SOCIEDAD › JUZGAN A CASI TODA UNA COMISARíA POR UN JOVEN MUERTO EN RAMOS MEJíA

Seis bonaerenses en el banquillo

Cinco policías de una comisaría están acusados de torturar hasta la muerte a Gastón Duffau. Y el jefe de la seccional, por incumplimiento de sus deberes. El caso tiene a una fiscal y a un médico bajo sospecha. Ayer declararon cuatro de los acusados.

Cinco policías bonaerenses de una misma comisaría comenzaron a ser juzgados ayer, acusados de torturas seguidas de muerte: una figura penal que podría llevarlos a una condena a cadena perpetua. El jefe de la seccional, el sexto policía en el banquillo, está siendo juzgado por “incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Se trata de la causa por la muerte de Gastón Duffau, ocurrida el 23 de febrero de 2008, después de ser detenido por seis bonaerenses de la comisaría de Ramos Mejía, en un local de McDonald’s, y entregado en un hospital ya muerto, esposado y lleno de golpes. Ayer declararon cuatro de los acusados, pero sus dichos no fueron públicos.

Además de las primeras y contradictorias versiones policiales, un médico de la Bonaerense dictaminó en la primera autopsia que Duffau había muerto en la camioneta policial por golpes recibidos en el cuello y el cráneo luego de ser atropellado por un auto, una semana antes. La fiscal del caso fue apartada e investigada. Y se realizó una nueva autopsia que determinó que Duffau había recibido no menos de cien golpes que no se correspondían con un auto sino con bastonazos, patadas, puñetazos y golpes de rodilla. Además, uno de los policías se suicidó dos días antes de hablar con el juez. No sin presiones oficiales y extraoficiales, la causa llegó a juicio oral.

Duffau fue detenido por policías de la comisaría de Ramos Mejía, luego de ser convocados por un guardia de seguridad de McDonald’s con quien el joven habría discutido. Los policías se llevaron a Duffau. Hasta aquí todos de acuerdo, y si fuera sólo por esto no habría juicio.

Pero en ese punto es que empiezan los desacuerdos, justo cuando queda en manos de los seis bonaerenses. Según ellos, Duffau estaba robando, o era un loquito que molestaba en el local, o era un nauseabundo linyera semidesnudo. No está claro. Pero lo detuvieron, y cuando lo trasladaban en la camioneta policial a la comisaría empezó a tener convulsiones y de inmediato, con tanta urgencia que ni recordaron que estaba esposado, lo llevaron al hospital, donde murió. Los médicos del hospital dijeron que había sido golpeado. Pero una primera e inmediatísima autopsia realizada ipso facto y con la sorprendente presencia de la plana mayor de la Bonaerense de La Matanza, la fiscal del caso, Silvana Breggia, y el médico policial Falomo Sileno (autor de la inolvidable autopsia), dio como resultado que Duffau había muerto por golpes en el cráneo y fundamentalmente en el cuello, producto de algún auto que lo atropelló una semana antes de la detención.

Según esa autopsia Guinness, Duffau aguantó como pudo el dolor cervical de las vértebras partidas durante varios días, sin quejarse ni comentar nada. Hasta que en la camioneta, por equis motivo, no pudo resistir más y murió.

La razonable sospecha de que la firma de Sileno estaba confundida o se había traspapelado de cuello o de causa, derivó en que la propia procuradora general María del Carmen Falbo tomara cartas en el asunto y ordenara una reautopsia fuera del área peligrosa (La Matanza y la Policía Científica de la Bonaerense). A cargo del Cuerpo de Forenses de Lomas de Zamora, el resultado dio diferente: Duffau no tenía marcas en su cuerpo compatibles con el golpe de un auto ni se verificaron las lesiones mortales en el cuello: ni mortales ni vitales ni nada. Lo que tenía era el cuerpo lleno de marcas, como quien dice, de dedos cerrados, puntapiés, bastones y rodillas. La fiscal Breggia fue apartada y con una virtual investigación en su cabeza. Falomo Sileno también.

El nuevo fiscal, Guillermo Bordenave, avanzó mucho más rápido que lo que el Ministerio de Seguridad bonaerense lo hubiera permitido: incluso, sin haber sido invitado, el ministro Carlos Stornelli envió dos peritos policiales a observar la segunda autopsia, pero no se les permitió el ingreso por ser parte razonablemente sospechada.

Los seis policías acusados, que estuvieron prófugos y muy de a poquito fueron puestos en disponibilidad simple, quedaron detenidos. Pero de los seis que entraron sólo llegaron al juicio cinco. Uno de ellos, David Mansilla, pidió hablar con el juez nuevamente. Pero dos días antes de la audiencia, quizás arrepentido, quizá consternado, quizás olvidado de lo que había querido declarar, muy alocado pero pulcro, intentó suicidarse con perfume (¿cómo?: fácil, bien rociado y prendido fuego). No lo logró. Pero su deseo irrefrenable por mantener la boca cerrada lo llevó a colgarse de una sábana.

Los cinco restantes (Leonardo Brandán, Natalio Demaris, Luis Acuña, Mauro Ponti y Rubén Steingruber) están acusados de tortura seguida de muerte. El capitán Walter Cesari, todavía a cargo de la sorprendente comisaría, está acusado de incumplimiento de los deberes de funcionario público. Ayer, al iniciar el juicio, ante el Tribunal Oral 5 de La Matanza, integrado por los jueces Gabriela Silvia Rizzuto, Matías Mariano Deane y Javier Mario González, el abogado de los policías, Miguel Racanelli, recusó a Bordenave porque ya había intervenido en la investigación y no actuaría libre de prejuicios. Los jueces rechazaron el pedido. Después de los cuatro policías, declararon como testigos dos empleados del local de McDonald’s.

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Los acusados, consternados y clamando inocencia, en la primera audiencia que terminó suspendida.
 
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