PLACER › SOBRE GUSTOS...

Por Daniela Gutiérrez*

Me encantan las provocaciones y los desafíos, obvio, en aquellos terrenos en los que me sé capaz. “Dale, escribilo, porque contado te sale bien...”, dijo, y yo con un muy mal disimulado regocijo (larga es la vanidad, corta la vida) recogí el guante. Y aquí estoy ahora, torpe, intentando hacer brillar en el intersticio de un rejunte de palabritas lo que me ayude a opacar un deleite tan común, tan transparente, una fila tan elemental...
Me voy aproximando, pero cauta, tanteando con precaución no sea que me tope con lo que quiero tan de golpe que me quede como de piedra. Creo firmemente que una revelación súbita suele lastimar más de lo que salva.
Pues bien: en el principio fueron las explosiones. La primera vez que me imaginé una ya me gustó. Era la metáfora que mi padre eligió para explicarme el origen de todo. Después en otras explicaciones posteriores quiso ser un poco más preciso y confesó sus dudas entre elegir la explosión o el bostezo. Recuerdo su voz grave en un relato apasionante donde Hesíodo cifraba el arjé en un enorme bostezo de la Tierra. A mí esa idea también me gustaba: Gea, una mujer desperezándose y luchando en vano con su boca que insiste en abrirse para que le salga el mundo. Primer bostezo germinal. No terminé de decidir si bostezo o explosión hasta que llegó el momento de explicarme el origen de mi propia existencia y entonces la descripción que mi padre hizo del orgasmo era una miniexplosión bostezada húmeda y estruendosa, casi un estornudo.
Síntesis maravillosa y supremo placer desde entonces: estornudar.
Conserva del bostezo hesiódico algo, pero es más ruidoso y tiene un aliciente: me enceguece. Es imposible estornudar con los ojos abiertos. No creo que sea casual, y debe tener algún dejo de sacralidad perdida eso de que nos hace ciegos mientras dura... quizás porque extiende una fugaz estela de gotitas salpicadas, porque interrumpe la palabra o el silencio y arranca del ocasional testigo –y en varios idiomas– exclamaciones pías.
Mi padre también me contó que la mayor parte del universo es oscuro. Edipo conoció la verdad antes de arrancarse los ojos. Los dioses cegaron a Tiresias luego que les develara el goce de la mujer. A veces la ceguera echa luz y yo me imagino al pobre y alérgico Edipo soportando una cruel primavera en Atica y celebro con él la mínima explosión de un buen estornudo, ese que me hace abrir la boca sin premeditación, me cierra los ojos y me recuerda a papá contándome el big bang.

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