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El huracán Martha Argerich pasó por Salta y se llevó una ovación

La notable pianista brilló con la Orquesta Sinfónica salteña y le dejó el cierre del concierto a la venezolana Gabriela Montero.

 Por Diego Fischerman

Un viento musical atravesó Salta. O, más bien, dos. “El huracán Martha Argerich y la tormenta tropical Gabriela Montero”, en palabras del venezolano Felipe Izcaray, que dirige la Orquesta Sinfónica de esta ciudad desde su fundación, en 2000, cuando ganó su cargo por concurso. Se refiere, claro, a las dos solistas que, en una noche brillante, despacharon al hilo tres de los más difíciles conciertos para piano y orquesta de todo el repertorio: el primero de Sergei Prokofiev y el Concierto en Sol de Maurice Ravel por Argerich y, por expreso pedido de la argentina, la venezolana Montero como cierre, con el tercero de Sergei Rachmaninov.
Argerich llegó de mal humor. Venía de tocar con la Sinfónica de Boston conducida por Charles Dutoit y allí nada le había gustado. En Salta comenzó un periplo –la palabra “huracán” es, en realidad, la más usada, repetida una y otra vez por distintas personas allegadas– que la llevará a Paraná, en Entre Ríos –adonde irá porque en esa provincia nació su madre–, Córdoba, Rosario y Bariloche, para luego tocar en San Pablo, Río de Janeiro y Porto Alegre, en Brasil, y finalmente recalar en el festival que lleva su nombre y que la encontrará en octubre en el Teatro Colón de Buenos Aires. Y en este lugar al que a veces se refiere como “mágico”, todo fue distinto. Sonriente, feliz con la orquesta y con el entusiasmo de músicos jóvenes que entregan el máximo posible, sorteó incluso sus clásicas inseguridades.
En el primer ensayo del concierto de Prokofiev, por ejemplo, aseguraba a quien quisiera oírla que había tocado mal, que “no entendía la obra” y de poco le servían los elogios ajenos. “¿Es que me van a decir que yo no sé cómo toqué?”, preguntaba. Por supuesto, en el concierto no sólo no hubo errores sino que la artista volvió a mostrar porque es una de las grandes intérpretes de los últimos cincuenta años. El impulso demoledor, obviamente, pero también y, sobre todo, el increíble detalle en la articulación y el fraseo. Un detalle que, de manera asombrosa, no se pierde ni disminuye en velocidad. Cada sonido, para Argerich, tiene su propia vida, su propio crecimiento y su propio ritmo, aunque dure una ínfima fracción de segundo.
La nueva relación establecida entre la pianista y su país natal, en todo caso, es un hecho consumado. Después de trece años de no tocar en Argentina, en 1999 volvió a hacerlo para, a partir de ese momento, regresar cada año, realizar ya dos veces el concurso internacional de piano que creó su amiga Cucucha Castro, comandar el festival y, ahora, recorrer varios puntos del país y, además, colaborar, por ejemplo, con el Hospital de Niños salteño, para el que recaudó fondos con un concierto en Japón. “Es una música increíble –resume Romina Granata, cellista de la orquesta desde este año–; ella escucha a los demás.” Arturo Bascary, violinista desde la fundación, completa: “Ella crea la sensación de que no está tocando con la orquesta sino con cada uno de nosotros.” Y la solista de viola Tetyana Lárina, que llegó sin saber una palabra de español desde Ucrania y desde la Filarmónica de Odessa, donde tocaba antes de presentarse a concurso, agradece a los salteños “la amabilidad y la apertura, que hizo que no sintiera ningún choque sino todo lo contrario; cuando no se habla el idioma, es importante que la gente quiera escuchar y entender” y afirma que “Martha Argerich es realmente una gran maestra; es una artista que tiene claro lo que quiere y sabe transmitirlo a toda la orquesta”. “Esto es algo mágico”, concluye Emilio Argento, violista recién ingresado a la orquesta.
La Sinfónica de Salta, además, ha propiciado un movimiento de características inusuales. El hecho de que más de la mitad de sus integrantes no hayan nacido en Salta y vengan, en algunos casos, delugares tan lejanos como Ucrania o Moldavia, le da un sello de cosmopolitismo singular, Pero, en particular, sus conciertos en los que el público llena, sistemáticamente, la sala de la Casa de la Cultura, o en pueblos adonde, en ocasiones, es la primera vez en que se escucha una orquesta sinfónica, han logrado que la escuela de música tenga más inscriptos que nunca. “La orquesta tuvo un efecto social muy trascendente”, dice Granata. Pero el concierto tuvo, también, otra protagonista. La excelente Gabriela Montero sedujo con una versión eléctrica y, al mismo tiempo, sin amaneramientos, del famoso tercero de Rachmaninov, que fue saludada con una ovación. Si parecía difícil que alguien pudiera llenar el escenario después del paso de Argerich, la confianza que ésta le tuvo a su joven colega, entregándole el honor del cierre, se vio absolutamente recompensada. La única nota discordante del concierto fueron unos bises en que la pianista improvisó sobre melodías populares, en un lenguaje semijazzístico y con la sutileza y adecuación de estilo de quien riega un malvón con un carro hidrante. El despliegue de virtuosismo y ampulosidad del sonido, de todas maneras, alcanzó para que la sensación de fiesta continuara.

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Martha Argerich interpretó a Prokofiev, Ravel y Rachmaninov.
 
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