ESPECTáCULOS › MANZANARES, EL VERDADERO PUEBLO DE “EL DESEO”

Con los ídolos bien a mano

El lugar real donde transcurre El Deseo cambió desde que sus calles fueron invadidas por la televisión. Aquí se ofrece la crónica de un pueblo alterado por su propia y repentina vigencia y fama.

 Por Julián Gorodischer

Doña Edelma recuerda: “Yo fui joven”. Con la sonrisa perdida de la que vive del pasado, con la libreta en la que apunta todas las películas que se filmaron en Manzanares. Ella, a los ochenta y pico, lo vio todo: el paso estelar de Andrea del Boca, la visita de Héctor Olivera y, ahora, la llegada de Natalia Oreiro. “Viene a la despensa, nos damos unos besitos”, con la alegría de que la visiten sólo a la hora del mate y a pedir un termo con agua caliente. “Con eso me basta”, dice la mujer que, como sus vecinas, se dedica al último grito de la moda en las afueras de Pilar: identificar caras conocidas desde que la tele le cambió el nombre al pueblo y lo apodó El Deseo. “Es nuestro pasatiempo –dice Edelma Burone–, ¿a ver quién sale hoy en la novela? Yo lo vi al Paco Félix piropear a la Nati Oreiro, y vi a los hermanos Rodríguez andando en petiso, y lo vi a Julio mateando en la vereda.”
El pueblo elegido por la tele (por tranquilo, alejado y “detenido en el tiempo”) deja atrás el anonimato: ¡Ahora todos son estrellas! Se pelean por aparecer, ponen a sus hijos de “fondito” y salen a caminar cada vez que se anuncia una nueva grabación. “Para los productores es una pegada –arriesga Graciela, de la delegación municipal–. Se ahorran los extras. Mi hijo siempre sale detrás de Nati Oreiro. Pero al menos podrían regalarle unos caramelos.” Los vecinos pasan caminando, o se asoman para robar un planito, ahora que llega gente de Luján o de Areco a reconocer la localidad vecina que nunca habían visitado. Alguno fantasea con un eslogan para el turismo: “Conozca el verdadero El Deseo”, matando de golpe una historia de más de cien años de casas bajas, siestas largas y poco para ver. Algún vivo especula con nombrarlo como “el pueblo de los misterios”: “Pasa de todo –asusta el verdulero, entre risas–, no te alejes demasiado”.
Hace tiempo –dicen en Manzanares– que al viejito Paco Félix, de 95, no se lo veía tan alegre, andando de aquí para allá en el sulky, como enamorado. “Venga rubia hermosa”, le gritó a la Oreiro en la principal, y la escena dio tanta risa que se incluyó en la novela. Sirvió para alterar, por un ratito, la melancolía del viejo Paco, patrono del pueblo, el que dejó de mirar hacia atrás y se perdió en las curvas de “esa chica joven”. Por un rato, Paco Félix fue, como en la juventud, el donjuán que tenía “cien mujeres”, pero después se internó de nuevo en los recuerdos: “Yo ordeñaba cien litros de leche en una hora y no me dolían los huesos; eso era antes...”

Entrar al mapa

Pueblos mitificados, rutinas alteradas, una llanura monótona que se llena de historias de ladrones a caballo, en Padre Coraje, de galanes en cualquier esquina y una bomba sexual, en El Deseo. De gente platinada y hasta de un spa donde en realidad hay apenas un enorme baldío. Pueblos olvidados dejan atrás sus rutinas iguales de cabalgata y ordeñe. De pronto, La Cruz, en la ficción de Padre Coraje, reconvierte a San Antonio de Areco, el lugar donde se graban sus escenas. Allí donde sólo había una convivencia chismosa de vecinas, una tarde perdida en el bar, aparece la figura del héroe redentor y el cura trucho, con visita de Evita incluida para entrar en la historia. También sucede en El Deseo: Manzanares deja atrás su prontuario de pueblito rural, a un costado del camino de tierra, donde una vía abandonada recuerda el lejano paso de un tren, para fundar su nueva dimensión con pantanos que se chupan gente, bombas sexuales caminando por sus callecitas, galanes en cada esquina, una trama de ricos dominantes y hasta sexo, romance y pasión allí donde apenas se conmueven con esporádicas jineteadas.
Así se fue alterando la rutina de campo, con una lluvia artificial (a cargo de los bomberos de Pilar) o una caminata infartante de Natalia Oreiro en las mismas callecitas que antes eran testigo del paso demorado de las vacas, o el andar encorvado de Doña Edelma. Ficción y realidad se entrecruzan en Manzanares, donde todos aseguran tener algún amigo ahogado en el lago artificial, sospechosamente parecido al pantano de la novela. “Yo vi morir a más de treinta –exagera Edelma–, se dejan engañar porque arriba es calentito, pero abajo es helado. ¡Se los chupa! Yo misma me caí en un pozo de arena movediza, pasadita de licor de pomelo, y me tuvieron que sacar con dos tractores.”

Sueño bonaerense

En el pueblo, nadie se altera demasiado al paso de los ídolos. La gente espera en las veredas, levanta la mano para un saludito, no acosa ni persigue ni pide autógrafos, poco afectos al sistema de estrellas. Apenas, la mirada obnubilada que se dirige a los platinados (Nati Oreiro, Claudio Quinteros, Solita Silveyra...), que van por todas partes cambiando la rutina. A Juan Peralta, otro despensero, le ofrecieron mucha plata por la cortesía de dejar almorzar a las estrellas en su jardín, pero él la rechazó. Compartir un asado forma parte de la ley general del buen hospitalario. ¿Cómo cobrarles? A cambio, pidió donaciones para la salita médica y la biblioteca: “Los vi llegar con las bolsas de medicamentos”. Fue para la salita sin luz en el baño, donde falta de todo y para todos, pese a las buenas intenciones. “Tienen derecho a la atención gratuita, hacemos lo que podemos”, dice el doctor Morales, ahora con unas cuantas gasas y antisépticos para pasar el invierno.
El sueño de Manzanares es reactivarse de pronto, gracias a la tele, como en un batacazo que de pronto incremente la venta de propiedades (lo desea Silvia, de la Inmobiliaria Cabildo), o atraiga turistas de toda la Argentina, para venir a ver el pueblito de la tele. “Acá se filma mucho, ¡es hermoso!”, dicen Edelma y su vecino Eduardo, dueño de la primera casa de la localidad, promotores de un pueblo que entró en el mundo. En un nuevo mapa, se verán a sí mismos marcados en rojo, como corresponde a una atracción turística. Y se leerá en la reseña: “Donde se grabó El Deseo”. Eso será después, porque ahora les basta con el gesto del productor, esas dos líneas que se leen al final del capítulo (“Gracias a la gente de Manzanares”) y dejan a todos contentos, ahora que –por lo menos– alguien se acuerda de que existen. Al que pensó en cambiar el nombre del pueblito le dijeron que sería una herejía. Pero en la mesa del bar, un grupo tira propuestas: “El Deseo de Manzanares”, arriesga el proyecto más votado. Negocio redondo, y vecinos contentos. Hay versiones increíbles: “¿Y qué tal ponerle ‘La Oreiro’? Es un lindo nombre –dice el viejo Luis–. No suena mal, ¿no?”

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Manzanares queda muy cerca de Buenos Aires, pero parece detenido en el tiempo.
 
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