ESPECTáCULOS › UN HOMENAJE A LAS VICTIMAS DE LA REPRESION DE ESTADO

“Cerrar los ojos para vivir”

Héctor Tizón y Noé Jitrik lideraron una mesa que analizó el difícil papel de los narradores en la convulsionada década del 70: “El destino parecía ser el encierro, destierro o entierro”.

 Por Silvina Friera

La escritura, como palabra perdurable, malogró el sueño perverso de los verdugos, que no alcanzaron a silenciar las voces que los molestaban. En la mesa redonda “Narradores víctimas de la represión”, el escritor jujeño Héctor Tizón y el crítico Noé Jitrik recordaron y homenajearon a Rodolfo Walsh, Haroldo Conti (desaparecidos por la dictadura), Daniel Moyano y Antonio Di Benedetto (exiliados). La narradora María Héguiz incrementó la sensación de que los espíritus de estos artistas estaban presentes en la sala Victoria Ocampo con la lectura de algunas notables narraciones como “Volamos”, de Di Benedetto. “En los cuatro casos se cumplió de una manera terrible aquel tipo discursivo que sostenía que el destino de los escritores de los 70 fue el encierro, el destierro y el entierro”, dijo Tizón, que no conoció personalmente a Walsh pero compartió entrañables y dolorosos momentos con Moyano (que murió en 1992) y Di Benedetto (falleció en 1986 por un derrame cerebral) durante su exilio en España.
“En los primeros cuatro años ninguno de nosotros pudimos escribir una línea que valiera la pena”, recordó Tizón, que en la novela La casa y el viento narra la angustia de un personaje puneño, que tiene que emigrar al sur: “Quien se mueve de su tierra pierde la voz, pierde el color de los ojos. Sueña siempre un mismo sueño que le está recordando una cosa dulce y perdida”. Para Tizón, Walsh y Conti fueron dos escritores comprometidos en el sentido sartreano del término. “La última vez que lo vi a Haroldo fue en su casa de la calle Fitz Roy y me hizo una pregunta que hasta hoy me sigue asombrando. Me preguntó si había venido por tierra. Yo siempre viajaba en avión, pero él pensaba que no pude llegar en micro porque Tucumán estaba tomada”, señaló Tizón. “Yo no tengo toda la partitura, no tengo continuidad en el tiempo, por eso no puedo volver. Para regresar me tendrían que devolver ese tiempo, lo cual es imposible. Ovidio demostró literariamente que no se puede volver, que el exilio es irreversible. Sería un despropósito volver atrás, y no tengo a dónde volver. Perdí mis vínculos laborales y a mis amigos, Di Benedetto y Haroldo Conti”, escribió en una carta Moyano, que estaba cansado de sentirse “un novelista sudaca” en Madrid.
El autor de La casa y el viento citó una frase de Ovidio, desterrado por Augusto: “Cierro los ojos para vivir”. Según Tizón, todos los escritores exiliados imitaban la frase de Ovidio en el acto de escribir. “El que más nos alentaba a salir de la tristeza y seguir adelante era Julio Cortázar, que decía que lo más peligroso era dejar de trabajar porque eso era lo que quería la dictadura”, subrayó el escritor jujeño. Respecto a Di Benedetto (escritor mendocino, autor de Zama) Tizón reveló que le preguntó a Juan José Saer por qué diablos lo habían apresado al mendocino, el primer día del golpe, el 24 de marzo de 1976. “Saer me dijo que fue por una cuestión de polleras, pero la verdad es que nunca se supo bien por qué lo tuvieron 17 meses en la cárcel. Lo sometieron a vejaciones terribles hasta que la presión internacional hizo que lo soltaran y se exiliara en Madrid”, aclaró Tizón, que lo definió como un hombre “muy ingenuo”. En una cervecería madrileña estaban Héctor Alterio, Horacio Salas, Tizón y Di Benedetto. “Ahora podemos regresar porque ganó Carter la presidencia de los Estados Unidos”, fue el comentario inocente de Di Benedetto que rememoró Tizón.
Noé Jitrik, escritor, crítico y docente universitario, admitió que el tiempo es un peso difícil de soportar, especialmente cuando cae en la cuenta de que conoció a Walsh y Di Benedetto en 1958. “Son emblemas de un momento de gran confianza en la literatura. La idea de escribir era sólida, era posible y tenía alguna importancia”, precisó Jitrik. “En cada uno de ellos hay una inclinación peculiar. En el caso de Moyano, la pasión por el sonido para articular un mundo imaginario. Conti trata de recuperar la fluidez, un heredero de Juan L. Ortiz, que pasó la vida mirando el río para tratar de entender lo que quería decir el agua que corre”, puntualizó. “En Di Benedetto, el más vanguardista de los cuatro, es la persecución de la forma. En Zama no predomina la reivindicación de la historia sino que la novela histórica puede ser materia moldeable, una especie de anticipo del objetivismo, que Di Benedetto persiguió e intuyó”. Nitrik enfatizó la pasión por el hecho en la narrativa de Walsh. “Delimita lo que quiere narrar. No es una cuestión de realismo, es la precisión de un escultor con el hecho”.

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