SOCIEDAD › MENOS DE UN MILLAR DE PERSONAS ASISTIO A LA MARCHA DE BLUMBERG EN LA PLAZA DE MAYO

Una convocatoria sin convocados

El fracaso de la convocatoria de Blumberg quedó sellado con la pobre asistencia de público. Los reclamos pasaron sin ton ni son, desdibujados y sin orden. Blumberg culpó a los medios.

 Por Horacio Cecchi

A las 20.28, Juan Carlos Blumberg comenzó su discurso de trinchera elevada, en el centro de la Plaza de Mayo, de espaldas a la Casa de Gobierno y de frente al Congreso, aunque lejos, separado del espacio parlamentario por una distancia demasiado grande en comparación con aquella primera y multitudinaria vez. Ayer, los símbolos, a los que l’inyeniero de Röttingen es tan afecto, le jugaron una mala pasada: el acto empezó una hora y veintiocho minutos más tarde, y no se puede culpar al rigor obsesivo de Blumberg, sino a la espera, la estirada espera bajo el sol agobiante de la tarde que hacía de esa escena un anfiteatro de plaza pueblerina.

La convocatoria, calcada de las marchas anteriores, era por mayor seguridad o contra la inseguridad. “Esta tarde tenemos que ser 50 mil”, decía muy nervioso, a las 19.15, un señor muy paquete, con bermudas, tostado campestre y zapatillas náuticas. La Plaza no llegaba ni por asomo a cumplir su reclamo. La raleada multitud, arañando con rabia y ensanchando los hombros, no llegaba a los mil. El interlocutor del nervioso bronceado, peinaba canas (no era peluquero de la Federal, pero daba el corte), calzaba anteojos oscuros y escuchaba al de las bermudas y al mismo tiempo a su celular. A un costado, completaba la escena un Falcon 3.0, con la chapa color cremita, carcomida, destartalada, muy venido abajo, se diría en desuso, con carteles del tipo “Más poder a la policía para que nos cuiden”, carteles que casual o curiosamente ocultaban sus patentes.

Era llamativa la cantidad de sentidos y contrasentidos que hacían de esa convocatoria blumberiana una mélange de intereses contradictorios: mientras de la raleada multitud partían vítores o aplausos por policías más aguerridos, sobre el escenario una buena cantidad de familiares mostraba las fotos de sus seres queridos muertos por policías: allí estaban Iraizoz (padre de Nahuel), Lucena (padre de Diego), Peralta (Diego) e incluso el propio Blumberg o Bragagnolo. Todos ellos tuvieron en la causa judicial como acusado, sospechado de participación o por inacción o negligencia, a uno o varios policías. De todas maneras, como viene ocurriendo desde hace al menos dos décadas, los culpables de esa multitud raleada fueron y son los “menores”: un cartel clamaba por más seguridad aplicando “a los menores tratamiento judicial de adultos”.

La Plaza había sido preparada con la expectativa de un gran despliegue. Como hace cuatro años en Congreso y Tribunales, en dos extremos de la Plaza se habían levantado torretas para que los medios treparan a lo alto y obtuvieran imágenes de la multitud, dicen que las imágenes no mienten. Ayer, las torretas estaban vacías.

La fe ecuménica fue extraña, no estuvo representada por las primeras líneas: un cura acudió en representación del arzobispo de La Plata, monseñor Aguer, tan desconocido que antes de subir fue vituperado por una mujer que le reclamaba menos misa y más mano dura; un pastor evangélico también desconocido pero que enardeció a la raleada multitud cuando dijo que las leyes dejan salir a los delincuentes (y puso como ejemplo la ley del 2x1, sin advertir que fue derogada a principios de siglo); ni siquiera el rabino Sergio Bergman fue de la partida, aunque pidió disculpas por carta (leída en público y aplaudida, siempre cayendo tan simpático Bergman entre tanto comulgado en Zona Norte).

Después leyeron párrafos de reclamos, sin orden, algunos familiares de víctimas. La convocatoria era amplia: los había de víctimas en un asalto, de la corrupción policial, de secuestro de banda mixta, de picadas. A Blumberg le tocó el turno cuando se supo que ya no iba a llegar más nadie (ni siquiera Pando). Pidió modificar las leyes, pidió mano dura, dijo que es hora de ocupar el espacio público y culpó a los medios por tanta ausencia con un giro patético: “Los que no vinieron no lo hicieron porque no quisieron, sino porque los medios los engañaron diciendo que la marcha era el 19 y no a las 19” argumentó, y el público raleado, a rabiar, gritaba buuuuu, mientras oficinistas demorados, turistas y aerobics cruzaban la Plaza salteando carteles con naturalidad cotidiana.

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Eran pocos y no todos compartieron las ideas de l’inyeniero.
Imagen: Pablo Piovano
 
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