PSICOLOGíA

Contra el crepúsculo del deber

Según la autora, “ha cundido una extraordinaria permisividad a las conductas de niños y adolescentes, y se extiende sobre padres y educadores una ideología que sataniza el castigo, las restricciones morales y exigencias de deberes”.

 Por Isabel Lucioni *

Así como se habló en un momento de “la muerte de Dios”, hoy se habla del “crepúsculo del deber” y de la “caída del padre” como metáfora que, en una sociedad patriarcal, alude a la caída de la respetabilidad de la función de conducir, de guiar, de señalar un camino, y que define la noción misma de autoridad. Uno de sus efectos es que ha cundido una extraordinaria permisividad a las conductas de niños y adolescentes, extendiéndose sobre padres y educadores una ideología que sataniza el castigo y gran parte de las restricciones morales y exigencias de deberes, por el solo hecho de ser restricciones.
El descrédito ideológico de toda autoridad, considerada autoritarismo –al cual contribuye el descrédito de las dirigencias políticas, económicas, sindicales y gran parte de las dirigencias sociales–, ha desacreditado también las funciones docentes y parentales, de las cuales lo más temible parece ser la coartación de la “espontaneidad”, la “individualidad” y de lo que los psicoanalistas llamamos “el principio de placer”.
Gran parte de estas ideologías posmodernas ha sufrido la impronta de psicólogos, psicoanalistas y otros científicos sociales que creyeron que sus ciencias enseñaban la doctrina rousseauniana del buen salvaje al que sólo se lo debía “dejar ser”. Nada está más lejos de la verdad: tanto el yo como el superyó son instancias legítimamente restrictoras de los impulsos sexual-agresivos del ello, sin cuyas restricciones se hacen imposibles la sublimación, como proceso productivo de bienes psíquicos y culturales, pensamientos abstractos y críticos, y la elaboración de afectos discriminados y variados que enriquecen y pacifican el espíritu humano, que los psicoanalistas denominamos aparato psíquico.
En los adolescentes, alumnos del polimodal, la ignorancia sobre las fuentes de la violencia, del amor y de las tendencias sexual-agresivas se agrava por la permisividad de hecho o la desmentida de los hechos, sin posibilidad de reflexión sobre la dialéctica permiso-abstención, liberación-inhibición, que todo ser humano y hasta los animales deben tener para sobrevivir. Es un problema el aumento de la maternidad adolescente e infantil, de la paternidad juvenil, de sujetos inmaduros que todavía no aprendieron a hacerse cargo de sí mismos, en una sociedad contradictoria donde el deber entra en ocaso pero las exigencias de las condiciones para sobrevivir son cada vez más altas.
Es un problema que se haya entendido la libertad como permisividad a los impulsos que, al igual que las commodities en economía, tienen bajo valor agregado de elaboración psíquica; es un problema que la sexualidad y las maternidades-paternidades adolescentes se entiendan como actos heroicos de chicos madurados por la experiencia; muy por el contrario, generalmente prolongan la dependencia de sus propios padres y dificultan la producción de complejidades subjetivas, afectivo-cognitivas.
No hay libertad sin responsabilidad sobre uno mismo y los demás, pero estas dos responsabilidades no son congénitas: son parte de la socialización-educación, son parte de la violencia simbólica necesaria por parte de padres, docentes y de una sociedad responsable de garantizar la verdadera igualdad de oportunidades para todos sus miembros, que no esconda la altísima exigencia que hará recaer sobre sus individuos al tiempo que les exacerba los deseos de todo calibre pero que confluyen en la estimulación del consumo.
Vinculo gran parte de esta incapacidad creciente de administrar y contener los impulsos –que llega al extensivo síndrome del déficit de atención con hiperactividad– con el derrumbe del prestigio de la autoridad, con una idea equivocada sobre la libertad y subjetivación individuada y con una ignorancia sobre las condiciones humanas de producción de la sexualidad y la agresión.
Creo que la restauración de la autoridad y no el autoritarismo del docente, en este momento histórico pasa más por la elevación de sus sueldos y honorarios a un nivel de dignidad y jerarquización que sea reconocido por la sociedad. Pero debe ser motivo de reflexión el concepto de autoridad. Tanto para docente como para padres y autoridades académicas debería haber talleres donde se debatan los conceptos de autoridad, autoritarismo, libertad, responsabilidad; donde se pueda examinar si la constitución subjetiva es posible en el contexto de laissez faire o si necesita violencia primaria o violencia simbólica, transmisión de normas, valores y leyes, como deberes sociales-docentes-paternales necesarios para la producción de tejido psíquico, sobre todo del yo, encargado de la representación de realidad, y del superyó, encargado de la direccionalidad axiológica y ética del aparato psíquico. Sería interesante que por estos talleres rotaran diversos profesionales: psicoanalistas, psicólogos cognitivistas, filósofos y antropólogos que pudieran hablar de las diferentes formas de regulación sexual que todas las sociedades conocidas tienen.
Otros talleres deberían dirigirse a los alumnos, y en éstos, junto con los mismos temas de los debates de padres y docentes, se trataría el problema ético de la responsabilidad. Por supuesto, son necesarias clases de anatomía y fisiología sexuales e información amplia sobre medidas anticonceptivas y de higiene preventiva de las enfermedades de transmisión sexual. Pero esas informaciones deben ser acompañadas por el planteo del sexo, el deseo y el amor como producciones psíquicas complejas y que ni siquiera en los animales responden a un impulso mecánico (uno de los motivos por los que se está revisando la noción de instinto en el campo mismo de la biología).
No he tomado como centro de este ensayo la cuestión de la violencia escolar, pseudópodo actual de la violencia social y que tiene muchas causas comunes con la impulsión sexual, como con otras impulsiones. Pero para todas las conductas impulsivas hay que enseñar la ética como un sistema de restricciones que a su vez abren nuevas posibilidades, y considerar el desarrollo del pensamiento y las cogniciones más avanzadas como sistemas intrapsíquicos de administración y contención de los impulsos.
Planteo dos tipos de talleres porque primero deben formarse los formadores: padres y maestros, quienes, luego, deberán definir con más precisión los talleres para los jóvenes, que deberían estar coordinados por docentes, padres y diferentes especialistas a lo largo de todo el Polimodal.
Esto serviría además para la contención de la violencia, que también se presenta articulada como violencia sexual. Hay ataques sexuales que se perpetran dentro del colegio y entre compañeros.
No sólo los padres son factores de socialización u hominización ontogenética, aunque sean los primeros y fundamentales. Muy tempranamente la cultura de cada tiempo histórico da sustancia psíquica, forma las redes de cogniciones y emociones que constituirán al sujeto admitido o excluido en su sistema económico social. Aun los excluidos tienen procesos de socialización y subjetivación como excluidos.

* Miembro de la Sociedad Psicoanalítica del Sur y profesora en la Universidad Abierta Interamericana. Texto extractado del trabajo “Educación sexual y de paternidad responsable”.

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