustín Alezzo. Otra experiencia muy importante para mí, además de Oficial Primero, fue participar en la puesta de Los compadritos, de Roberto Cossa. La presentamos en 1985, y salimos de gira invitados al Festival Latino de Nueva York y a encuentros en las capitales de México y Puerto Rico. Tuvimos un éxito impresionante.
–¿Cómo definiría hoy su situación como actor?
–Uno anda siempre entusiasmado con algo: ensaya, estrena y de pronto toma conciencia de lo efímero de su trabajo. Estudié arquitectura, me recibí, pero no me quedé en la profesión. Nunca, en cambio, pensé en dejar de ser actor.
–¿Qué sobrevivió de su estudio en Arquitectura?
–Soy docente, pero lo que me quedó es mi gusto por el dibujo y la pintura. Pinto, pero no para exhibir cuadros sino para mí. Me intimidan los círculos. Carezco de la habilidad necesaria para entrar en un ambiente que no conozco o en el que casi nadie me conoce. Sólo en el escenario me expreso sin esas trabas. Actuando soy libre y me siento vivo.