SOCIEDAD › UNA RéPLICA DETRáS DE OTRA PROVOCAN NUEVOS DERRUMBES Y MáS PáNICO EN CHILE

Concepción, en movimiento perpetuo

Entre la sucesión de réplicas, ayer ocurrió la más fuerte desde el terremoto del sábado: midió 6,8 en la escala de Richter. Cómo es la vida entre sacudones que no tienen fin. Pese a los sismos, poca gente escapa a la calle por el toque de queda.

 Por Emilio Ruchansky

Desde Concepción

Las réplicas hacen madrugar a los habitantes de Concepción. Ayer, la primera ocurrió a las 6.08, luego a las 6.19, 7.31, 8.24 y a las 8.47 fue el sacudón más fuerte desde el terremoto del sábado: midió 6,8 en la escala de Richter. A las 10.30 hubo otra y pasado el mediodía también. La mayoría de la gente ya está acostumbrada y aconseja a los extranjeros que cuenten un minuto; si continúa, es mejor salir a la calle. Por suerte ninguna duró tanto, pero todas arruinan un poco más el ánimo en Concepción. Los bomberos y los agentes de defensa civil recorren los barrios. Van con una masa y un nivel para detectar si una pared está inclinada. “También llevamos una granada para la multitud y los periodistas”, bromea un bombero al ver llegar a este cronista. La urgencia manda y el grupo no quiere detenerse a charlar.

Sobre la céntrica avenida Chacabuco se ve a los vecinos preocupados por las réplicas. Son las 11 y pocos se animan a pisar la vereda porque aún no termina el toque de queda. Están parados en los patios de entrada, tras las rejas de sus departamentos, como si estuvieran en el colegio y esperaran que los pasen a buscar sus padres. Cerca de la plaza de armas, en la puerta de la radio Bio Bio, Lorena Salgado espera para dejar un papelito con un mensaje. Viene de Villa Futuro, un barrio pobre y periférico de Concepción, y tiene una denuncia entre manos. “Nadie vino a ayudarnos, nos tienen abandonados y yo quiero que se sepa”, dice la mujer. Este barrio queda a solo media hora del centro por la avenida Valdivia y la presencia de Página/12 atrae a varios vecinos indignados. Las réplicas hicieron estragos en Villa Futuro, construido en 1994 y habitado por 1800 personas repartidas en una veintena de pabellones recubiertos de chapa y erigidos con ladrillos huecos, a la vera del río Bio Bio. “Cada réplica hunde un poco más los edificios, esa escalera allí se cayó esta mañana, en esa que está allá murió una señora de un infarto el sábado”, señala Genny Stockle, un anciana con asma. Dice que anda llorando a cada rato: “No me recupero del susto de esta mañana, tembló todo de nuevo, fue muy fuerte”.

Sonia Castro anda amarrada a su hija y está furiosa. “Nadie viene a ayudarnos, el lunes nos trajeron ¡40 raciones de comida!, están locos po’. Lo único que tenemos es luz en algunas casas, pero para qué la quiero. La luz no se puede comer, necesitamos agua por lo menos”, dice la mujer, que tuvo que dejar su apartamento por las rajaduras y vive bajo unas chapas, en un box que usualmente se usa para estacionar los autos. Muchas familias hicieron lo mismo. Acá, la comida más popular es el té, preparado en pavas dispuestas sobre troncos. “La garrafa de gas costaba 11 mil pesos antes del terremoto, ahora sale 30 mil”, asegura Castro. Los víveres que pudieron conseguir en los saqueos ya se acabaron.

Avergonzado, Jorge Cortés accede abrir su casa por pedido de los vecinos. El piso de cerámica color ladrillo está levantado, los pilares tienen grietas donde entran dos o tres dedos, las paredes quedaron un poco inclinadas. En un momento, arranca una parte del empapelado para mostrar más grietas. Cortés vive en la planta baja, los dos pisos superiores pesan sobre su casa. “Y hay gente viviendo arriba, esta mañana salieron corriendo con la primera réplica, no tienen carpa, por eso viven ahí”, dice el hombre. El día del terremoto tuvo que romper el vidrio para escapar de su casa, la puerta de entrada quedó “apretada”, como dicen acá. A muchos les pasó lo mismo pero no pudieron salir porque sus ventanas están enrejadas.

En el pabellón de enfrente cuelgan dos banderas enormes. “Alcalde, Villa Futuro también existe, no somos delincuentes”, dice una, la otra reza: “Más de seis días sin ayuda, ¿dónde está el municipio?”. Sobre una verja que da al río hay una más: “Señores médicos, ya van cien enfermos y se viene la epidemia”. Afuera de los edificios proliferan carpas y tiendas. En medio de una plaza hay un comedor comunitario. Un joven llamado Claudio cuenta que veinte personas comen allí y las familias se turnan para cocinar. El menú del día es arroz con carne. “La comida la compramos entre todos y el que llega tarde queda debajo de la mesa, o sea, no come”, advierte el joven.

Los vecinos denuncian que no vinieron ni bomberos, ni arquitectos, ni personal de defensa civil, ni médicos. Solo llegó el ejército, hace dos días, y fue recibido con aplausos. Desde que ocurrió el terremoto se armó un especie de guerra entre estas poblaciones del conurbano de Concepción. “Estamos aliados con los del Porvenir, ellos nos avisan con silbatos cuando vienen los de Villa Presidente a robar comida o artefactos eléctricos. Quisieron venir a saquear el martes, eran como 70 personas con pistolas y escopetas”, cuenta Claudio. ¿Y qué pasó? “Resistimos. Matamos a tres de ellos a puñaladas.”

Por ahora, el agua se consigue tras largas colas en un estacionamiento de la línea de colectivos Vía Futuro, vigilado por dos militares. Es un caño que da al río Bio Bio, donde la gente lava su ropa y saca agua para cocinar y bañarse. El caudal es bajo por culpa de una represa. Un hombre lleva varias botellas de gaseosa vacías en un cochecito para bebés, otros las transportan en changuitos de supermercado. De lejos, indica una vecina llamada Carmen Hernández, puede verse cómo se inclinó uno de los pabellones. Al costado, hay un poste de luz sostenido por un tronco.

Dos réplicas cortas, de 15 o 20 segundos cada una, ocurren mientras Página/12 hace la recorrida. Se oye el ruido de vidrios rotos. “Es horrible, cada réplica nos mete más miedo. Esto no se termina nunca”, dice Hernández. Sobre el camino se ve una bandera dedicada a un empresario minero que hace beneficencia: “Farkas ayúdanos, el gobierno no existe”. Detrás de esta bandera hay una enorme montaña de basura y, según cuentan los vecinos, gran parte de los desechos fue enterrada en un pozo enorme. Nadie juega en la cancha de fútbol, los niños están nerviosos, parecen envejecidos.

Antes de emprender la retirada, una mujer corre para pedir pasar un mensaje, como tantos lo hacen en la radio Bio Bio: “Por favor, le pido que avise a mi hermana en Neuquén. Ella se llama Marisol Chavarría Jara, dile que las familias Hermosilla y Jara están bien. La estamos pasando mal, pero ninguno está herido”. Mientras se escriben estas líneas, dos réplicas más sacuden Concepción. Los rescatistas que merodean entre las ruinas son los más temerosos. En cualquier momento se pueden invertir los roles.

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En medio de las réplicas se suceden también las protestas por la falta de ayuda oficial.
Imagen: AFP
 
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